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En búsqueda de la dignidad Opinión Crédito: Agencia Uno

En búsqueda de la dignidad

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Rolando Garrido Quiroz
Por : Rolando Garrido Quiroz Presidente Ejecutivo de Instituto Incides. Innovación Colaborativa & Diálogo Estratégico
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La larga búsqueda de la dignidad en una sociedad que se pensó cambiar culturalmente desde la economía en tiempos de dictadura, es decir, desde un reduccionismo aberrante que se propuso separar a los chilenos entre ‘propietarios y proletarios’ y en clave postdictadura entre consumidores y ciudadanos, ha significado una individualización estandarizada que ha impactado el carácter identitario de aquello que llamamos ‘chilenidad’ donde el nombre propio de lo estatuido está en crisis por el carácter sistémico de su legitimidad institucional.

La llamada ‘zona cero’ identificada con la crisis de legitimidad institucional sistémica (CLIS) que vive Chile, a partir del 18 de octubre, también ha puesto en juego una crisis identitaria respecto del lugar donde se convoca la ciudadanía en la región metropolitana del país. (lo propio en cada plaza de cualquier ciudad de Chile). Poner nombre o bautizar un lugar ha sido parte del proceso de comprender de qué se trata la actual crisis en curso.

Donde ha existido por años la estatua de un general (Plaza Baquedano) o un obelisco (Plaza Italia) como lugar de reunión para celebrar triunfos morales y deportivos con tintes nacionalistas, hoy, la ciudadanía ha renombrado el lugar de encuentro como ‘Plaza de la Dignidad’. La crisis también se viste de ciudad, donde se interrumpe el tránsito vehicular de una ciudad escindida y se da paso al encuentro de las personas, a la música, al arte, al carnaval, a la vida, a la protesta contra el orden establecido. Podemos deducir que una plaza es un lugar de emplazamientos.

Como recuerda el señor Wikipedia: ‘Una plaza es un espacio urbano público, amplio o pequeño y descubierto, en el que se suelen realizar gran variedad de actividades. Por su relevancia y vitalidad dentro de la estructura de una ciudad se las considera como salones urbanos’. Así es que no nos debería extrañar que, este año nuevo 2020, los ciudadanos se hayan engalanado con sus mejores perchas y se congreguen en la nueva Plaza de la Dignidad.

En los foros de análisis que se presentan en los medios de comunicación, los expositores hablan indistintamente de ‘plaza Italia’, ‘plaza Baquedano’ y agregan… como se quiera llamar, ‘plaza de la dignidad. En tal sentido, los comunicadores de la crisis, para referirse al mismo lugar de los hechos, aún titubean cómo nombrar a la zona que une a la Alameda con la Avenida Providencia o a la rotonda que ha fracturado la libre circulación de un paisaje simbólico de la capital de Chile.

Esas dudas, titubeos o ninguneos marcan un displacer con el nuevo nombre, distancia, ajenidad, otredad o vacío de sentido, ya sea, porque no se sintieron invitados al bautizo, lo vieron como espectadores, o bien, por resistencia al efecto telúrico de la crisis que en sus réplicas ha movido y continua mutando la legitimidad identitaria de lo que reconocemos como nueva ciudadanía en esta crisis en curso.

A lo mejor, en medio de las oportunidades que abra el proceso constituyente en la búsqueda de legitimidad institucional sistémica, como parte de las estrategias para la superación o transformación de la crisis en Chile, seamos testigos del nacimiento de un ‘Congreso Unicameral’ o de una ‘Fuerza de la Defensa Nacional’ que se sumen a la Plaza de la Dignidad. ¿Quién sabe? Tal vez, la singularidad sea mejor expresión de la pluralidad y diversidad en un país que requiere urgente simplificar su burocracia y enfatizar esfuerzos ante la falta de innovación colaborativa.

Desde el personaje novelesco de ‘Raíces’ Toby Walker, quien buscó su legitimidad identitaria como ‘Kunta Kinte’, pasando por un Malcom Litle que abandona el apellido de sus amos para rebautizarse como ‘Malcom X’ en su primera búsqueda identitaria afroamericana o su amigo generacional, quien abandona el nombre de Cassius Clay por el de ‘Muhammad Ali’, encontremos casos significativos donde un nuevo bautizo estuvo preñado de aprendizajes sobresalientes en la historia de personas y naciones.

No le fue fácil a Muhammad Ali, imponer su nueva identidad. A muchos comentaristas deportivos y autoridades les dio lo mismo su gesto y lo siguieron nombrando Cassius Clay. Uno de los puntos de quiebres lo tuvo que vivir otro boxeador que se negaba a reconocer su nueva identidad, así como hoy muchos señores que aparecen en pantallas y micrófonos eluden referirse al bautizo que la ciudadanía le dio a la Plaza de la Dignidad. Ali, golpe tras golpe ante su rival Ernie Terrell en el ring le repetía con bestial pedagogía ‘¿Cuál es mi nombre? What´s my name?

En nuestra chilenidad cada vez más quiltra e intercultural por efecto positivo de la migración, el paisaje ha ido cambiando en lo cultural. Hoy, es más que necesario cambiar al país por la cultura y no por la economía como ha sido el reduccionismo que ha periclitado la actual crisis de legitimidad institucional sistémica. En ello, radica el principal desafío, incluso desde las dimensiones políticas, económicas y sociales de la CLIS. Compatibilizar democracia representativa con el ejercicio de democracia directa, desarrollo económico armónico con ejercicios de economía circular, creativa y solidaria, más cooperación en las relaciones sociales que cohesión social amorfa, es decir, darle más espacio imaginativo a la innovación colaborativa.

Un Raúl Alarcón reconocido hoy en día como el diputado Sr. ‘Florcita Alarcón’ es concordante con los cambios culturales que se comienzan a inaugurar en Chile o recientemente con la nueva Ley de Identidad de Género se abriga un espacio identitario legitimado para una líder extraordinaria como ‘Paula Dinamarca’, que entiende a cabalidad la importancia del diálogo estratégico y avanzar en negociaciones paso a paso en pos de cambios culturales.

Quienes saben de portazos en la cara una y otra vez, son más conscientes de que los cambios no avanzan desde la lógica del ‘todo o nada’. Construir cultura e infraestructura de paz es desprenderse del ego, ser libres en los sueños, poner en práctica diversos diseños para aproximar mapas con territorios. En ello, las crisis y sus conflictos anidados agudizan los sentidos.

Como nos recuerda Paula, habitar el cuerpo es muy distinto a habitar la identidad, la República, la nueva ciudadanía. Lidiar con la ignorancia sigue siendo desafío pendiente para conseguir mayores niveles de inclusión en todos los grupos etarios, en toda la diversidad intergeneracional.

En las primeras décadas del siglo XIX, quienes se autoproclamaban los dueños de Chile deslegitimaron identitariamente al mismísimo Bernardo O’Higgins nombrándolo como ‘el guacho Riquelme’. Reconocerse en una identidad va de la mano con la búsqueda de la dignidad. Somos un país joven y acotado en su territorio y población. Dignidad se traduce como excelencia y grandeza. El honor de reunirse como iguales en dignidad y derechos en el espacio público es el primer paso para transformar la crisis en una oportunidad identitaria y reconocernos como constructores de paz sostenible en las plazas de nuestros afectos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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