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Sichel y su falacia meritocrática Opinión

Sichel y su falacia meritocrática

Mauricio Jelvez
Por : Mauricio Jelvez Economista, Foro Desarrollo Justo y Sostenible.
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“Leo harto a Michael Sandel” nos decía el candidato Sebastián Sichel ante una pregunta que se le hacía acerca de sus lecturas.

No tengo razones para dudar de la veracidad de su respuesta, aunque claro siempre existe la posibilidad de leer y no entender. Ese parece ser el caso de Sichel, toda vez, que de cara a las primarias nos contó un relato basado en “mi historia” en donde resaltaba una biografía provista de abundante meritocracia.

Nos recordaba una y otra vez su origen humilde y sus carencias económicas durante su infancia y juventud, como buscando a través de ese recurso asemejarse al resto de l@s chilen@s que viven esa realidad.

De nuevo, no tengo elementos para desconfiar de esta parte de la historia que nos ha contado. Lo que sí sé es que en las omisiones está su falacia meritocrática. Al omitir o desatender los hechos objetivos como que proviene de una familia con alto capital cultural, que no es lo mismo que capital económico, que estudio en la PUC que es donde se forma, principalmente, la elite del país, que uso la política como mecanismo de ascenso social y que, en su tránsito hacia la derecha, sumó redes con los grandes empresarios del país, dejó de pertenecer a esa mayoría de chilenos y chilenas que lidian cotidianamente con sus vulnerabilidades sistémicas y, de paso, anuló sus posibles atributos meritocráticos.

Sandel en su libro “La tiranía del mérito” deja bastante claro que a la luz de la trayectoria de vida del candidato Sichel no estaría cumpliendo los requisitos mínimos para auto convencerse o tratar de convencernos que se ha “ganado el éxito gracias a su propio talento y esfuerzo”.

Sandel advierte, además, que en las personas jóvenes esta fantasía “tiene un efecto corrosivo en las sensibilidades cívicas, puesto que, cuando más se conciben con seres hechos a sí mismos y autosuficientes, más difícil les resulta aprender gratitud y humidad. Y, sin estos dos sentimientos, cuesta mucho preocuparse por el bien común”.

Es precisamente aquí en donde esta pretensión de Sichel se encuentra con implicancias políticas de suyo importantes y que ayudan a entender las diferencias sustantivas que hay entre ser de derecha o de centro izquierda o izquierda.

Sichel en tanto candidato de la derecha chilena comparte una visión tecnocrática de la política la que a su vez se liga a su fe en el mercado como el camino principal para conseguir el bien común, vaciando así el discurso público de argumentos morales sustantivos y tratando materias susceptibles de discusión ideológica como se fueran simples cuestiones de eficiencia económica y, por tanto, un coto exclusivamente reservado a los expertos (Sandel).

Al contrario, una opción de centro izquierda o izquierda entiende que la nueva realidad política y social del país exige repensar y proponer un cambio sustantivo en el modelo de desarrollo seguido por Chile en las últimas décadas que garantice superar la excesiva mercantilización de nuestra sociedad, entendida ésta como la posibilidad exclusiva y excluyente de acceder a derechos sociales de calidad y suficiencia en función del éxito que cada individuo logre en su inserción al mercado, y que sincere de una vez por todas el fracaso de la promesa meritocrática que le hicimos, en igual período, a los chilenos y chilenas, especialmente a l@s jóvenes y que constituye una de las principales fuentes de frustración y una cierta sensación de pérdida de dignidad que los llevó a movilizarse desde el estallido social en adelante.

En consecuencia, el presente nos exige superar el modelo de sociedad preexistente puesto que como nos dice Sandel: “Lo que importa a una sociedad de meritocracia es que todo el mundo disfrute de idénticas oportunidades de subir la escalera del éxito; nada dice sobre los distantes que deban estar entre sí los escalones. El ideal meritocrático no es un remedio contra la desigualdad; es, más bien, una justificación de esta”. Que decir, sobre la insuficiencia que en el actual contexto tiene la mirada asistencialista sobre la pobreza y la superación de la desigualdad.

Por eso, la construcción del personaje con que se presenta Sichel no es inocua de cara a la decisión que deben tomar l@s ciudadan@s en noviembre, pues se trata de elegir entre un proyecto que busca reeditar una promesa fallida toda vez que no corregir los factores estructurales de la desigualdad con un retoque hacia un neoliberalismo algo más compasivo versus un proyecto de superación del neoliberalismo que mire con más entusiasmo la experiencia de la Europa de post guerra.

Todo ello, porque como lo dice Sandel: “Concentrarse exclusiva o principalmente en el ascenso social contribuye muy poco a cultivar los lazos sociales y los vínculos cívicos que requiere la democracia. Incluso una sociedad que pudiera facilitar esa movilidad ascendente mejor que la nuestra necesitaría hallar formas de hacer posible que quienes no asciendan florezcan allá donde se encuentren y se vean a sí mismos como miembros de un proyecto común. No hacerlo así les complica la vida a quienes carecen de credenciales meritocráticas y contribuye a que duden de su pertenencia”.

 

 

 

 

 

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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