Quienes acusan de ilegítimo el proceso y la votación del 7 de mayo para elegir el Consejo Constitucional, están apostando abiertamente a la polarización y eso implica, aunque lo nieguen, optar por vías no institucionales para cerrar el tema constitucional. Una irresponsabilidad tremenda. Como es de esperar, y como clara muestra del balancín político marcado por las intransigencias, en esta cuestión han coincidido los derechistas e izquierdistas extremos. La lógica de las barras bravas.
Cuando en una democracia la política está mediada por la moderación de los actores, generalmente los extremismos subyacen latentes y marginales, así como los instintos primarios permanecen cohibidos en el subconsciente para poder comportarnos e interactuar civilizadamente. En ese sentido, las bajas pasiones, como la violencia, la venganza o el odio, se suponen también reprimidas en una democracia en tanto orden civilizado. La polarización política se produce cuando aquellos impulsos primarios afloran y comienzan a desplazar las posturas moderadas.
Contrario a lo que generalmente se presume, una democracia no polarizada no es una sin fuertes disensos o una donde predomina una supuesta unanimidad. Por el contrario, es una donde los desacuerdos se sostienen dentro de los marcos civilizados de la moderación y la pluralidad. En otras palabras, lo que hace a un sistema democrático no es la supresión del desacuerdo por parte de una mayoría (por aclamación o votación), como parecen presumir izquierdas y derechas, sino la coexistencia en la pluralidad. Por eso los extremismos y radicalismos, ahí donde afloran, pueden terminar por reventar una democracia y llevar a una sociedad a la barbarie misma.
Hoy en Chile, tanto en la derecha como en la izquierda conviven almas que responden o reflejan la creciente polarización en el sistema político. Los atisbos de aquello se hicieron visibles durante la fiebre octubrista y también durante la pasada Convención. Sin embargo, el germen del extremismo político no ha desaparecido y se sigue haciendo visible cada tanto cuando vemos, en el seno de las derechas o las izquierdas, acusaciones de traición, de claudicación, de bajeza moral o debilidad patriótica. Es decir, cuando se hace alarde de un supuesto purismo por parte de, oh sorpresa, los intransigentes que parecen estar cazando herejes y apóstatas entre sus propios correligionarios.
La sociedad civil, por suerte, no necesariamente ha sido permeada del todo por la polarización política, lo que evita que los extremismos se impongan en espacios como las familias. Algo que termina ocurriendo ahí donde el fanatismo político se instaura del todo, imponiendo la división y la discordia entre padres e hijos o entre hermanos. Sin embargo, eso no quiere decir que el riesgo de la polarización haya desaparecido en Chile.
Ahí donde impera la desafección política, donde los partidos políticos se muestran incapaces de aunar y mediar demandas, surgen los extremistas y también los outsiders, que no son más que oportunistas que aprovechan el río revuelto de un sistema político deslegitimado para alzarse como redentores. Los partidos entran en un círculo vicioso donde, en su afán de captar apoyos, van extremando sus posturas, haciéndose incapaces de establecer negociaciones con sus contrapartes.
En ese sentido, el otrora auge de los independientes, los colectivos y las coordinadoras –que presumiéndose inmaculados secuestraron la pasada Convención– es otro reflejo del proceso de polarización política que lleva Chile. La tensión en ese sentido sigue latente. El llamado de algunos legisladores independientes a anular el voto el día 7 de mayo es reflejo de lo mismo. Es tal el nivel de extremismo, que Camila Musante acusó un secuestro de la democracia por parte de los partidos.
Los independientes no han sido los únicos que han llamado a anular. Hay dirigentes políticos e incluso académicos que lo han hecho. El problema es que, con ello, no buscan validar una opción personal, sino que buscan deslegitimar la institucionalidad en su conjunto. De lo contrario, si su apelación fuera a respetar la voluntad soberana en sentido estricto, entonces el llamado habría sido exigir el respeto del veredicto del 4 de septiembre y el cierre definitivo del proceso constitucional.
Quienes acusan de ilegítimo el proceso y la votación del 7 de mayo para elegir el Consejo Constitucional, están apostando abiertamente a la polarización y eso implica, aunque lo nieguen, optar por vías no institucionales para cerrar el tema constitucional. Una irresponsabilidad tremenda. Como es de esperar, y como clara muestra del balancín político marcado por las intransigencias, en esta cuestión han coincidido los derechistas e izquierdistas extremos. La lógica de las barras bravas.
El 8 de mayo no solo sabremos quiénes compondrán el Consejo Constitucional, también sabremos si Chile se encauza hacia la búsqueda razonable de una concordia constitucional a manos de políticos y dirigentes responsables, o si nos enfilamos, peligrosamente, hacia una mayor e impredecible polarización a manos de extremistas.