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Preguntas incómodas sobre el aumento de suicidios en el Metro de Santiago Opinión

Preguntas incómodas sobre el aumento de suicidios en el Metro de Santiago

Kurt Scheel
Por : Kurt Scheel Derecho UDP
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¿Por qué se han reportado 11 casos de suicidios consumados en este servicio en lo que va del año, cuando en el total del año pasado (2018) esta cifra sólo llegó a 25? ¿Cómo se explica que Chile tenga una de las tasas más altas de suicidio en Latinoamérica? ¿Qué habrá detrás de la mente de un suicida en estas condiciones? ¿Podemos hacer algo para cambiar esta realidad en nuestro país?

Es posible que el suicida del metro esté intentando frenar nuestra rutina porque entiende el concepto de la detención del servicio como una forma de enseñarnos a parar y respirar. La persona que se suicida en el metro no quiere arruinarnos el día, busca reprocharnos la facilidad con que la rutina corroe el alma. Es un grito de auxilio, de ahogo, y si el tiempo solo torna a Chile en una sociedad más políticamente favorable con la violencia, los llamados de atención a costa de suicidios en espacios públicos se vuelven una triste e incesante realidad. La era de la globalización es también la de la máxima agresividad sin la más mínima provocación y la de la interconexión inversamente proporcional al contenido de la comunicación en sí misma.

Pero, ¿por qué en el Metro? El espacio público, a diferencia de tu propia habitación o la comodidad de tu hogar, es la máxima representación del fluir diario, del día a día, que es agobiante para una persona que no recibe la atención que necesita. Es violento y agresivo con el que intenta comunicar algo y solo obtiene de vuelta más exigencia, en un contexto donde hablamos de personas que ya se levantan sobre exigidas en las mañanas y por qué no, solitarias también. Hablamos de la peor soledad, aquella donde el sujeto está rodeado de personas que debiesen preocuparse de él, pero donde ninguna es capaz de entenderlo. ¿Puede haber algo peor que sentirse solo cuando se está rodeado de otros?

En este punto, la vía sana no puede menos que empezar desde la infancia y no tiene pilar de sustento si no es con un apoyo cultural, transversal y desde luego, también estatal. Hablarlo es el primer paso.

Como ejemplo de lo anterior, muchos especialistas explican y tienden a desmitificar la idea de que los suicidas no avisan previamente que van a realizar este tipo de actos. Por el contrario, es común que estas personas adviertan con anterioridad que se van a suicidar. ¿Y dónde estábamos que no logramos percibir las señales? En lo particular, queda a criterio de cada una o uno. En lo estatal, el no hacer más para percibir las señales es imperdonable, pues se trata de la vida de las personas. Ese mismo derecho que tanto se defiende por el área más conservadora de esta sociedad cuando se trata “de una vida en potencia”, pero que cuando hablamos de proteger al débil, anciano, niño, o al enfermo, la ausencia es permanente.

La mención precedente no es antojadiza, pues es la misma Constitución de 1980 (plenamente conservadora, por cierto), actualmente vigente, la que consagra en el inciso cuarto de su artículo 1º que: “El Estado está al servicio de la persona humana y su finalidad es promover el bien común, para lo cual debe contribuir a crear las condiciones sociales que permitan a todos y a cada uno de los integrantes de la comunidad nacional su mayor realización espiritual y material posible, con pleno respeto a los derechos y garantías que esta Constitución establece”. El Estado de Chile no se ha dado el tiempo de entender este problema como lo que verdaderamente es, uno amplio e integral.

Sobre el gobierno, cabe acotar que los suicidios no se previenen con puertas corredizas o barreras. En realidad, esto no es efectivo en ningún país del mundo. Lógicamente, los medios e instrumentos que existen para que un suicida lleve a cabo su cometido son prácticamente incalculables. ¿Por qué se presupone que poner barras en los andenes va a reducir los suicidios en Santiago? ¿Por qué se cree que el suicidio tiene que ver con una cuestión técnica? No se explica lógicamente. Los suicidios no se producen por las facilidades espaciales para cometer el acto del suicidio propiamente tal, sino por razones multifactoriales, en esencia, materiales, psicológicas, socio-económicas, y personales que evolucionan a lo largo del tiempo.

Entonces, ¿cómo minimizamos los suicidios? La respuesta se encuentra en políticas públicas y familiares que generen un ambiente sano y de atención al que sufre. Pero la clase política ha hecho vista gorda a este, que es el verdadero quid del problema, optando por debatir sobre la facilidad de instalar barreras en los andenes o desarrollar modificaciones técnicas. ¿Qué modificaciones técnicas quiere hacer el gobierno con La Araucanía o Valparaíso, regiones donde más suicidios se producen en Chile después de la Metropolitana (SML, 2017-2018)? Si ahí no existe Metro de Santiago, ni el consiguiente aumento de suicidios en el servicio, pero siguen siendo dos de las regiones con más suicidios del país, ¿por qué no debatimos acerca de cómo reducir el suicidio en esos espacios? ¿Le importará verdaderamente a la clase política? Otra vez y sin justificación alguna: hacer la vista gorda.

Vista gorda a costa de medidas a corto plazo que en nada tienen que ver con el problema de fondo. La cultura del odio y el egoísmo, junto a la rutina laboral o educacional con sus consecuentes exigencias, demandan un sistema que se haga cargo del bienestar ciudadano en sus diversas etapas y clases. Esto no es una sugerencia, sino un deber constitucional.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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