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Hubo una vez un tren (2)… Opinión Daños causados por tsunami en Japón producto del megaterremoto en Chile

Hubo una vez un tren (2)…

Cyntia Páez Otey
Por : Cyntia Páez Otey Periodista y Magister en Periodismo Internacional con mención en RRII
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En 1913, Chile logró unir Iquique y Puerto Montt. Así fue como, a su paso, el tren no sólo logró ese anhelo de conectar al país, sino que coadyuvó a generar nuevos focos de desarrollo urbano, social y cultural. Además, de mejorar la eficiencia del transporte de productos ganaderos, forestales y agroindustria, se avanzó en la seguridad tanto en la comercialización como en el alcance del intercambio comercial con regiones más extremas del territorio.  

De haber continuado esta senda hacia el desarrollo, en un país conectado por vías férreas de norte a sur con ramales de costa a cordillera como pretendía Wheelwright: ¿cuál sería la realidad del transporte de pasajeros y de carga en el Chile del 2022? ¿las licitaciones de carreteras, los TAG y peajes hubiesen sido lo que conocemos hoy? ¿los empresarios de camiones tendrían alguna influencia en el desarrollo de políticas públicas medioambientales o, incluso, político? ¿los buses de pasajeros serían un buen negocio? ¿seríamos tan dependientes de los combustibles fósiles contaminantes y sus consecuencias para la salud del ecosistema? ¿el subsidio para combustibles del que gozan “sólo algunos” continuaría siendo exclusivo para estos rubros o esa inversión se destinaría al desarrollo de tecnologías verdes “para todos”? 

 

¿Cuándo se fue todo al carajo?

Fueron principalmente dos los factores causantes de la destrucción de la infraestructura ferroviaria y la desconexión portuaria de las ciudades del sur de Chile en la segunda mitad del siglo XX.  En primer lugar, el poder de la naturaleza; y, en segundo término, el poder político y los empresarios. 

Chile es un país sísmico, volcánico y expuesto a maremotos en todo su territorio.  Y, aún así, no contamos aún con una Estrategia Nacional de Reconstrucción eficiente, innovadora y con plazos acotados. Planificar hacia el futuro con autoridades responsables que eviten a toda costa que -tras la catástrofe y las inevitables consecuencias sociales- estos terrenos queden en manos de quienes buscan hacer del dolor, un negocio.  

Un ejemplo emblemático de esto es precisamente la capital de la X Región de Los Lagos y cómo a pesar de los 60 años transcurridos desde que el terremoto más potente del que la historia humana tenga registro, Chile no hizo ningún esfuerzo por reconstruir los pilares básicos de su economía basada en la producción de materias primas y comercio. 

La Estación de Ferrocarriles frente al muelle en la costanera de Puerto Montt era, sin lugar a duda, una necesidad para la zona y con su inauguración se inició oficialmente el transporte regular de pasajeros y carga. La pequeña ciudad -que no excedía de los 30 mil habitantes- se convirtió así rápidamente en un puerto vibrante, cosmopolita y, sobre todo, el puerto más importante del sur de Chile. 

Por su ubicación estratégica, protegida del mar abierto por la Isla de Chiloé, el Canal de Chacao y la Isla Tenglo, y su cercanía a los centros industriales más importantes de la zona, el tren -y su conexión con el Puerto- fueron fundamentales para la exportación de carga desde la región al exterior, ya sean destinos nacionales como internacionales. La población crecía a medida que se desarrollaba la industria y el comercio, atrayendo a familias de localidades rurales en busca de oportunidades de trabajo y gracias a la atractiva oferta de servicios de la capital de la provincia de Llanquihue. 

Nacía así bajo el alero del ferrocarril una sociedad que unía su tradición germana con la gente del mar, de la tierra y de la ciudad. Según el historiador local, Nelson Bahamonde: “Chilotes, indígenas y alemanes constituían el grueso de la población puertomentina, sociedad a la que también se incorporaron personas de diversos puntos del país, españoles, ingleses, franceses, suecos, daneses, sirios, palestinos y familias de otras nacionalidades, que le dieron a la ciudad un sello multicultural que se expresaba en las más diversas formas”.

Un factor clave fue, como lo mencionamos, el desarrollo del comercio, que no sólo abastecía a la población local y provincial- a través de una empresa de coches, caballos y carretas que ofrecían combinación con los vapores del Lago Llanquihue- sino que también a los colonos de la Patagonia quienes acudían a Puerto Montt para comprar en sus almacenes y bodegas los productos de primera necesidad que se despachaban vía marítima.

Los recursos obtenidos fueron bien administrados por la ciudad durante los años venideros. Los avances eran visibles y significaron una mejora sustancial en la calidad de vida de las personas: organización urbana y vialidad, como el ensanchamiento de la Costenera, trabajos de alcantarillado y tuberías, pavimentación de calles e inversión en obras públicas básicas como el Hospital de Puerto Montt. El desarrollo de la ciudad fue incombustible y continuó así durante décadas gracias a esa mágica unión entre ferrocarril y puerto.

La fuerza de la naturaleza 

El sur de Chile quedó completamente en ruinas en mayo de 1960. Concepción despertó el día 21 con un fuerte sismo cuyo epicentro fue en la provincia de Arauco. Pero, lo peor estaba por venir. Mientras los puertomontinos se enteraban de lo ocurrido en el norte, a las 15:11 de la tarde del 22 de mayo, la tierra se remeció bajo sus pies con una fuerza jamás registrada antes. 

La poeta y escritora Licia Alvarado Díaz emigró en la década del 40 desde su natal Ancud a la bullante Puerto Montt para estudiar contaduría. Se casó con el Capitán Francisco Otey y nunca más dejó la casa del ojo de buey en la calle Pudeto del Barrio Puerto, a excepción de viajes profesionales, familiares o de turismo. La autora, fallecida en 2007, es parte de la escasa historia viva sobre el megaterremoto del 60. 

En el libro ‘Trozos de Tiempo’ (2003) narra lo ocurrido ese domingo de mayo: “De una tarde de sol radiante, luminosa, ves la transformación del día a la noche, tormentosa de nubarrones negros, que te eleva o te bota, o te arrastra. Cinco minutos eternos que te llevan al mismo abismo o te devuelve ileso al conocimiento, a saber lo que está ocurriendo o, lo que ocurrió. Entonces, tu vista logra captar lo que arrastró a tu alrededor y sólo ves u oyes gritos, destrozos, soledad y muerte. Si estás ileso, lo captas y sientes que la nada misma estaba en ti y se retiró”.

Relató con desgarradora cercanía la sensación de “vivir para ver” lo que dejó esa “fuerza arrolladora de la naturaleza que destruyó todo” mientras buscaba a su hija de 6 años que estaba con una amiga en la matinée del cine Roxy. Recorrió incrédula, de punta a cabo, el bordemar desde Tenglo hasta la Estación de Trenes. Cayenel destruido y la costanera no era más que pastelones de cemento levantados, rotos. Recuerda como desde la profundidad tierra emergían columnas de vapor como el aliento de un animal rabioso. “Corría tratando de no caer, ni pensar en las familias que, después de almuerzo, iban a pasear al muelle, ahora intransitable. Gritos, desesperación. Muchas madres buscando a sus hijos e hijas; padres intentando en vano sostener las paredes de sus casas, si no eran aplastados, intentaban fuera de sí, levantarlas. Negocios en el suelo. Edificios completos. Frente a la Catedral, los vivos rogaban misericordia con los brazos alzados al cielo”. 

“¡Cuántas cosas murieron dentro de nosotros! En medio de la catástrofe, de la confusión general, del cielo desnudado, se ha necesitado una ráfaga de furia semejante para que volvamos a encontrarnos; nunca más volvimos a ser los mismos (…) todo lo que tengamos en la tierra no es nuestro y puede esfumarse en cinco minutos”, relató. 

Pero, en Puerto Montt y las zonas aledañas, la tierra no se detuvo: el cordón Caulle despertó. Luego, el mar. Ese mar, guardián de la gente del sur, que los alimentaba y protegía, ahora destruía todo a su paso, desde Chiloé hasta Talcahuano, y mucho más allá.

El tsunami provocado por el terremoto chileno llegó a las costas de Japón un día después: 140 muertos y olas de más de 5 metros de altura. Ningún otro evento sísmico ha encontrado parangón en los registros de la historia nipona cuyos estudios datan de alrededor del año 1500.

Lo ocurrido en el sector portuario constituyó, sin duda alguna, el golpe más serio a la economía del sur de Chile. Los daños en las instalaciones portuarias se atribuyeron posteriormente al hecho de estar fundadas en un suelo de relleno depositado entre la antigua línea de la costa y el actual malecón. 

¿Y la reconstrucción?

El terremoto destruyó la mitad de sus construcciones de la provincia de Llanquihue y en algunos casos -como sucedió en Ancud- se hundieron barrios enteros bajo el mar. Para la generación que vivió esta catástrofe, junto a asumir traumas simultáneos en lo familiar, en lo laboral, en la vida cotidiana y en el entorno mismo, debió organizar la vida en esta nueva realidad. El sur como era, dejó de existir. 

Lo acaecido en Chile fue noticia mundial y la ayuda internacional no tardó en llegar. Con las vías férreas destruidas, el Aeropuerto Internacional “El Tepual” -construido 7 años antes y sin daños tras el terremoto- estaba en condiciones para recibir a los Globe Master de Estados Unidos con hospitales de campaña, médicos, insumos hospitalarios y medicamentos, víveres, ropas de abrigo, entre otros enseres de primera necesidad. Del mismo modo, gran parte de los países latinoamericanos apoyaron en diversas labores desde reparación del sistema de alcantarillado, luminarias y calles; además de la reconstrucción de colegios y oficinas públicas. Con especial cariño, Puerto Montt recuerda al pueblo mexicano que donó a la ciudad “La Casa de Arte Diego Rivera”, centro cultural que hasta hoy alberga las más diversas expresiones artísticas del sur de Chile. 

El terremoto de 1960 fue un duro golpe para los planes de gobierno del presidente Jorge Alessandri. Hace dos años, Chile había iniciado un programa de ajuste fiscal, por lo que enfrentar la reconstrucción de una zona tan extensa del país -entre Concepción y Chiloé- resultaba estresante para la economía. Las pérdidas alcanzaron a más de 500 millones de dólares por lo que debió destinar una gran cantidad de recursos del presupuesto fiscal para hacer frente a la “recuperación” de la zona. 

“Al presidente Jorge Alessandri le brotaban las lágrimas de pena e impotencia cuando entró al molo, sorteando los pastelones de cemento quebrados, hundidos peligrosamente, las grúas nuevas cortadas de cuajo y semihundidas en el canal”, relata la historiadora.

Fue un retraso de muchas décadas de progreso y la deuda sigue pendiente no sólo por la envergadura de la tarea, sino por la serie de acontecimientos futuros que, junto a la inexistente planificación central y visión estratégica; negligente fiscalización a la autoridad y al uso de recursos fiscales en Obras Públicas; y la degradación de la ética política frente al poder del dinero, mantienen a merced de “carroñeros” a los puertomontinos y…sin tren, ni estación, pero -en su lugar (textual)- tienen un mall frente al mar. 

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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