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Flores y chocolates Opinión

Flores y chocolates

María Soledad Alonso Baeza
Por : María Soledad Alonso Baeza Abogada de la Universidad Diego Portales. Diplomada en Compliance y Buenas Prácticas Corporativas de la PUC. Consultora de cumplimiento normativo y gobiernos corporativos en RAM Abogados. Docente en diplomados de varias universidades.
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Todos los 8M en que se conmemora internacionalmente el Día de la Mujer y, durante todo el mes de marzo, se realizan diversas actividades donde se reafirma la lucha por acortar las múltiples brechas de desigualdades existentes entre hombres y mujeres, existiendo un amplio consenso –a nivel de académicos, columnas, cartas en los medios de comunicación, seminarios, actividades universitarias, etc.– en que nos encontramos al debe como país en muchos aspectos respecto de la desigualdad de género.

Para un sector de nuestra sociedad, todavía la lucha por la equidad entre hombres, mujeres y disidencias sexuales es un “delirio ideologizado” del movimiento feminista progresista de izquierda –que por cierto ha ayudado mucho a la causa y lo sigue haciendo–, sin embargo, superada la identificación exclusiva con la izquierda, otro sector de la sociedad ha comprendido que es un tema transversal a todos los colores políticos y que se debe evolucionar y buscar efectivamente romper con los actuales paradigmas donde la inequidad de género está lejos de alcanzar niveles significativos.

Pero ¿de qué estamos hablando cuando nos referimos a las desigualdades de género y al feminismo progresista? ¿O, más bien, a quién le estamos hablando?

Mary Harrington, autora del ensayo “Feminismo contra el progreso”, en entrevista concedida a un medio de comunicación, nos advierte que estamos ante “un feminismo capturado por los intereses de mujeres de la élite, que pretenden defender los intereses de todas las mujeres”. Para esta autora, la narrativa de su libro se relaciona con mujeres burguesas en el mundo desarrollado, existiendo muchos otros grupos de mujeres esclavizadas, proletarizadas, etc. Esta perspectiva resulta interesante, pues últimamente los seminarios y debates sobre la desigualdad de género se enfocan prácticamente en la necesidad de incorporar más mujeres en los directorios y cargos donde se toman decisiones relevantes.

Así, el ejecutivo ingresó el proyecto de ley “Más Mujeres en Directorios” en las sociedades anónimas abiertas y especiales que contempla una gradualidad con diversas modalidades para que estas empresas se puedan adecuar con tiempo. Paradójicamente, de acuerdo con un estudio realizado por el Instituto de Directores de Chile (IdDC) a 232 directores de empresas y presidentes de directorio, en las juntas de este año, el 70% responde que no lo tiene internalizado en su agenda y que dicha ley no es clave en su organización.

Sin embargo, existen múltiples otros aspectos a tener en cuenta, como la violencia contra la mujer, la necesidad de incorporar en las leyes y fallos la perspectiva de género, la corresponsabilidad parental, el trabajo doméstico y cuidados de familiares con alguna discapacidad no reconocido ni remunerado, la corrupción que favorece la trata de personas –donde las mujeres, niños, niñas y adolescentes– son las principales víctimas, la falta de oportunidades laborales de aquellas mujeres que deben quedarse en la casa por no tener quien cuide a sus hijos – el proyecto de ley de sala cuna universal duerme en el Congreso hace años, y solo cada cierto tiempo se anuncia que se le pondrá urgencia–, la brecha digital entre mujeres que por razones de edad u otras se han quedado fuera del avance tecnológico, etc., son algunos de los tantos temas que marcan la desigualdad de género.

Quienes hemos tenido la fortuna de estudiar y ejercer la profesión que elegimos, no somos, lamentablemente, iguales a la mayoría de las mujeres trabajadoras de este país. Escribimos columnas y participamos en seminarios y actividades desde una élite de la cual formamos parte. Entonces, ¿cómo hacemos para que los mensajes que transmitimos en estas actividades lleguen, por ejemplo, a la cajera del supermercado, a la vendedora de la farmacia o a la trabajadora del retail?, ¿estarán felices con recibir una vez al año flores y chocolates o preferirán remuneraciones iguales a las que reciben sus compañeros hombres?

Ni qué decir sobre las trabajadoras que contratamos en nuestros hogares para que realicen el trabajo doméstico, mientras nosotras nos concentramos en nuestras profesiones, ¿les estamos pagando lo justo para todo lo que hacen?, ¿les imponemos por el total del sueldo o por el mínimo?, ¿les hicimos contrato de trabajo?, ¿cooperamos con ellas en las tareas domésticas?

Esta conmemoración, invita a reflexionar para que no solo luchemos desde la posición privilegiada en que nos encontramos. Ojalá que la valiosa campaña #NiFloresNiChocolates que promueve culturas organizacionales donde prime la igualdad y la equidad de oportunidades para hombres y mujeres, la apliquemos a todas las trabajadoras de Chile, que son la gran mayoría.

Nosotras somos minoría. No regalemos flores ni chocolates. Revisemos las condiciones de trabajo que les otorgamos a esas maravillosas mujeres que nos apoyan en la casa y, si es necesario mejorarlas, hagámoslo sin demora.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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