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¿Cómo resucitar la autoridad? La agonía III Opinión Imagen referencial

¿Cómo resucitar la autoridad? La agonía III

Alejandro Reyes Vergara
Por : Alejandro Reyes Vergara Abogado y consultor
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¿Es necesario reanimar la autoridad? Sí, porque es un mecanismo básico para la administración pacífica, legítima, estable y democrática del poder en cualquier grupo humano. Ordena nuestra convivencia como personas, en una familia, una comunidad escolar, un país, etc. Nosotros le atribuimos o reconocemos esa autoridad a otro, para que decida ciertas cosas, nos organice, fije reglas, nos mande, etc. Nosotros obedecemos a esa autoridad por consentimiento, voluntariamente, por su legitimidad, su mérito y su capacidad para persuadirnos. No debe recurrir a la fuerza para hacerse obedecer, sino solo por excepción. Es importante que quien ejerza la autoridad tenga prestigio moral, intelectual, político, o gran capacidad técnica o de otro tipo, porque  así lo respetamos y obedecemos más. Y si no ejerce su autoridad la perderá, la democracia se debilitará, surgirán dictaduras y autoritarismos.  

La pérdida de autoridad es un fenómeno en muchos países del mundo, que empezó a mediados del siglo XX. No es una enfermedad terminal, porque el mundo y Chile han tenido períodos de anarquía o falta de autoridad en la historia y se han superado.  

¿Y cómo reanimamos al agónico o resucitamos al recién muerto? Depende de la causa. Pero básicamente revertimos o sustituimos aquello que falló o causó la agonía o la muerte. Por ejemplo, reanimando el corazón con presiones rítmicas en el pecho o con descargas eléctricas y  dando respiración boca a boca para restaurar la oxigenación. Y si es una hemorragia por una herida grave, hacemos un torniquete para cortar el flujo, cerramos la herida e inyectamos sangre. 

¿Y qué ha causado la agonía o la muerte de la autoridad? Digamos dos causas evidentes. Su falta de ejercicio, porque las autoridades legítimas deben tener el coraje de ejercerla y hacerla respetar, sin coacción ni violencia, y no lo están haciendo. Se ha hecho cuesta arriba, lo sé. Pero padres o madres de familia, profesores, policías, rectores, ministros, Presidente de la República, etc., no pueden renunciar a ello. Si no la ejercen y no la hacen respetar, la perderán, se desvanecerá y la comunidad se verá afectada. La segunda causa evidente es la falta de ética, estatura, prestigio o méritos intelectuales en quienes encarnan la autoridad. Las autoridades deben respetarse a sí mismas y dignificarse. Y si no se ven tales méritos, no los respetan ni obedecen. La autoridad también se gana.

Pero exploremos otras causas probables y más profundas de la agonía o la muerte de la autoridad.

Una es el nihilismo contemporáneo, que consiste en no creer en nada, ni en un sistema de valores, ni en Dios, ni en una autoridad. Pensar que la vida no tiene sentido. El nihilismo es la nada. Nietzsche lo atisbó en la segunda mitad del siglo XIX y se anticipó a ello en un siglo, anunciando y pensando sobre el nihilismo y la “muerte de Dios”, algo que empezó con la Ilustración. Para Nietzsche la cultura occidental había llegado a su ruina, a su decadencia total. Quedaba vacía, agotada de los “valores ficticios” representados en la metafísica, el cristianismo y la vieja moral. Metafóricamente Nietzsche resumió todo esto anunciando que “Dios ha muerto” y que nosotros lo matamos. Este nihilismo contemporáneo también podemos asociarlo a las crisis a que asistimos de las tradiciones, de las iglesias y de las creencias religiosas, que estaban asociadas a sistemas morales y jerárquicos que también sostenían la autoridad y que se han ido desvaneciendo junto a ellas. 

¿Y si “Dios ha muerto” (que es la suprema autoridad), y los valores se han agotado y la vida no tiene sentido, qué autoridad podría sostenerse y subsistir? Pienso que ninguna. ¿Y qué podemos hacer entonces? Quizás repensar la ética, reconstruir o crear otros sistemas de valores, generar nuevos sentidos existenciales, recuperar la espiritualidad, la trascendencia o la fe. Nietzsche trató de hacer lo suyo, desarrollando la idea del “superhombre” y recordando la del “eterno retorno”. Porque Nietzsche no “mató a Dios” para quedarse en la nada, sino para que algo nuevo se levantara. 

Otra causa de pérdida de la autoridad es el extremo individualismo actual, surgido con la Revolución Industrial y el liberalismo, exaltado al máximo en las últimas décadas. El individualismo se resiste al interés colectivo, pierde el sentido del bien común. Que cada cual se rasque con sus propias uñas y exija lo suyo, el bien propio sobre el ajeno y el colectivo. Eso mata a la comunidad y debilita a la autoridad que la conduce, porque esta disminuye su sentido o justificación. Hoy tenemos una gran atomización en la sociedad, múltiples reclamos individuales e identitarios, y poca mediación de instituciones que organicen intereses y bienes comunes. Así es difícil ejercer autoridad. ¿Qué podríamos hacer? Tal vez debamos restaurar más el tejido social, propiciar más redes colaborativas, sistemas solidarios, organizaciones que representen y medien intereses colectivos. Si no hay mediaciones intermedias la sociedad se hace más ingobernable por la autoridad.

Como tercera causa veo que, a mediados del siglo XX, se pusieron todas las fichas del énfasis ético en los derechos humanos, que son básicamente derechos y libertades individuales. Se hizo para evitar que se repitieran barbaries como las cometidas durante la Segunda Guerra Mundial. Era y es necesario, correcto y justificado, también su pleno respeto. Pero no ha tenido un correlato con un sistema de deberes esenciales que todos tenemos con los demás, con la comunidad y la sociedad. Si no explicitamos e incorporamos en nuestra cultura deberes esenciales, el ciudadano no entiende por qué debe obedecer a una autoridad que le exige algo que en realidad no debe o no está obligado, tampoco respeta al otro ni a lo que nos es común. ¿Qué podemos hacer? Desarrollar un sistema de deberes esenciales de la persona humana, que se equilibre con los derechos y libertades individuales. Los deberes también son bases esenciales de nuestra convivencia, también señalan qué valoramos en la sociedad, genera vínculos de las personas con el pacto social, el país y los conciudadanos. 

Una cuarta causa de la pérdida de autoridad es, a mi juicio, la democratización del acceso al conocimiento y a la información, y el desarrollo de las tecnologías de comunicaciones horizontales. Hoy casi todos tenemos acceso a la TV, la radio, internet, Google y las redes sociales. Ello nos permite acceder a todos a la misma información y noticias al instante. También al conocimiento. Y nos podemos comunicar con muchos otros en línea, en forma inmediata y horizontal en las redes. La exclusividad en la posesión del conocimiento y la información eran antes fuente de poder y autoridad. Pero tal exclusividad ya no existe, lo que debilita la autoridad y produce horizontalidad del poder. También en las redes sociales nadie manda, todos somos “iguales”. Esa democratización y horizontalidad que nos igualan no son malas por se, al contrario, son positivas. El tema es cómo enfrentamos esta nueva realidad que es irreversible y repercute negativamente en la autoridad.

Quizás, como ha propuesto Kathya Araujo, debamos repensar la autoridad y desarrollar nuevos sistemas para  administrar el poder de manera pacífica, legítima y democrática, pienso que tal vez más participativos y horizontales, en vez de tan representativos como lo son hasta hoy.   

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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