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Gajardo, dictadura y el traje nuevo del emperador Opinión

Gajardo, dictadura y el traje nuevo del emperador

Modesto Gayo
Por : Modesto Gayo Sociólogo de la Universidad Diego Portales.
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Haciéndose un harakiri mediático, con su muerte institucional, Carlos Gajardo ritualiza la derrota del pueblo frente a la oligarquía, presentando la democracia como un óbito nonato, una ilusión de esas que la vida muestra imposibles pero que siempre promete. La tragedia gajardiana ofrece una respuesta que no queríamos escuchar, en la forma de un lamento ante el cráneo de Yorick, apuntalando que no ser o la muerte de la política es el único camino. En este sentido, se generaliza la idea de que los chilenos que se enfrenten a esta conclusión sufrirán el mismo castigo. Es por ello que es central entender que lo que la democracia pueda ser en Chile en el futuro, deberá mucho a afianzar esta enseñanza o a atrevernos a discutir lo que parece ser nuestro ineludible destino.


Las declaraciones realizadas por el ahora ex fiscal Gajardo a varios medios de comunicación ponen nuevamente de manifiesto la incapacidad del aparato judicial chileno para juzgar y sancionar debidamente a las personas más poderosas del país. Como ocurriera en su día con Pinochet, cuando fue detenido en Londres, las grandes afirmaciones republicanas sobre las efectivas capacidades de los jueces son frustradas por el peso innegable de los hechos.

En lugar de renunciar el actual Fiscal Nacional, Jorge Abbott, no conciliador sino sumiso y obediente, Carlos Gajardo decide dejar sus funciones dentro del Estado para seguir su vida ejerciendo la abogacía. Pero esta transición no la hace en silencio, sino que abre un juicio público, a través de los media, espacio que él mismo indica que ha servido en ocasiones como un contrapoder que hizo evidente la fragilidad o desnudez de un sistema de justicia que debería haberse vestido con ropajes de independencia constitucional, frente a otros poderes del Estado, y ceguera o imparcialidad en cuanto al origen social del delincuente.

Gajardo levanta la mano en el ágora y proclama que el emperador está en ropa interior y quizás, también –nos atrevemos a sugerir–, escuálido, huesudo, temeroso al pisotón que pudieran propinarle los que crecieron económica (Pentas) y políticamente (Moreiras) junto al “Generalísimo” chileno, autoproclamado “Presidente” por el derecho de las armas.

[cita tipo=»destaque»]Afirmándose lo que verdaderamente se niega, en Chile se vive de un modo disfrazado, cuya comprensión dificultan instituciones públicas que dicen regirse por principios que no obedecen, restringiendo una acción que les pertenece para favorecer ilegítimos intereses privados. En otros términos, la debilidad judicial que el ex fiscal denuncia que se asienta sobre una estructura de poder que tiene como objetivo aumentar sus ganancias a costa de la fortaleza del Estado.[/cita]

La renuncia de Gajardo es una señal de la influencia de una elite que asentó su poder más contemporáneo en el tiempo de una dictadura todavía reciente. No obstante, su mano negra disimula su presencia intentando construir mediáticamente un relato que culpabiliza a la víctima de su propia decisión, lo que aquí proponemos como un embate probable en una esfera pública construida sobre el miedo.

Afirmándose lo que verdaderamente se niega, en Chile se vive de un modo disfrazado, cuya comprensión dificultan instituciones públicas que dicen regirse por principios que no obedecen, restringiendo una acción que les pertenece para favorecer ilegítimos intereses privados. En otros términos, la debilidad judicial que el ex fiscal denuncia que se asienta sobre una estructura de poder que tiene como objetivo aumentar sus ganancias a costa de la fortaleza del Estado.

Haciéndose un harakiri mediático, con su muerte institucional, Carlos ritualiza la derrota del pueblo frente a la oligarquía, presentando la democracia como un óbito nonato, una ilusión de esas que la vida muestra imposibles pero que siempre promete. La tragedia gajardiana ofrece una respuesta que no queríamos escuchar, en la forma de un lamento ante el cráneo de Yorick, apuntalando que no ser o la muerte de la política es el único camino. En este sentido, se generaliza la idea de que los chilenos que se enfrenten a esta conclusión sufrirán el mismo castigo. Es por ello que es central entender que lo que la democracia pueda ser en Chile en el futuro, deberá mucho a afianzar esta enseñanza o a atrevernos a discutir lo que parece ser nuestro ineludible destino.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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