
Pandemia, mortalidad y ciudad
En estos momentos de incertidumbre y angustia por la pandemia que nos aqueja y que se ha llevado la vida de miles de compatriotas, ya sea como consecuencia directa o indirecta del COVID-19, es necesario observar la evidencia empírica que nos entrega la estadística demográfica acerca de la mortalidad en Chile durante el primer semestre 2020 y, también, un segundo corte, que incluye solo el trimestre abril-junio, puesto que es durante este lapso cuando la pandemia se abrió paso con fuerza.
Al mismo tiempo exploraremos brevemente algunas razones urbanas para dar cuenta del estado y evolución de esta pandemia en nuestro país. Veamos primeramente qué nos dicen los fríos números.
Exceso de mortalidad
El exceso de mortalidad significa en palabras simples el número de fallecimientos que sobrepasan lo normal que se ha proyectado para un año determinado, como consecuencia de algún evento singular. En este caso revisaremos este exceso en tiempo de la pandemia. Nuestras fuentes de comparación son las siguientes: la primera corresponde a las defunciones proyectadas por el INE para el año 2020. Estas defunciones incluyen el tamaño y composición de la población de este año, por lo mismo, son un mejor punto de comparación que las muertes de años precedentes. La segunda fuente son las inscripciones de defunciones anotadas en el Registro Civil.
La estimación de muertes para Chile 2020 realizada por el INE es de 117.050. Entre el 1 de enero y 30 de junio se produce el 48,1% de los fallecimientos en Chile. En consecuencia, la proyección de muertes 2020 para el primer semestre es de 56.302 personas. El Registro Civil inscribió en este mismo lapso un total de 61.803 personas fallecidas. La diferencia es de 5.501 personas, un 9,8% más. Esta es la cifra estimada de exceso de mortalidad correspondiente al primer semestre 2020.
Si acotamos este análisis al trimestre abril-junio, que es donde se produce la casi totalidad de los fallecimientos por COVID-19 –la primera muerte reconocida por esta causa se produjo el 21 de marzo–, obtenemos lo siguiente: en este trimestre se produce el 25,5% de las muertes en Chile. Bajo ese parámetro la proyección arroja un total de 29.848 personas. El Registro Civil inscribió en este mismo trimestre un total de 36.150 fallecimientos. La diferencia es, en este caso, de 6.302 personas, un 21,1% más. Esta es la magnitud estimada de exceso de mortalidad en este trimestre.
Para cotejar este exceso calculado con las cifras de fallecidos confirmados por COVID-19, apuntaremos que estos fueron al 30 de junio 5.688 personas. Podemos, pues, concluir que el exceso de mortalidad para los períodos considerados es consistente con las cifras que las autoridades de salud han entregado en contexto de pandemia.
Este acotado análisis basado en evidencia echa por tierra toda especulación acerca de un manejo oscuro de las cifras de mortalidad. Incluso si hacemos un cálculo de las muertes por causa de enfermedad respiratoria, que representan un 9,5% del total de fallecimientos (Minsal), nos arroja que durante el trimestre abril-junio la proyección de estas muertes sería de 2.836 personas.
Es evidente que no todas las muertes por COVID-19 llevan como causa básica una enfermedad respiratoria sino que acompañan a otra causa de base o súbita, como ha sido expresado por expertos en estadísticas epidemiológicas en reiteradas ocasiones. De ahí surge la necesidad de ser prudentes con las causas probables de muertes asociadas a COVID-19 y que en estos momentos el DEIS está revisando y procesando para entregar una información más acuciosa a las autoridades nacionales y a la OMS.
Como ya indicamos en una columna anterior, el 25% de las causas de muertes son susceptibles de modificación por el DEIS como consecuencia de una revisión más exhaustiva y el cruce con otras bases de datos. Recién a fin de año podremos tener una evaluación serena y más certera del efecto en mortalidad de la pandemia.
Ahora bien, cuál ha sido la relación de la mortalidad y el envejecimiento de nuestra población que avanza a rápido paso.
Envejecimiento
Es bien conocido que esta pandemia está afectando más letalmente a las personas mayores. En resumen: los jóvenes se contagian y los más viejos se mueren. ¿Qué hay de cierto en esta idea que recorre el mundo y Chile? Veamos: con corte el 30 de junio, el 85% de los fallecimientos se han producido en adultos mayores: un 50% en personas de la tercera edad (60 – 79 años) y un 35% en personas de la cuarta edad (80 y más años). Los adultos mayores representan en Chile el 16% del total poblacional, cifra está que aumenta cada año como consecuencia de nuestro envejecimiento demográfico y, también, debe decirse, el aumento de la esperanza de vida que representa un logro en desarrollo humano para nuestro país y lo coloca entre aquellos pocos que ya superan el promedio de 80 años en este indicador.
En términos globales de los fallecidos por COVID-19, el 58% son hombres y el 42% son mujeres. Esta enfermedad afecta con mayor severidad a hombres que a mujeres. Sin embargo, debemos señalar que la mortalidad es mayor en los hombres en todas las edades. Por lo mismo, la esperanza de vida en Chile es en mujeres de 82 años frente a los 77 años de los hombres. Y si nos adentramos específicamente en la mortalidad en pandemia de los adultos mayores, estos porcentajes cambian ligeramente: un 56% para hombres y un 44% para mujeres. Este cambio es natural como consecuencia de la mayor presencia femenina en las edades más avanzadas. De hecho, en mayores de 80 años las mujeres duplican en número a los hombres.
Una reflexión que poco se ha hecho durante este tiempo de pandemia dice relación con la elevada mortalidad que ha ocurrido en los países europeos de adultos mayores en residencias en donde viven permanentemente, aunque no presenten enfermedades invalidantes. En el caso chileno, más allá de las muertes acaecidas, nuestra tasa de mortalidad por millón de habitantes sigue siendo tres veces inferior a la europea.
Una de las razones más importantes dice relación con que nuestros adultos mayores siguen aún de manera mayoritaria viviendo en el entorno familiar y al cuidado de personas externas o de los propios familiares. Aún siguen siendo principalmente las mujeres quienes se hacen cargo de este cuidado. Entre 1990 y 2017 (encuestas Casen) los hogares de personas solas de más de 64 años pasó de 5% a 12%. Es decir, cada vez más los adultos mayores viven solos y eso implica una necesidad de cuidado externo y en los grupos vulnerables la necesidad de contar con el apoyo del Estado. En particular en los mayores de 75-79 años, en donde la dependencia leve, moderada o severa alcanza a un 18% y en mayores de 80 años un 40%.
Esta pandemia y sus efectos en la población adulta mayor debeN hacernos reflexionar seriamente sobre la sociedad de las próximas décadas, en donde una proporción importante será dependiente del apoyo y cuidado de los adultos jóvenes, sea en forma directa o, lo más probable, a través de los distintos mecanismos que tendrá que generar el Estado.
Plantearemos ahora algunas reflexiones acerca de las causas de la rápida propagación del virus en nuestra gran metrópolis, Santiago.
Concentración urbana y migración
Hasta la fecha de corte 30 de junio, la cifra de contagiados totales es de 282.043 personas. Los fallecidos confirmados por el Ministerio de Salud son 5.688, lo cual evidencia una letalidad del 2%. El 86% de los fallecimientos por esta causa se han producido en la Región Metropolitana, donde viven poco menos de 8 millones de personas y se concentra el 41% de la población total de Chile. Ciertamente existe una clara evidencia de que la RM, con su capital Santiago, es fuente principal de contagio y muerte en esta pandemia, en una proporción mucho mayor de lo que representa a nivel nacional. El 78,4% del total de casos de contagio se han producido en la Región Metropolitana. El contagio más elevado lo aportan el grupo etario entre 25 y 34 años con un 25% del total.
Ciertamente alguna razonable interpretación se debe aportar para comprender esta diferencia tan pronunciada que evidencia la RM respecto del resto de Chile. La propagación del virus se produce, sociológicamente hablando, por contacto social y movilidad espacial. La RM muestra por su dinamismo urbano ambos rasgos que son facilitadores del contagio. Es más, algunas comunas de la RM han presentado en estos últimos años un crecimiento completamente extemporáneo como consecuencia del inusitado fenómeno migratorio.
En algunas comunas se observa bastante evidencia al respecto: en Santiago el 43% de los residentes son inmigrantes; en Independencia lo son un 44%; en Estación Central un 28% y en Recoleta un 22% (cifras actualizadas y calculadas por el autor). El crecimiento de la población total en estas comunas ha sido explosivo; entre el censo de 2017 y las estimaciones 2019 (INE – DEM), la comuna de Santiago ha aumentado su población en un 96%; Independencia en un 84%; Estación Central en un 113% y Recoleta en un 54%.
El 41% del total de inmigrantes de la RM se concentra en estas cuatro comunas. Con todo, es necesario precisar que esta situación de alto crecimiento en tan corto tiempo, que ha conducido sin duda a graves problemas de hacinamiento y precariedad social, no es responsabilidad de la población migrante. Empero sí lo es de aquellos que han impulsado la idea de una migración abierta y libre sin tomar en consideración las posibilidades de integración estructural de estos inmigrantes en forma digna en nuestro país. Solo bastaría decir que entre el Censo 2017 y la estimación 2019 la población inmigrante en Chile se duplicó y hoy alcanza 1,5 millones, llegando a casi el 8% del total de la población.
La situación migratoria en los primeros años de llegada a un país acarrea por cierto dos necesidades apremiantes: empleo y vivienda. La situación que empezó a vivirse en Chile desde octubre y ahora con la pandemia han acotado las posibilidades de esta población para procurarse tanto empleo como vivienda en condiciones decorosas. Por lo mismo, la natural y correcta exigencia de cuarentena, ya sea parcial o total, para enfrentar la pandemia han significado una traba de ingentes proporciones. Esta situación no ha sido hasta ahora abordada con la premura que requiere. Es muy probable asimismo que, por el tiempo breve de estadía en nuestro país, aún no dispongan de los requisitos para poder acceder a los beneficios sociales. Estas ayudas, sabemos, han tenido como objetivo principal evitar la movilidad espacial.
Por lo mismo, existe una causa probable que explique los elevados contagios en la RM vinculada a decisiones de política pública tomadas en forma errática, e incluso negligente, por las autoridades del gobierno anterior, con fuerte apoyo de algunas organizaciones no gubernamentales, en el sentido de incentivar, sin base en la consideración de nuestra realidad económica y social, la llegada de población migrante sin haber ideado mínimas bases de seguridad, orden y regularidad en este proceso. Y agregaría sin tampoco haber examinado las posibilidades de inserción urbana digna para un nuevo grupo poblacional externo, mayoritariamente joven y de gran dinámica urbana.
El llamado es a actuar en estos momentos con un sentido de urgencia y abordar, por un lado, la coyuntura migrante en contexto de pandemia para poder apoyar a este grupo, así como también facilitar que ellos colaboren estrechamente con el freno del avance de esta enfermedad viral. Por otro lado, y no menos importante, la nueva ley de migraciones que se discute aún en el Parlamento debiese asociar sin medias tintas la migración –por cierto, un fenómeno humano muy positivo y enriquecedor para Chile– con las reales posibilidades de integración, más aún cuando vienen años de grandes desafíos en lo económico y social para nuestro país.
En suma, las cifras de mortalidad en exceso son concordantes con lo expresado por las autoridades sanitarias. Eso nos debe tranquilizar y hacer que concentremos todo nuestro esfuerzo en atajar este flagelo infeccioso con la mayor rapidez, eficacia y unidad posible.
Una preocupación principal debe estar colocada en nuestros adultos mayores, en especial aquellos con algún tipo de dependencia. Ellos son los que peor lo están pasando, pues no es solo la idea de muerte que ronda sino también la angustia de un futuro con mucha incertidumbre.
Y nuestro alto grado de primacía urbana, evidenciada en fuerte concentración de la población y actividades en la Región Metropolitana, nos juega hoy una mala pasada por el acelerado crecimiento de comunas vulnerables con población migrante de reciente llegada. Ellos no han encontrado el paraíso prometido y viven en condiciones de hacinamiento y precariedad social que en nada ayuda en este momento a salvaguardar su salud y poner atajo a la pandemia.
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