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Nostalgia de Karl  Marx Opinión Crédito: El quinto poder

Nostalgia de Karl Marx

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Renato Cristi
Por : Renato Cristi PhD. Professor Emeritus, Department of Philosophy, Wilfrid Laurier University.
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Cuando el anarquismo es posiblemente la orientación política dominante del estallido social en Chile, cuando el fantasma de Mijaíl Bakunin recorre nuestros pueblos de norte a sur, me resulta natural sentir nostalgia de Marx y Friedrich Engels, y también de John Dewey.

Es conocido el rechazo personal y doctrinario que Marx siente por los anarquistas. El punto álgido de su disputa con Bakunin se produce durante el Congreso de la Primera Internacional, celebrado en La Haya en septiembre de 1872. Esa disputa es el evento principal del Congreso. Marx objeta el carácter secreto y subversivo de la asociación liderada por Bakunin, y muy especialmente crítica su cercanía con el terrorismo nihilista de Necháyev. El centralismo de Marx colisiona con el federalismo anarquista. En La Haya, Marx logra expulsar a Bakunin de la Internacional, acusándolo de tácticas intimidatorias y terroristas.

En septiembre de 1873, Marx, Engels y Paul Lafargue hacen público un panfleto en que culpan a Bakunin y su organización por la decadencia y definitiva d isolución de la Internacional. Ese mismo año, Bakunin publica Estatismo y anarquía, en que da cuenta de su disputa con el marxismo, que considera ser un derivado de la metafísica de Hegel. Para Bakunin todo Estado es opresor, y da lo mismo si se trata de una monarquía o de una república democrática. “La fundamental diferencia entre la monarquía y la más democrática de las repúblicas es que, en la monarquía, los burócratas oprimen y explotan al pueblo en beneficio de los privilegiados y a nombre del rey; en la república, el pueblo es explotado y oprimido en beneficio [de los burócratas] y a nombre de la voluntad del pueblo.” Según Bakunin, el capitalismo exige una enorme centralización estatal. Propone, como alternativa, una “organización federalista de asociaciones laborales, comunas, cantones, regiones y finalmente de todos los pueblos.” Esto le parece ser la única condición de una verdadera libertad.

En diciembre de 1873, Engels publica un breve ensayo que titula “Dell’autorità” en el Almanacco Republicano, un periódico italiano editado en Lodi. Este texto ilustra su rechazo de quienes repudian el principio de autoridad y se han plegado al anarquismo. Engels sugiere que el modo de producción moderno ha dejado atrás la acción de individuos aislados y demanda su acción concertada, lo que no resulta posible sin un reconocimiento del principio de autoridad. Engels ilustra el punto argumentando que la industria textil, el sistema ferroviario y la navegación de alta mar no serían posibles sin la obediencia y subordinación de quienes operan esos sistemas a la autoridad de una persona.

Escribe Engels: “Querer abolir la autoridad en la gran industria, es querer abolir la industria misma, es querer destruir las fábricas de hilados a vapor para volver a la rueca.” Por ello mismo, concluye que: “es absurdo considerar al principio de autoridad como un principio absolutamente perverso, y el principio de la libertad como un principio absolutamente bueno. La autoridad y la libertad son nociones relativas, cuyas esferas varían en las diferentes fases del desarrollo social.”
Dewey busca también restaurar el papel que tiene la autoridad estatal en la creación de una sociedad comunitaria. Esto queda en evidencia en el ensayo que presenta como homenaje al tricentenario de la Universidad de Harvard en 1935 y que titula “Authority and Social Change”. Defiende aquí los presupuestos teóricos del New Deal de Roosevelt y critica al liberalismo de la Gilded Age, época de mínima regulación estatal, bajos impuestos y drástica reducción del Estado de bienestar. Para ello examina el nacimiento de la libertad moderna, la sublevación generalizada en contra de la autoridad, y el desarrollo de una filosofía social que es “crítica de la idea de control por parte de la autoridad.” Esta filosofía, “que reclama para sí el comprehensivo título de liberalismo”, postula la estricta separación de las esferas de la libertad y la autoridad, y rechaza la tendencia de la autoridad a invadir la esfera propia de la libertad. Podrían evitarse la opresión y la tiranía si se denunciara a la autoridad como enemiga de la libertad. Dewey piensa que todo esto constituye un error. El problema real tiene que ver con la relación, no con la separación, de estas nociones. Así, en 1929, Dewey reconoce que “…la relación de la individualidad a la colectividad, de la libertad a la ley y la autoridad, es y siempre ha sido una cuestión central para el pensamiento social y político.”

La libertad y la autoridad, al igual que la estabilidad y el cambio, forman “una unión íntima y orgánica.” El liberalismo está en lo correcto cuando muestra la manera como la autoridad, en su decurso histórico, se ha transformado en una constricción puramente externa y hostil a la iniciativa y la innovación. Pero, al mismo tiempo, el liberalismo ha generado gran confusión al denunciar y negar “la importancia orgánica de cualquier manifestación de autoridad y control social.”

La solución que propone es la “interpenetración” de la libertad y la autoridad. La autoridad no debe paralizar, sino encauzar y dirigir el cambio. Y la libertad debe ser compartida por todos y no solo por unos pocos individuos. Si esta solución ha de alcanzarse, debería ser posible medir el impacto que la filosofía del liberalismo individualista ha tenido en la industria y el comercio. Esa filosofía postula que todos se benefician cuando a los individuos se les permite la libertad de perseguir su propia ganancia. La verdad es que la iniciativa individual está determinada por los frutos de la cooperación colectiva.

No me parece mal que la izquierda pueda evocar a estos autores en momentos en que el fantasma de Bakunin recorre los pueblos de Chile, y el “Estado opresor” se baila en todo el mundo. Tampoco me parece mal que, en la derecha, la cotización de los bonos de Thoreau y el anarco-capitalismo ande por los suelos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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