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“El mundo guardó silencio mientras moríamos”: el silencio cómplice en las tragedias olvidadas

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Por: Cristián Rodríguez Binfa


Señor director:

La frase “El mundo guardó silencio mientras moríamos” evoca una realidad dolorosa y recurrente en la historia: la indiferencia internacional frente a tragedias humanas de gran magnitud. Ese silencio no es solo ausencia de ruido, sino una forma activa de olvido y negación que permite que sufrimientos atroces pasen desapercibidos, sean tolerados o queden impunes.

Un claro ejemplo de esta realidad es la guerra de Biafra (1967-1970), donde millones de personas murieron de hambre y violencia en un conflicto que el mundo prácticamente ignoró. Chimamanda Ngozi Adichie, en su novela Medio sol amarillo, denuncia cómo la comunidad internacional permitió que un genocidio, amparado en el silencio y el bloqueo, provocara la muerte de tres millones de igbos, mientras las imágenes de niños desnutridos se convertían en símbolos lejanos y finalmente olvidados. Este silencio no solo ocultó la tragedia, sino que también contribuyó a perpetuar la violencia y la impunidad.

A partir de la lectura de este libro y de frases como “El mundo guardó silencio mientras moríamos”, no puedo dejar de conectar la barbarie que sufrió el pueblo Igbo con la tragedia que hoy vive el pueblo palestino en Gaza. La violencia desmedida y la indiferencia internacional de ciertas potencias se repiten con brutal similitud. Según informes recientes, la comunidad internacional ha permanecido mayormente en silencio ante los bombardeos masivos y la destrucción sistemática que Israel ha perpetrado en Gaza, causando la muerte de decenas de miles de palestinos —incluidos miles de niños— y dejando a millones en condiciones de vida insoportables.
Hoy, mientras la sociedad civil comienza a movilizarse e interpela al poder político, éste reacciona con tibieza y retraso. Como en Biafra, este silencio global no solo permite la continuidad del sufrimiento, sino que se convierte en un acto de complicidad que facilita crímenes que algunos expertos ya califican como genocidio. La historia se repite y, mientras el mundo guarda silencio, la barbarie se extiende.

El silencio, en este contexto, es una paradoja. Por un lado, puede ser saludable y necesario para la reflexión y la sabiduría; por otro, puede ser mortal cuando se traduce en la omisión de la palabra y la acción frente a lo que importa. M. Luther King y Gandhi alertaron sobre el peligro de callar ante las injusticias, pues ese silencio es cómplice de la perpetuación del mal. Guardar silencio ante el sufrimiento ajeno es, en muchos casos, una forma de violencia pasiva que permite que la historia se repita.

Además, el silencio impuesto sobre ciertos eventos históricos no solo borra a las víctimas, sino que también configura la memoria colectiva y el presente. La censura y el olvido son herramientas de poder que deciden qué historias se cuentan y cuáles se relegan al margen, generando una discontinuidad que impide comprender tanto el pasado como el presente. Así, el silencio se convierte en un arma de control social y político.

La frase de Ngozi Adichie, “El mundo guardó silencio mientras moríamos”, es una denuncia profunda sobre la indiferencia global que permite tragedias —una frase que hoy más que nunca retumba con fuerza. Romper ese silencio, hoy y siempre, es un acto de justicia y memoria, una obligación ética para que las historias de dolor no se repitan ni se pierdan en el olvido.

Hablar, recordar y actuar es la única forma de honrar a quienes murieron en el silencio del mundo, pero principalmente evitar que la historia vuelva a escribir su página más oscura.

Cristián Rodríguez Binfa
Cientista Político
Magíster en Políticas Públicas

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