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¿Qué debiera entender la oposición? Opinión

¿Qué debiera entender la oposición?

Enrique Fernández Darraz
Por : Enrique Fernández Darraz Doctor en Sociología, académico.
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Así como el Gobierno, la derecha y la elite empresarial no logran comprender (o aceptar) un conjunto de situaciones sociales, la oposición también hace lo propio.

Sin duda esta tiene un diagnóstico más acertado de lo que está sucediendo, sin embargo, existen –a mi juicio– al menos tres aspectos que debiera esforzarse por entender mejor, si quiere tener cierta viabilidad política. En especial, considerando que quien gobierne durante el próximo período implementará la primera Constitución Política elaborada democráticamente en la historia de Chile.

Para comenzar, la oposición debiera formular las bases de un nuevo proyecto de sociedad. No basta para ello con construir un discurso o –como se suele llamar con cierta cursilería– “una narrativa”. Menos aún con un simple programa de medidas administrativas, cuyo cumplimiento se compromete a chequear cada tanto, una vez alcanzado el Gobierno. Tampoco basta con criticar lo existente. Es obvio que aspectos de la realidad considerados deficitarios o perjudiciales se pueden usar como ejemplos de lo que no se quiere repetir. Pero ello en sí mismo no constituye una visión de futuro, sino solo una negación del presente.

De lo que se trata es de plantear grandes preguntas, cuyas respuestas entreguen claridades sobre la sociedad en que nos gustaría vivir y el modelo de desarrollo que quisiéramos tener. Del tipo: ¿qué ámbitos de la vida social serán delegados al mercado y cuáles encomendaremos al Estado?, ¿qué derechos sociales es necesario garantizar a la ciudadanía y cómo se construirá un sistema de bienestar social?, ¿qué estatus político y ciudadano corresponde a los pueblos originarios?, ¿cómo debieran ser nuestras ciudades o nuestra matriz energética?, ¿cuál será el rol que asignaremos a la educación y la ciencia en nuestro modelo de desarrollo? Entre muchas otras posibles.

Además, una visión o proyecto de sociedad –y este es el segundo aspecto que la oposición debería entender mejor– solo se podrá construir con legitimidad y viabilidad si se hace a partir de las inquietudes, dolores y sueños de la propia ciudadanía. Si bien, como es ya casi costumbre, esto se puede hacer alejado de ella, el riesgo de caer en el corto plazo en el vacío es enorme. Por lo mismo, se debe avanzar en desarrollar una relación orgánica con las organizaciones sociales y abrir la institucionalidad a su participación. Es decir, lograr una suerte de decantación ascendente de las ideas que emanen de la sociedad civil.

Recuperar el vínculo con la ciudadanía es tal vez uno de los desafíos más importantes que la oposición tiene en la actualidad. De no hacerlo y continuar en su espiral elitista, más temprano que tarde no será distinguible de quienes hoy integran el Gobierno y, probablemente, no pase mucho más allá de ser otro proyecto político cualquiera, de escasa trascendencia.

Por último, es fundamental que la oposición comprenda que participar en política no tiene sentido alguno sin vocación de poder. Y ello implica trabajar para hacerse de él. En ese camino se debe estar dispuesto a construir alianzas y negociar posiciones, aun a costa de sacrificios ideológicos.

En política de poco sirve permanecer como espectador en la comodidad del palco opositor, esperando la oportunidad perfecta, que tal vez nunca llegue. Pocas dudas caben de que es mejor pelear por diferencias dentro de un cierto progresismo ejerciendo el poder, que cacarear mirando, como otros hacen. Más aún, es fundamental entender que cada vez que se cede el poder, quienes lo ejerzan correrán la línea y, por tanto, se partirá desde más atrás. Ni hablar de la relevancia que ello tiene en el desarrollo del proceso constituyente que viene.

Hoy, entonces, se requiere que la oposición desarrolle la capacidad de imaginar una sociedad diferente, que responda con fidelidad a lo que la sociedad exige. Y, por supuesto, que tenga la voluntad de llegar al poder para concretar esa visión.

No entender esto es condenarse a sí misma y a todo el país a una farra que la ciudadanía y la historia no perdonarán.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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