El proceso constitucional tiene aspectos que lo hacen único. En él, vamos a discutir los elementos estructurales que configuran nuestra sociedad, en un contexto mundial muy particular. Como nunca antes, hemos presenciado los efectos de ser parte de sociedades marcadas por la inequidad, donde la posibilidad de perder la salud y la inseguridad que ello genera, no solo se limita a la realidad corporal, en términos vitales, sino a la salud mental y espiritual, a tener comida, techo, luz y agua. Así, entramos a un proceso constitucional que será el primero pospandemia. Cuando la sociedad toda ha evidenciado la vulnerabilidad humana y el riesgo creado al habitar un sistema social, económico y político que desprotege a la enorme mayoría de quienes habitamos este territorio.
Otro elemento relevante y distintivo, es que esta nueva Constitución es la primera que se escribirá con la certeza científica de estar ante una emergencia climática y ecológica. Esto, para un país como el nuestro, en América del Sur, implica en gran medida asumir los riesgos de dinámicas forjadas por grandes economías, protegernos frente a ellos y determinar cómo empujaremos un comportamiento distinto que permita forjar una coexistencia diferente en nuestro planeta, con pleno respeto a los derechos humanos y hoy, más que nunca, a los derechos de la naturaleza.
En Chile, hemos visto muy de cerca cómo el modelo económico consagrado en la Constitución ha configurado un país marcado por profundas inequidades, tan profundas que, incluso antes de la pandemia, se hicieron a tal punto insostenibles que provocaron el quiebre de la estabilidad democrática, y que luego, durante la pandemia, solo se han agudizado. Modelo que, a su vez, se expresa de manera local con una degradación de las aguas, los suelos y el aire, pues descansa sobre el despojo, vulnerando de manera multidimensional los derechos individuales y colectivos.
Quizás esta experiencia reciente, tan profunda y elocuente, nos permita proveernos de las ideas necesarias para consensuar un nuevo texto constitucional, un nuevo imaginario que permita la construcción de un modelo económico, político y social al cuidado del bienestar colectivo. Y asimismo, estoy convencida que la particularidad de ser esta la primera Constitución paritaria, nos dará una visión distinta respecto del rol que debe tener el Estado para con la sociedad. En definitiva, un rol de cuidado, comprometido en la promoción de los derechos esenciales para vivir plenamente, en dignidad y respeto. Por otra parte, la particularidad de tener escaños reservados para los pueblos originarios, nos dará una visión respetuosa con nuestro entorno, la posibilidad de un buen vivir.
Este territorio, con formaciones geográficas monumentales entre la cordillera y el océano, nos brinda el espectáculo de la vida. Acá, la diversidad cultural y biológica se expresa como en pocos lugares, regalándonos valores estéticos y económicos que sostienen nuestra existencia. Y sin embargo, permitimos un modelo de crecimiento exacerbado e inequitativo que lo destruye todo sin limitaciones públicas, sin la consideración de mantener los equilibrios necesarios para sostener los años venideros, que ha sido profundamente injusto con la gran mayoría de los chilenos y chilenas, y ha puesto en riesgo real las condiciones en las que habitarán las futuras generaciones. Hoy, es nuestro deber la protección de ese futuro, hacerlo posible.
El año que pasó nos enseñó más que nunca sobre la fragilidad de la vida y lo desamparadas y desamparados que estamos frente a un Estado que no resguarda el bien común. Estoy convencida que las crisis climática y ecológica tienen la misma gravedad y que ese debe ser el sentido de urgencia para forjar una nueva estructura de poder. Queremos un Estado que nos proteja de verdad frente a los riesgos, queremos aportar en la toma de decisión de los aspectos más esenciales del vivir en sociedad, porque cuando hablamos de salud, sabemos que la salud humana depende del cuidado y la buena salud planetaria.