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Superioridad moral: el engaño de la izquierda Opinión

Superioridad moral: el engaño de la izquierda

Tomás Fuentes Barros
Por : Tomás Fuentes Barros Cientista político.
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La izquierda ha tenido éxito mediático al instalar la superioridad moral en temas como la desigualdad, DD.HH. y libertades personales. Esa élite ha logrado establecer una hegemonía cultural basada en un discurso falaz y maniqueo. Por ejemplo, cuando hablamos de mantener el orden público y combate al vandalismo, ellos nos acusan de promover agendas contrarias a la de los Derechos Humanos; si hablamos de propiedad individual de los fondos de pensiones, nos califican de los paladines de las AFPs; si proponemos reformas con estabilidad, aseguran que nos oponemos a los cambios; y si hablamos de cuidar a los emprendedores, nos tildan de neoliberales.

Una infantilización moralista que propone la izquierda identitaria para censurar y cancelar a todos quienes no piensan como ellos. Un discurso espurio con un claro foco electoral, que solo evidencia su incompetencia.

Como centroderecha, nuestro deber es cambiar el eje, ya que la construcción de un mejor Chile jamás será posible sosteniendo un debate moral. Por el contrario, el futuro de nuestro país depende de la capacidad de gobernar, de poner propuestas sobre la mesa y efectuar las reformas para que el desarrollo llegue a todos los chilenos.

Por tanto, lo primero es desenmascarar a la izquierda moralista que pontifica desde una montaña de privilegios. Crecieron con todas las oportunidades y han profitado del sistema público, transformándose en una élite completamente disociada de las demandas de los chilenos. Prueba de ello, es el proyecto del cuarto retiro, cuyo objetivo declarado por el presidente de la Comisión de Constitución de la Cámara de Diputados, es poner fin a las AFPs, sin si quiera presentar una alternativa de cómo recuperar los fondos para avanzar hacia un sistema más justo y con pensiones dignas para los chilenos.

Asimismo, para las campañas son acérrimos detractores de los aportes de privados, ocultando el hecho de que en realidad quieren un sistema totalmente financiando por el Estado, es decir, con los impuestos de todos los chilenos. ¿Los beneficiarios? La misma clase política de la que ellos forman parte.

En segundo lugar, tenemos que defender con fuerza a las Pymes y emprendedores, brindándoles seguridad y apoyo. Que sepan que, si fracasan, van a volver a levantarse. Que el Estado, que es un pésimo pagador, les otorgue un trato justo. Debemos garantizar el derecho a vivir y trabajar en un entorno seguro. Que se persiga a los narcos que controlan barrios y poblaciones enteras. Que los más débiles cuenten con instituciones que los protejan y que no miren para el lado o actúen con desidia.

El punto de partida de este cambio de eje es de sentido común: para mejorar nuestro país hay que conocerlo, pero desde la humildad y no desde Twitter. Debemos preocuparnos de las personas de carne y hueso. De sus historias de vida, de sus fracasos, de sus penas, de sus miedos. De la incertidumbre de la clase media emergente, de la frustración de quienes llevan años esperando por un subsidio habitacional para dejar de vivir como allegados.

Hoy tenemos la obligación de hablar del Chile real, no del Chile ideologizado que presenta la izquierda desde sus propias utopías y superioridad moral en desmedro de lo humano. Nuestro esfuerzo, dedicación y trabajo deben estar ahí, en conformar un proyecto donde personas voten por personas y no por revoluciones imaginarias. Solo así será evidente el engaño de la izquierda.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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