Si pudiera resumir en gran parte el trabajo que hago como psicólogo y psicoanalista, tiene que ver con poder pensar junto con las personas los diferentes escenarios de la vida, en la que se han enfrentado y desencadenado experiencias que resultan dolorosas de elaborar. Como personas, continuamente nos vemos enfrentadas a diversos escenarios donde nuestra posibilidad de procesar nuestras experiencias se ve interferida por la interpretación que le damos a la realidad de acuerdo a nuestra historia. Una la realidad que interpretamos, pero que se ve interferida también por los contextos culturales, sociales y temporales. Actualmente, la pandemia, la crisis económica, el sufrimiento, el dolor, los duelos, son experiencias que aún nos encontramos procesando de acuerdo a nuestras posibilidades en cuarentena y que inevitablemente tendrán un lugar en nuestra historia.
Sin duda, estamos expuestas(os) a distintas sensaciones de malestar dependiendo del lugar que ocupamos en el confinamiento, en la crisis económico-social y de salud. Estamos en lo que la psicoanalista franco-argentina Janine Puget (2015), nombra como mundos superpuestos, aludiendo a un encuentro de experiencias psíquicas en un mismo lugar, territorio y tiempo (en este caso prolongado), todas y todos en casa con miedo, angustia y estrés.
En ese sentido, la pandemia ha dejado al descubierto que nuestra aparente omnipotencia que ocupábamos ante la “realidad normal”, era tapada por la fragilidad que poseemos, sobre todo ante situaciones catastróficas, crisis sociales y económicas.
Nos habíamos olvidado (o tenido que olvidar) de nuestras emociones, de nuestras angustias, de nuestra salud mental, por diversos motivos: el tiempo que requiere una psicoterapia, el dinero que puede costar y el difícil acceso que el mismo sistema de salud tiene como sistema público o privado. En ese sentido, no es menor que gran parte de la población chilena acuda a una psicóloga(o) solamente con el fin de aliviar un malestar cuando se está en riesgo o en pleno desborde.
El 23 de junio la encuesta realizada por la mesa social en su quinto informe del Movid-19, daba cuenta de un aumento en la sensación de incertidumbre en la población que se encuentra con trabajo. Mayoritariamente, son las mujeres (55,8%) las que tienen sintomatología que da cuenta de un empeoramiento en su salud mental, por sobre los hombres (42,8%). El sentirse deprimida, bajoneada, ansiosa, tener estrés ante el cuidado del hogar, el miedo a la pérdida laboral y el aumento de la violencia de género, son síntomas que reflejan la sobrecarga que las mujeres tienen en cuarentena.
Las interpretaciones que se pueden desprender de la encuesta son casi obvias, gran parte de la población chilena se encuentra afectada a nivel de la salud mental en este periodo de encierro. Donde la incertidumbre, el miedo, la violencia y la angustia por la fuente laboral impactan fuertemente en las familias chilenas y sobre todo en la mujer (y las trabajadoras de la salud). La cual debe verse en la obligación muchas veces de sostener su estado de ánimo (de no poder deprimirse), ya que debe “seguir luchando contra la adversidad y la fijación de roles a nivel familiar y social”, que desgastan, estresan y generaran un malestar psicológico que es grave durante este periodo.
Por otro lado, aun cuando comencemos pronto el periodo de desconfinamiento, las secuelas emocionales serán múltiples y solo se verán en el tiempo. Sobre todo, porque este tipo de experiencias nos inducen siempre a guardar o a silenciar las experiencias dolorosas o angustiantes debido a tener que seguir adelante por motivos: económicos, de sostener a la familia, pareja e hijos, entre muchos otros.
Sin embargo, lo que ha ido demostrando este tipo de experiencias traumáticas como la pandemia es que la ayuda de los grupos humanos y la necesidad de dar testimonio de nuestras experiencias son las que ayudan a sentirnos apoyadas(os). Por ende, la posibilidad de confiarle a alguien esta experiencia es de suma importancia, no solo por el hecho de sentir un sostén o apoyo emocional, sino porque es una posibilidad de significar el impacto que ha tenido la pandemia en nosotras(os).
De esta manera, el gran desafío del desconfinamiento a nivel emocional y del cuidado de nuestra mente, será ir asimilando poco a poco (y de acuerdo a nuestros ritmos como adultos mayores, mujeres, hombres, niñas y niños), que no volveremos a una realidad como la que teníamos antes y que probablemente tardará mucho más tiempo del que quisiéramos el poder abrazarnos sin despertar el miedo o la angustia por contagiar al otro o ser contagiados.
En suma, si bien existe un gran trabajo que se debe hacer en garantizar el acceso a la “salud mental” de manera sostenida en la población, el gran trabajo de nosotras(os) está en reconocer qué necesitamos para poder “sostener un futuro” a nivel emocional, el cual muchas veces puede favorecerse con la ayuda de una psicoterapia. Es decir, autorizarnos a enfermarnos y “a no dar más”, después de una experiencia como ésta, un síntoma de bienestar, puede ser el comprender cómo el tiempo de cuarentena nos ha afectado emocionalmente.