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EE.UU. versus China: el peligro que viene Opinión

EE.UU. versus China: el peligro que viene

Heraldo Muñoz
Por : Heraldo Muñoz Ex ministro de Relaciones Exteriores
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La amenaza principal detrás del conflicto EE.UU. y China es si ambas potencias podrán evitar lo que Graham Allison denomina la Trampa de Tucídides, una metáfora alusiva al historiador griego, referida a los peligros de una situación en que una potencia ascendente desafía a una potencia de statu quo, como Atenas a Esparta o Alemania a Gran Bretaña. El gran problema es que un estudio histórico de Allison concluyó que, en 12 de 16 casos investigados de este tipo de competencias, el resultado fue la guerra. A los chinos pareciera que les gustaría abordar y controlar esta trampa. Pero Trump prefiere hablar de temas ad hoc, en tanto China prefiere abordar asuntos de largo plazo, que se le reconozca cierto estatus de igualdad y generar una cierta estabilidad en la competencia.


En una nueva medida de la errática política exterior y comercial de Donald Trump, Estados Unidos anunció la imposición de aranceles de un 10% a la totalidad de las importaciones chinas, equivalente a $300 mil millones de dólares, a partir del 1 de septiembre. Aunque no se puede excluir que, mediante un tuit dentro de algunas semanas, Trump suspenda esta decisión, en su típico estilo negociador de empresario inmobiliario, esta última medida ha ahondado las tensiones en la guerra comercial entre EE.UU. y China.

Esta medida de la administración Trump ha impactado en los mercados internacionales, provocando aún más incertidumbre y una probable caída en el precio de los commodities, además de un inevitable recorte en las proyecciones de las tasas de crecimiento económico global. Y eso es no es bueno para Chile.

Más allá de los efectos puntuales de esta nueva medida proteccionista de la administración Trump, cabe preguntarse sobre el alcance de esta guerra comercial entre EE.UU. y China, que ya se extiende un año y medio.

Por cierto, hay un componente comercial del conflicto entre ambas potencias, donde Trump ha buscado que China le compre a EE.UU. más productos agrícolas y no le venda ciertos productos sensibles para la industria norteamericana.

Los expertos sostienen que Estados Unidos tiene más capacidad de resistencia a una guerra comercial desatada que China, aunque, recientemente, 500 empresas norteamericanas enviaron una carta a Trump pidiéndole que frene una escalada de la guerra comercial, pues los aranceles le costarían a EE.UU. un 1% del PIB y 2 millones de puestos de trabajo, además del equivalente de 2 mil dólares anuales en el ingreso de cada familia estadounidense.

Pero las diferencias entre EE.UU. y China no son meramente comerciales, y ni siquiera se tratan solo de una competencia por la propiedad intelectual, sino que estamos ante una lucha por el predominio global. Se trata de la definición de la futura hegemonía global.

Por cierto, existe un componente digital en lo que algunos denominan una nueva guerra fría tecnológica entre ambas potencias. Pero un escenario de confrontación abierta (como el que amenazó a Huawei) ignora que existe una gran interdependencia digital entre ambos países. ZTE, que fabrica equipos digitales en China casi quebró cuando EE.UU. amenazó con cortarle acceso a semiconductores. Por otra parte, Apple depende de componentes y ensamblaje en China y genera 1/5 de sus ingresos en ese país. China, en todo caso, lleva la delantera a EE.UU. en IA y Big Data, y en lo que requiera grandes inversiones de capital (China superará a Estados Unidos en gasto en investigación y desarrollo el 2020).

El trasfondo de este escenario es un déficit de liderazgo internacional como nunca desde la Segunda Guerra Mundial. Para bien, y principalmente para mal, en el pasado EE.UU. lideraba; en tanto hoy Trump está en un juego comunicacional interno, sin claridad de objetivos estratégicos, orientado apenas por el lema electoral de “Estados Unidos primero”, y sin interés sobre la estabilidad de la arena internacional. Y el problema es que China aún no tiene el poder de liderar, la Unión Europea se ha debilitado con un Brexit sin acuerdo ad portas, y los BRICS (con excepción de China) ya no pesan en la arena global.

Las relaciones EE.UU.-China moldearán el escenario internacional durante largo tiempo, y los demás (incluida Rusia) serán actores de reparto. Pero la dificultad es que ambas potencias no han alcanzado un mínimo consenso para procesar y limitar sus desacuerdos. El estilo Trump se hace difícil e incompresible para China. A su vez, Beijing preferiría transformar a su adversario en aliado para avanzar gradualmente en sus objetivos en el largo plazo.

La amenaza principal detrás del conflicto EE.UU. y China es si ambas potencias podrán evitar lo que Graham Allison denomina la Trampa de Tucídides, una metáfora alusiva al historiador griego, referida a los peligros de una situación en que una potencia ascendente desafía a una potencia de statu quo, como Atenas a Esparta o Alemania a Gran Bretaña. El gran problema es que un estudio histórico de Allison concluyó que, en 12 de 16 casos investigados de este tipo de competencias, el resultado fue la guerra. 

A los chinos pareciera que les gustaría abordar y controlar esta trampa. Pero Trump prefiere hablar de temas ad hoc, en tanto China prefiere abordar asuntos de largo plazo, que se le reconozca cierto estatus de igualdad y generar una cierta estabilidad en la competencia.

La esperanza es que cuatro de los 16 casos de rivalidad histórica investigados por Allison no culminaron en derramamiento de sangre, y se manejaron en paz. Entretanto, veremos más tensiones en la confrontación entre EE.UU. y China, que trasciende, con mucho, lo meramente comercial. 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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