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La militarización de la cuenca del Pacífico Opinión

La militarización de la cuenca del Pacífico

Jorge G. Guzmán
Por : Jorge G. Guzmán Profesor-investigador, U. Autónoma.
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Nuestro país cuenta con prestigio en ambas orillas de la Cuenca y, si se lo propusiera, podría catalizar un espacio de diálogo renovado, que contribuya a mirar el asunto desde una perspectiva más amplia que, entre otros aspectos, incluya la preocupación de países como el nuestro. Por razones de toda índole, Chile y los países del Pacífico Sudeste están interesados en que el Pacífico siga siendo un espacio de cooperación, y no se convierta en escenario de un conflicto de consecuencias impredecibles para la humanidad.


Un efecto duradero del error geopolítico derivado de la invasión militar no provocada a Ucrania, lo constituye el hecho doble de la consolidación-ampliación de la Alianza Atlántica, OTAN. Más allá de la entereza y eficacia de la defensa ucraniana, es evidente que, entre otros factores, el cálculo ruso sobreestimó el efecto disociador del gobierno de Hungría (cercano a Putin) y el peso del escepticismo francés, en tanto limitantes de la capacidad del conjunto de la Alianza para acudir en ayuda del país agredido. A más de un año de iniciado el conflicto –con una extensa lista de armas sofisticadas–, los países aliados siguen aportando billones de dólares a la defensa de Ucrania.

El estereotipo macho de la estepa asiática cultivado por Putin tampoco disuadió a las primeras ministras de Suecia y de Finlandia para conducir a sus países a la inmediata adhesión a la Alianza, ni dificultó el empoderamiento de la ministra de Relaciones Exteriores de Alemania para llevar a su país hacia el postpacifismo y el rearme militar. En la práctica, en la región del Báltico, Rusia ha quedado rodeada por países OTAN, un hecho más que anecdótico, que ilustra la voluntad de poder de las mujeres en la geopolítica del siglo XXI.

Desde una perspectiva más amplia es igualmente claro que, tanto por su amistad sin límites con China, como porque Rusia es ribereña del Pacífico Norte, el reordenamiento político y geopolítico catalizado por la invasión de Ucrania se ha extendido hasta el otro extremo de Eurasia, ergo, hasta la Cuenca del  Pacífico.

Ucrania y la Región del Pacífico

En esa última región, Japón, Corea del Sur, Australia y otras democracias han hecho explícita su aprensión respecto de que la invasión de Ucrania pueda servir de modelo al cada vez más explícito irredentismo chino sobre Taiwán (la prensa y analistas occidentales especulan que una invasión china es inevitable, y que ocurriría entre 2025 y 2027).

Con ese escenario por delante (y un acelerado rearme de Japón de por medio), casi todos los países del Pacífico Occidental han reforzado sus capacidades militares, practicando una diplomacia de acercamiento hacia Estados Unidos y la OTAN (que acaba de abrir la oficina de coordinación en Tokio). Un antecedente de esa decisión ocurrió en abril pasado cuando –en momentos en que las fuerzas armadas chinas desarrollaban ejercicios combinados para demostrar capacidades para rodear Taiwán por aire y mar– Xi Jinping visitó oficialmente Moscú. Y aunque de esa visita Rusia no logró apoyo militar expreso, el premier chino dejó establecido que Putin no está solo.

Sintomático es que, en paralelo, el primer ministro japonés Fumio Kishida visitó Kiev para reafirmar su apoyo político y económico, y anunciar una donación de equipos a la causa ucraniana. En la víspera, analistas japoneses se ocuparon de recordar que, además de fronteras con China y Corea del Norte, Japón posee una extensa frontera marítima con Rusia, con la cual –además– mantiene una disputa territorial por la soberanía de las islas Kuriles (Zona Económica Exclusiva y plataforma continental).

El Pacífico después de la reunión del G7 en Hiroshima

Transcurrido más de un año desde la invasión rusa, por acumulación se constata un reordenamiento político y geopolítico progresivamente global que, si bien se origina en el hemisferio norte (en lo que los cartógrafos del Renacimiento llamarían el hemisferio oriental, ergo, África y Eurasia), en la medida que involucra a países ribereños del Pacífico como Indonesia, Australia, Nueva Zelanda y diversos Estados islas, comienza a extenderse hacia el hemisferio sur.

Ese reordenamiento ha sido sancionado durante la reciente reunión del G7 en la simbólica Hiroshima, en la que, junto con los líderes de ese foro político-económico, participaron el presidente Zelenski y los líderes de Brasil, India, Corea del Sur, Vietnam, Indonesia, Australia y el Secretariado del Foro de las Islas del Pacífico.

Junto con una abierta condena a la invasión de Ucrania, la reunión reiteró el compromiso de las Partes con el Derecho Internacional y la libre navegación en la región del Indo-Pacífico (incluido el estrecho de Formosa o de Taiwán), ámbito en el que tipificó a China (sus objetivos geopolíticos globales) como elemento de preocupación compartida.

En ese plano el G7 llamó a China a abstenerse de la amenaza del uso de la fuerza (Taiwán) y a morigerar la agresividad de su interpretación de la normativa sobre Derecho del Mar, que ha generado complejísimas disputas territoriales con prácticamente todos los Estados ribereños del Mar del Sur de China (islas, archipiélagos y plataforma continental más allá de las 200 millas).

En la práctica, la reunión de Hiroshima escenificó una suerte de alianza entre democracias frontalmente opuesta a los regímenes autocráticos de China y Rusia (y sus escasos aliados). Teniendo en cuenta el ambiente en el que se celebró la reunión, no es improbable que, en esta suerte de nueva Guerra Fría, el no alineamiento (sustentado en la conveniencia económica o en sentimientos de antipatía hacia Estados Unidos y/o la OTAN que permiten simpatizar con las autocracias), termine constituyéndose en condicionante para las relaciones con las economías tecnológicamente avanzadas, incluido Taiwán (productor fundamental de semiconductores).

En una época en la que la innovación tecnológica es un componente cada vez más importante del poder, este es un detalle trascendente.

Por extensión, la cita del G7 ha contribuido a consolidar alianzas militares complementarias a la histórica colaboración entre Estados Unidos, Japón, Corea del Sur y Filipinas. Entre esas destacan la denominada AUKUS (Australia, Reino Unido, Estados Unidos que, entre otros proyectos, impulsa la construcción de una flota de submarinos nucleares para Australia) y la activa Alianza Indo-Pacífico (Australia, India, Japón y Estados Unidos), que ya cuenta con la citada oficina de la OTAN en Tokio, y en cuyo marco, una vez concluida la reunión de Hiroshima, el primer ministro indio Narendra Modi fue recibido en Sídney con honores de rock star.

Bajo el mismo concepto –y con el referente de la experiencia de la Segunda Guerra Mundial en el Pacífico–, Estados Unidos se ha embarcado en la construcción de un sistema de alianzas militares que incluye nuevas bases en el norte del archipiélago filipino, un acuerdo militar con Papúa Nueva Guinea, además del reforzamiento de su presencia en Estados que agrupa el Foro de las Islas del Pacífico. En años recientes, con esos países China practicó una agresiva política de préstamos blandos (pero difíciles de pagar) a cambio de espacios para la construcción de bases instrumentales a su despliegue global y las actividades de sus flotas de pesca (incluidas aquellas que faenan en nuestro Pacífico Sudeste).

A estas alturas es claro que Estados Unidos y sus aliados están construyendo un cordón de contención para la influencia china en el Pacífico que, paulatinamente, avanzará hacia las costas de Chile y del resto de América.

El Pacífico amenazado

Mientras el mundo se prepara para una contraofensiva ucraniana, China ha dejado en claro que está preparada para enfrentar los desafíos que, desde los Himalayas al Pacífico Central, le ha planteado la alianza política surgida de la reunión del G7.

Al respecto, Beijing ha anunciado nuevos tipos de cooperación con Rusia que, si incluyen material militar, tendrá inmediatas repercusiones sobre sus relaciones con Estados Unidos, Europa, India, Japón y el sudeste asiático (comenzando por las bolsas de Hong Kong, Shanghái y Tokio).

Observado este fenómeno geopolítico desde la otra orilla del océano Pacífico, la preocupación es inescapable. China, Estados Unidos y el resto de los poderes en conflicto son socios comerciales y económicos fundamentales de nuestra región, por lo cual un conflicto armado en el Pacífico tendría repercusiones estructurales para nuestras economías globales y nuestro medio ambiente.

Aún existe un amplio espacio para que Chile y otros ribereños del Pacífico Oriental, individual y colectivamente, manifiesten su preocupación por la militarización de la Cuenca del Pacífico.

Nuestro país cuenta con prestigio en ambas orillas de la Cuenca y, si se lo propusiera, podría catalizar un espacio de diálogo renovado, que contribuya a mirar el asunto desde una perspectiva más amplia que, entre otros aspectos, incluya la preocupación de países como el nuestro. Por razones de toda índole, Chile y los países del Pacífico Sudeste están interesados en que el Pacífico siga siendo un espacio de cooperación, y no se convierta en escenario de un conflicto de consecuencias impredecibles para la humanidad.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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