Opinión
La movilización nacional vivida en Chile a partir del estallido social del 18 de octubre pasado, ha evidenciado una serie de realidades que se venían advirtiendo hace meses, años y hasta décadas, desde distintos sectores y saberes tanto académicos como populares. Experimentar este remezón nacional – apreciado también a nivel global – ha traído consigo, naturalmente, una deconstrucción humana de prácticas y consensos que algunos creían zanjados, y que, más que en ningún otro momento, crujen en tiempos de crisis.
Una de estas deconstrucciones tiene que ver con un aspecto transversal como la comunicación, entendida desde su etimología como el acto de poner(se) en común, de formar comunidades con otros(as) seres vivos(as) a partir del genuino interés por el devenir y destino común. Un ámbito de acción donde, antes de expresar, linealmente, lo que me interesa proyectar de mi identidad, empatizo con la otredad, y soy capaz de construir en conjunto un multiverso. Para eso, debo comenzar por deconstruir mi ego; por ajustar la percepción de mi misma y, de ese modo, ajustar la de las y los demás, sean o no humanos, hasta identificar fortalezas, debilidades, derechos y deberes que es preciso valorar, superar, respetar y cumplir, respectivamente.
¿Cómo se construye una comunidad de ese tipo? Millones de chilenos y chilenas han gritado en las calles, dicho en cabildos, manifestado en sus redes sociales, exigido a sus representantes políticos, que sea con participación. Una Nueva Constitución hecha por todos y todas, con escaños reservados para paridad y pueblos originarios, así como igualdad de condiciones para independientes versus militantes de partidos políticos en las alternativas de Convenciones para su elaboración, son muestra de esa demanda. Varias conclusiones de los Cabildos que se han ido desarrollando en todo Chile, y hasta los resultados de algunas preguntas de la reciente Consulta Ciudadana municipal, muestran mayorías pidiendo ser parte de la toma de decisiones; aspirando a una suerte de extensión de aquel Convenio 169 que pretende asegurar injerencia de los pueblos originarios en proyectos que les afectan territorial y colectivamente.
La comunicología también ha presentado un devenir dinámico, reflejando épocas y miradas sociales a partir de las cuales se desarrolla. El modelo unidireccional, con un mensaje enviado desde un emisor hacia un receptor por medio de un canal y un código común, surgió de un teórico de la II Guerra Mundial, cuando las masas eran percibidas como un grupo sin diferenciaciones importantes de considerar para la propagación de una visión política. El modelo bidireccional surgió luego de un periodista que identificó la importancia de la retroalimentación y de la historia o memoria común con quienes participan de la comunicación. Y varios otros modelos mediante, hoy llegamos a uno retroactivo, heredero de un filósofo alemán que identificaba la relación entre sistemas y no entre personas, pues las mismas pueden pertenecer a varios sistemas al mismo tiempo, y relacionarse en múltiples niveles.
Sin duda, esta última visión es la que más sintoniza con nuestros tiempos, pues abandona la linealidad que simplifica y la verticalidad que impone realidades, para abordar la complejidad y la horizontalidad que las enriquece. Una comprensión desafiante para las organizaciones, a toda escala, donde el axioma del teórico Paul Watzlawick (1969), según el cual “todo comunica”, se cumple a la perfección, mostrando que no hay campaña ni estrategia que pueda superar a la mejor comunicación; ésa que, cual poder constituyente originario, se alza como derecho a participar en la construcción de comunidad.
