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Arrebol de nuevos amaneceres Opinión Crédito: Nicolás Lagos

Arrebol de nuevos amaneceres

María Ignacia Ibarra
Por : María Ignacia Ibarra Socióloga. Maestra en Antropología Social, Doctora (c) en Sociedad y Cultura
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Cuánto tiempo soñamos este momento. Ni en los mejores imaginarios creímos que ocurriría un milagro como el que hoy estamos viviendo.

Nacimos en un país nostálgico de un pasado en donde hubo justicia social en tiempos de Unidad Popular, una primavera truncada por la dictadura militar y la instalación a la fuerza del modelo neoliberal.

Crecimos en un país con un sistema de pensiones privatizado y altamente perjudicial para les trabajadores, un sistema educacional con una ideología segregadora, excluyente y lucrativa, un sistema tributario que beneficia prioritariamente a las grandes empresas, un sistema mixto que ha convertido a la salud en negocio y no como un derecho inalienable. Un país que no ha tenido soberanía sobre sus territorios porque ha habido una deliberada privatización de los cursos de los ríos, de la gran minería, de los bosques y de la agricultura.

Un país con un Estado racista que viola sistemáticamente los derechos de los pueblos originarios y migrantes. El neoliberalismo que en aquellos años de oscurantismo dictatorial se implantó e hizo de Chile un experimento social a la vista de todo el mundo, nos convirtió en una sociedad desigual e individualista. Pensábamos que ese modelo había calado hondo, creíamos desde el pesimismo que el pueblo había perdido el espíritu crítico, nos quejábamos de la reproducción de comportamientos egoístas, indolentes y poco empáticos con el otro.

Han pasado 15 años desde el año 2006 cuando fue la revolución pingüina, aquel levantamiento de estudiantes secundaries que dieron lecciones de valentía a una población completa. Se decía que era una generación sin miedos ni traumas heredados de la dictadura militar. Ahí comienza a forjarse una semilla de rebeldía en los corazones de todes quienes nos involucramos en esa lucha y nos indignamos ante la desfachatez de una ley que finalmente solo fue reformada meses después. No estábamos satisfechas, nunca lo estuvimos.

Hoy cantamos victoria y tenemos el corazón desbordado. El aprendizaje adquirido en las experiencias de trabajo político en la revolución estudiantil, en las manifestaciones en contra de HidroAysén, en la indignación compartida por los crímenes hacia el pueblo mapuche. Cuando las mujeres hemos puesto nuestros cuerpos y afectos en la calle y hemos dicho: “La revolución será feminista o no será”. Nada ha sido en vano. La olla estalló en octubre del 2019 y ya no volveremos a ser las mismas de antes. Nos detuvimos a observarnos y volvimos a sentirnos cerca. No nos soltamos.

Ahora, como nunca, tenemos una oportunidad histórica de transformar nuestro país. 77 constituyentes electes provienen de listas que –en principio– buscarán cambios radicales al sistema. Será una Constitución paritaria, con voces feministas múltiples, los pueblos originarios sabrán orientar las conversaciones para lograr intercambios de ideas. Sería hermoso imaginar esta instancia como los parlamentos que se realizaban en el Wallmapu, en donde había diálogo a través del nütram. Tenemos tantas preguntas e inquietudes de lo que ocurrirá y, sin embargo, a la vez, también tenemos plenas certezas y convicciones. Nos hemos ido nutriendo y autoformando desde hace años, sabemos lo que queremos y los cambios que necesitamos: una Constitución que deje atrás el modelo de privatización y exclusión que dejó anclada la dictadura de Pinochet. Una carta fundamental que considere los ejes que ha instalado el movimiento feminista en Chile y que han sido un motor para el estallido: una Constitución plurinacional, ecológica, que defienda y fortalezca nuestros derechos, que cuide nuestros cuerpos-territorios y que ponga en el centro a la vida. Sin olvidar, nunca, la exigencia de libertad inmediata a les presxs políticxs de la revuelta. Sin elles no estaríamos en este lugar, les necesitamos para avanzar.

El lunes por la noche nos reunimos con nuestra comunidad para brindar, abrazarnos y sentir el triunfo colectivo. Estamos de fiesta. Muchos años de fracasos en las elecciones; frustración, desconfianza y apatía. Que “lo político” solo estaba en las urnas y nosotras estábamos excluidas de la posibilidad de incidir. Que nada sacábamos con ir a marchas. El duopolio, votar por “lo menos malo”, “justicia en la medida de lo posible”. Ya fue suficiente. Entendimos que sumando nuestras luchas, encontrándonos en las calles, entrelazando nuestros anhelos y construyendo con amor y digna rabia, podemos imaginar otros mundos posibles.

Desde la ternura radical confiamos y miramos al horizonte con confianza, temblorosas de alegría. Contemplamos el arrebol de nuevos amaneceres. Sin miedos. Nos contenemos y abrazamos a quienes sientan temor por las diversidades que escribirán la Constitución. Nos transmitimos y reafirmamos que somos un mar de personas que queremos construir y reconstruir los tejidos para habitar un territorio de justicia.

Sabemos cómo organizarnos, movilizarnos y escucharnos. Tantos años de autoorganización a través de asambleas, cabildos, conversatorios y círculos de sentipensares nos sirven de experiencia para aprender a oírnos en nuestras diferencias y entender lo importante que es cuidar este proceso maravilloso que tenemos en nuestras manos. Porque es un proceso valioso, debemos defenderlo y reivindicarlo. Un momento histórico que es fruto de todas aquellas semillitas políticas, personales y colectivas, que hemos ido sembrando. Nos cuidaremos en la gran biodiversidad que encarnamos para disfrutar la primavera floreciente que hoy somos.

En medio del abismo global, nos dan ganas de invitar a todos los pueblos en resistencia a compartir este paisaje de esperanza: el neoliberalismo nace y muere en Chile, lo estamos viviendo.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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