Champurria es un concepto de primera importancia, lamentablemente desconocido. Champurriado(a) es una persona en parte mapuche, en parte chilena. Esta identidad mixta se evidencia muchas veces en los apellidos.
Por esta misma razón, el o la champurria es una persona que tiene dos mundos. Es alguien en quien habitan dos culturas. De uno modo parecido a quienes han tenido la oportunidad de vivir en otros países y aprender una o más lenguas, él, ella, puede alcanzar una riqueza humana y espiritual superior.
Digo que puede, porque es común que en el alma champurria estos dos mundos existan separados, sin tocarse, sin amarse, ignorándose, negándose uno a otro. El o la champurria es mal mirado por “winca” o por “indio”, despreciado a veces por lado y lado. Como el resto de los mortales, estas personas se llevan a la tumba un conflicto interior que, de haberlo resuelto, habrían sido más felices. La falta de reconocimiento enferma. Han recibido una identidad cuyo desconocimiento se somatiza. Pero los y las champurrias son inocentes. Son víctimas de un “pecado” que no es su pecado como tampoco lo fue el de sus padres, que se amaron tanto que no les importó trasgredir los tabúes que les impedían conjugar aquellos mundos.
Sin embargo, cuando el o la champurria inicia un camino de liberación su newen se enciende. Ni el mar lo apaga. Mira por encima, mira desde abajo, amarra el cielo y la tierra, y se convierte en un weichafe capaz de ganar batallas e incluso la guerra contra sí mismo.
Pero es difícil ver y transitar el camino de la autonegación al autorreconocimiento. Es un trabajo titánico, penoso, muy lento. Suelen pasar años para que una persona se descubra mapuche y chileno a la vez, en una palabra, mestiza. Se hace necesario ver la negación y llamarla despojo centenario de sus tierras, aguas, plantas y animales. Y, pues, el corazón champurria que se indigna por estos despojos, que recuerda a sus abuelos y bisabuelos pisoteados, y remonta con orgullo su genealogía, no sabe de infartos. Su experiencia espiritual convierte las heridas en cicatrices, ya que puede perdonar sin dejar de luchar contra las injusticias.
El camino a la liberación del o la champurria conduce a la sanación de una enfermedad hereditaria. Esta cura requiere a veces la asistencia de otros, de machis que, a su vez, hayan enfermado y sanado por los buenos espíritus. En estos casos el o la machi hace de mistagogo que remedia con yerbas, pero que puede hacerlo también con relatos liberadores que ayudan a tomar conciencia de la inocencia.
Vayamos más lejos: el pueblo chileno es champurria. El champurria no está allí, sino aquí, en mí, en ti. Llevamos en el alma un daño de siglos que hemos aprendido a esconder a la vista de las otras naciones, y de nosotros mismos. El o la chilena es acomplejado. Mira hacia arriba y se avergüenza. Mira hacia abajo y menosprecia. Se ruboriza de haber sido víctima de blancos cuidadosos de seguir siéndolo. Es que en la escuela leyó los textos que le contaron la historia de los vencedores. Sus profesores, asimismo, le hicieron olvidar el mapudungún, le cortaron la lengua, pues el ministerio mandaba enseñar mejor inglés.
Pero el futuro del país no depende del inglés ni del PIB. Hay algo más grande. El destino de los pueblos que integran este país será cosa de quienes abran el sendero que va de la agresión a la justicia y la reconciliación. Algo así nos diría la machi Adriana Paredes Pindatray. Según ella, “tú no te puedes sanar si sigues siendo víctima pasiva de la usurpación. Es tan importante sanar en esta comprensión, de que sanar menos significa convertirse en opresor” (Elisa García, Zomo newen, Lom, 2017).
Pido perdón por adentrarme en el corazón mestizo sin haber pedido permiso. Lo hago porque hablo de gente que también a mí me despeja el camino por hacer. Adriana, con su testimonio de machi champurria, me pone en la huella de la salida.