Publicidad
Teología y financiamiento estatal Opinión

Teología y financiamiento estatal

Fernando Soler
Por : Fernando Soler Doctor en Teología por la Pontificia Universidad Católica de Chile Licenciado ( magister) en Teología con mención en Teología Patrística.
Ver Más


Hace poco, con los resultados de los concursos del Fondecyt de la ANID, que ha beneficiado a algunos proyectos de teología, se ha reavivado una antigua discusión acerca de si esta disciplina debe o no ser financiada por fondos estatales. Queriendo abrir el debate, quisiera plantear tres elementos que, a mi juicio, colaboran con la discusión. El primero es acerca de qué es ciencia, el segundo es acerca de la teología misma, y, el tercero, acerca del trabajo de la ANID en torno al Fondecyt.

Si miramos la historia, se verá que nuestra comprensión de ciencia viene estrechándose progresivamente, quizá de la mano con la aceptación acrítica de los principios prácticos que impone la economía neoliberal, para la cual el conocimiento humanista es una amenaza, porque este libera la conciencia para una visión más integral de la realidad, que, naturalmente, se opone a la reducción del ser humano a un mero homo oeconomicus. Si el ser “científica” le viene a una disciplina por su adherencia a criterios propios de las ciencias experimentales, entonces, ciertamente la teología no es ciencia, aunque tampoco ninguna otra que no calce con tan estrecha definición. En este sentido cabe preguntarse, ¿por qué debemos aceptar que este modelo sea el único “verdaderamente científico”? ¿No hay en el patrimonio de la actividad y del pensamiento humano aspectos que debamos conocer, y sobre los cuales cabe una indagación crítica, sistemática y, por tanto, “científica”? En este sentido, este primer elemento apunta a la necesidad de recuperar, en todo su esplendor y amplitud, el concepto de «ciencia», de modo de que sea aplicable para designar toda la actividad mediante la cual el ser humano busca, con un punto de partida en el acervo cultural de la humanidad, conocer, describir y explicar sistemáticamente aquello que le rodea, y que elige libremente investigar, más allá de su rentabilidad, o, incluso de su posibilidad de comprobación experimental o utilidad inmediata. Veo acá la posibilidad de devolver al término una riqueza que colaboraría, sin duda, a concebir con mayor articulación e integralidad todos los aspectos del saber humano.

Sobre el segundo elemento, me permito recurrir a una antigua definición que dice que la teología es la «fe que busca comprensión». En esta fórmula se encuentra un dato y un método para quienes se dedican a la teología. El dato es la fe, la cual, entendida en sentido objetivo, es aquello que una gran parte de la humanidad ha confesado como contenidos de un determinado sistema religioso, asignándole a estos, incluso, el carácter de revelado, i.e. como entregados por la divinidad mediante diversos mecanismos, entre los cuales es paradigmático el encuentro personal con ella. Acá se encuentra un depósito donde aspectos subjetivos y objetivos se entrecruzan, y de ambos se tiene testimonios documentales, monumentales y vivos, que los caracterizan con toda su diversidad, incluso contradictoria. Estos testimonios, en cuanto datos positivos, observables y clasificables, son objeto de razonamiento sistemático, y la propia experiencia religiosa de quien los investiga provee una especie de «sentido posibilitador» para la comprensión, al ser un horizonte común entre él o ella y los datos objetivos sobre los que trabaja. Acá está el método, que es condición de posibilidad para la comprensión. Quienes hacen teología aplican diversos métodos para comprender, sistematizar y explicar los datos, estos métodos los piden prestados a muchas otras disciplinas de las humanidades, como, por ejemplo, la historia, la filología, la filosofía o las ciencias sociales, lo que condiciona los itinerarios formativos de los teólogos y teólogas. En este sentido, la teología es la indagación sistemática que busca comprender el dato de la fe, cuyo rastro ha quedado grabado de muchas maneras a lo largo de la historia; la teología no es, entonces, la repetición de un patrimonio exclusivo de una religión, aunque este sí pueda ser su objeto de estudio. En ámbito católico, la libertad disciplinar de la teología es un presupuesto para su existencia, particularmente en el contexto universitario. Por otro lado, aquello que ha creído la humanidad a nivel religioso ha determinado de manera decisiva, para bien y mal, su sistema conceptual, y estudiarlo es esencial para tamizarlo, explicarlo y, ciertamente, para hacer de él lo mejor para nuestro país y mundo. La tarea de la teología, en este sentido, es también cultural, porque impacta en la cultura. Requiere un cultivo libre, crítico y objetivo.

La polémica, como se anunció al inicio, se da en el contexto de la adjudicación del Fondecyt. Los criterios de evaluación no solamente son objetivos, hasta donde puede serlo el ser humano, sino públicos. Quienes investigan en teología no tienen un grupo de estudio propio (en otros países existe la categoría “estudios religiosos”), sino que deben cumplir con los criterios que propone el grupo de estudio a través del cual se postula los proyectos, habitualmente filosofía. Las bases del concurso son claras, y excluyen del proceso de evaluación a los colegas de las propias facultades o escuelas, o a amigos y familiares. Esto determina que, usualmente, los proyectos son enviados para evaluación, con un gran criterio de parte del grupo, fuera del país. Este proceso es conducido con el método de doble par ciego, lo que significa que ni a evaluadores ni a evaluandos se le dice quién está del otro extremo del proceso, a lo que se suma, de manera independiente a la evaluación del proyecto, el análisis y calificación de currículo de quien es responsable del mismo. En este sentido, más allá de las críticas que pueden hacérsele a la gestión de la ciencia en nuestro país, los grupos de estudio de todas las áreas disciplinares conducen un proceso con altos estándares de probidad y rigor científico, también haciendo un servicio muy generoso a la academia. Dudar de esto, a menos que se cuente con alguna prueba, es incorrecto.

Las tareas son tan grandes como urgentes: devolverle al concepto de ciencia toda su amplitud; revalorizar la capacidad de las humanidades no solamente para hacer verdadera ciencia, sino también para dar sentido al ser humano; acoger el rol de la teología en la comprensión de un hecho humano tan valioso como es su capacidad de creer más allá de las posibilidades históricas y materiales y, finalmente, restaurar la confianza con una institución que, con altos estándares científicos, hace posible la investigación en diversas áreas del saber incluyendo a la teología.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias