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La izquierda chilena: ¿es hoy una fuerza de oposición al neoliberalismo? Opinión

La izquierda chilena: ¿es hoy una fuerza de oposición al neoliberalismo?

El peso social de la izquierda, el que se proyecta más allá de lo electoral, es fundamentalmente de carácter cultural y obedece a la presencia autónoma de una izquierda cultural, pluriclasista y mayoritariamente joven, la cual es hoy claramente identificable a lo largo y ancho del tejido social. Esa multitud de personas no hace parte de una nueva izquierda partidaria y no está encuadrada ni conducida por ninguna de las orgánicas políticas que se reclaman de izquierda (desde al PS al Frente Amplio).


En el Chile de hoy, ser de izquierda implica creer en la igualdad humana sintiendo hostilidad a toda diferenciación en el plano de los derechos de las personas, ya sea que esta pretenda basarse en razones de clase, de raza o de género, entre otras.

Ser de izquierda implica también sentir desconfianza del poder, asumiendo un enfoque crítico de los conflictos sociales, los cuales son percibidos como productos de una desigualdad que debe ser desenmascarada.

Sin embargo, si aceptamos lo anterior, la izquierda política chilena está en serio peligro de desaparecer, ya que la real fuerza social de la izquierda, en la vida nacional, descansa solo en el peso cultural que las percepciones anteriormente descritas poseen al interior de una masa ciudadana bastante amplia, pero que aún está lejos de ser mayoritaria.

Ese peso social de la izquierda, el que se proyecta más allá de lo electoral, es fundamentalmente de carácter cultural y obedece a la presencia autónoma de una izquierda cultural, pluriclasista y mayoritariamente joven, la cual es hoy claramente identificable a lo largo y ancho del tejido social. Esa multitud de personas no hace parte de una nueva izquierda partidaria y no está encuadrada ni conducida por ninguna de las orgánicas políticas que se reclaman de izquierda (desde al PS al Frente Amplio).

Esa izquierda cultural es la única que atrae hacia sí gente desde el mundo de derecha, es la que prolifera en las redes, en los liceos y universidades, en las poblaciones e incluso en los medios de comunicación más tradicionales. Mientras las orgánicas políticas se orientan hacia la conquista de espacios de poder institucional, esta izquierda cultural se aboca más bien a la conquista de espacios de otra naturaleza, lo cual, dicho en un lenguaje más especializado, significa que, mientras las orgánicas políticas profesionales están orientadas a luchar por la gobernanza de las cosas, existe una enorme masa de personas que, de un modo difuso y poco orgánico, ha orientado su quehacer político a luchar por una nueva gobernanza en la esfera de las relaciones entre las personas.

Esta última es un área de acción abandonada por las orgánicas políticas, cuyo norte es principalmente el control del Estado. Para dichas orgánicas ya concluyó el momento de luchar por ese “hombre nuevo” en el que la izquierda de los sesenta decía creer. Un “hombre” (que incluía dentro de sí a las mujeres) y que se construiría, primero, en la lucha despiadada por el poder y, luego, por la acción del Estado a desplegarse tras la conquista de ese poder.

Dictadura mediante, esa izquierda abandonó dicha mirada y emergió irreconocible a inicios de los 90, concentrando a miles de mujeres y hombres que casi en nada se diferenciaban del neoliberalismo contra el cual habían luchado.

En vez del “hombre nuevo” más bien nació una generación de funcionarias y funcionarios cercanos al Estado. Una camada tan “realista” como cínica, cuyo principal horizonte era escalar posiciones en el Estado, demostrando una fidelidad tan irrestricta hacia sus dirigentes, como la que los “valientes soldados de la patria” mostraban hacia el dictador. Y, claro, en los nuevos tiempos más les valía actuar así.

Mientras las generaciones de la resistencia, tras un largo proceso de incubación plagado de desilusiones, se adaptaron (de los dientes hacia adentro) al modelo neoliberal, las nuevas generaciones lo repudiaron a viva voz y no solo se orientaron a influir en los espacios no estatales, sino que comenzaron a erosionar las bases de poder de la izquierda que controlaba el Estado, o más bien parte de él.

Marco Enríquez-Ominami abrió el primer espacio político que hizo patente el quiebre entre las dos almas de la izquierda, la del culto al Estado y la de la ruptura cultural. Lo hizo rompiendo electoralmente a la Concertación en dos mitades. Pero no solo no logró imponerse sobre el aparato de la izquierda funcionaria, sino que le sucedió algo peor: fue fagocitado por la vieja cultura política y terminó tristemente desacreditado como resultado de su propia inconsistencia. Cuando un líder que decía repudiar las prácticas del “duopolio”, desdibuja sus fronteras con dichas prácticas y termina haciéndolas suyas, aun cuando esperase lograr el éxito montado sobre esa “realista” estrategia, no podía sino terminar convertido en un actor sin destino.

Michelle Bachelet le puso un parche a la fractura política existente entre estas dos ramas de la izquierda y lo hizo declarando una cosa, impulsando otra, para finalmente terminar fracasando en ambas. Sin embargo, esa vía suya pareció firme durante algunos meses tras de su elección, aportándole oxígeno a la izquierda funcionaria, dándole un par de años de gracia a su bancarrota política.

El Frente Amplio, un proyecto colectivo no teñido por el personalismo, logró recuperar a la izquierda cultural desde el redil funcionario al que Bachelet la había conducido nuevamente. El Frente Amplio, el cual mantiene una relación con la izquierda cultural no muy distinta a la que a inicios de los 90 mantuvo la elite concertacionista con las bases sociales que hicieron posible la victoria del No, mantiene una izquierda cultural que vota por el Frente, pues le produce simpatía, pero no termina de convencerlos.

Muchos (aunque no todos) en el Movimiento No + AFP simpatizan con el FA, pero no por ello se mueven tras las directrices de este. Más aún, resulta claro que, salvo consignas generales, el FA no posee una estrategia que le permita enfrentar desde los movimientos sociales el tema previsional.

Lo mismo ha sucedido en relación con el estallido de reivindicaciones feministas. La izquierda funcionaria no lidera nada en esta área, tan solo un poco la cultural y el FA no ha sabido llenar el espacio vacío. Sus dirigentas no han liderado en masa esas manifestaciones, ni siquiera en las Facultades en que es mayoría, más bien ellas han brillando por su ausencia, como líderes intelectuales o como dirigentas operativas.

En suma, al FA le ha faltado mucho para poder jugar un rol de mayor potencia en articular en terreno las dos almas de la izquierda: la cultural y la funcionaria.

Hay muchas razones que explican esa debilidad, pero las más importantes se refieren a que las críticas del FA al modelo neoliberal imperante, han sido focalizadas en la promoción de los derechos sociales de un lado y de los derechos civiles desde el otro.

Sin embargo, el FA no ha logrado mostrar claramente si pretende circunscribir esa defensa dentro de la esfera de los poderes del Estado, básicamente al interior del proceso legislativo o bien pretende liderarlo desde las distintas esferas de la vida cotidiana de las personas, usando el Parlamento como herramienta auxiliar y no como líder del proceso. Tampoco ha mostrado de un modo convincente una propuesta económica que sustente los derechos promovidos en algo más que mayores impuestos.

Las ideas que mueven hoy al movimiento feminista, al movimiento No + AFP, a las Pymes que enfrentan a los grandes grupos económicos por el pago a 30 días, a los ecologistas que se enfrentan a los grandes proyectos predadores del medio ambiente, no fueron elaboradas con extensión suficiente al interior del FA ni de su proceso programático.

Las reivindicaciones de los animalistas, de los regionalistas, de los jóvenes artistas y escritores, de los jóvenes doctores que retornan al país sin poder acceder a recursos para investigación ni empleos que les permitan sobrevivir en el país que los obliga a retornar para devolver su becas; las de los emprendedores que desean reglas del juego justas para no ser asfixiados por los bancos y oligopolios que controlan los mercados; las demandas de los pequeños comerciantes que luchan por no ser absorbidos o destruidos por los malls y las cadenas, no hacen carne en el discurso de los dirigentes y parlamentarios del FA. Tampoco provienen de la izquierda funcionaria, la cual más bien levanta ideas y acciones para neutralizar dichos movimientos y no para impulsarlos.

Hay, detrás de este divorcio, un conjunto de problemas que mantienen estancada la evolución de la izquierda y el nivel de su cuestionamiento al modelo neoliberal. Pareciera que producto de la separación entre la acción política y la esfera social y cultural, se está dando en el país un retorno a los viejos dilemas que han generado el fracaso de la izquierda en diferentes momentos históricos.

Siguen sin existir respuestas claras a los dilemas que enfrenta la izquierda chilena: ¿qué tipo de sociedad deseamos para Chile y qué modelo de desarrollo es capaz de sostenerla? ¿Cuáles son las fuerzas sociales y culturales que sería necesario agrupar para fracturar el statu quo neoliberal?

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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