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Soledad y aislamiento social Opinión

Soledad y aislamiento social

Rodrigo Figueroa Valenzuela
Por : Rodrigo Figueroa Valenzuela Profesor Departamento de Sociología, Universidad de Chile. Coord. Núcleo del Deporte y Sociedad, Departamento de Sociología, Universidad de Chile. Estudiante Primer año – Técnico de Fútbol, Instituto Nacional del Fútbol (INAF). Entrenador de Fútbol, License B, US Soccer Federation. Ph.D candidate in Sociology, University of Connecticut. rofiguer@u.uchile.cl
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Preocuparnos por la calidad de los vínculos sociales puede ser entonces una importante medida para mitigar, evitar o superar problemas asociados a la soledad y al aislamiento social. Entre otras cosas, enfrentar las consecuencias de ambos fenómenos en la salud de las personas demanda un nuevo paradigma de salud pública, así como de una política social que se base en una perspectiva relacional. Dicho lo anterior, varias son las preguntas que emergen y que debiese ser respondidas en el futuro cercano, por ejemplo: ¿cómo la política pública puede apoyar el desarrollo de vínculos sociales de calidad?


Las sociedades modernas son construcciones organizacionales basadas en una amplia diversidad de vínculos sociales altamente diferenciados. Mientras algunos vínculos nos dirigen hacia actividades económicas, otros lo hacen hacia experiencias deportivas o culturales. Cada vez que las experiencias de los seres humanos circulan a través de estos vínculos, adquieren sentido y posibilidades ciertas de integración, cohesión y cuidado. Dado lo anterior, la calidad de los vínculos sociales tiene una centralidad absoluta en sociedades diversas y con profundos procesos de individualización.

En un reciente libro y en distintas intervenciones académicas y no académicas, el actual cirujano general de los Estados Unidos, el doctor Vivek H. Murthy, ha señalado que la percepción o sentimiento de soledad y la experiencia del aislamiento social son las principales enfermedades de su país. En efecto, un reciente informe elaborado por el servicio de salud pública de los Estados Unidos, el cual es liderado por el doctor Murthy, ha indicado que uno de cada dos estadounidenses declara haber experimentado la soledad y el aislamiento social. En Chile, en tanto, en el año 2019, la Universidad Católica y Caja Los Andes realizaron una encuesta focalizada en adultos mayores y en ella se estimó que un 43,5% de los y las encuestadas había percibido algún grado de soledad. Luego, evaluando el impacto del COVID-19, y tomando como base y una muestra el estudio anterior, un equipo de investigación de la Universidad Católica estimó que el sentimiento de soledad en los adultos mayores había aumentado a un 53%.

Las palabras del doctor Murthy, así como también la información sobre la soledad y el aislamiento disponible en Chile, nos ponen en alerta. Según el doctor Murthy, así como los estudios chilenos ante citados, algunas de las consecuencias físicas y fisiológicas de las experiencias de soledad en los cuerpos de quienes las viven son la falta de sueño, la irritación, el estrés, fenómenos inflamatorios y la perdida de inmunidad. Desde una perspectiva antropológica, psicológica y sociológica, la soledad y el aislamiento social son indicadores de débiles procesos de integración o cohesión. Además, la calidad de los vínculos sociales de las personas está amenazada por fenómenos estructurales, tales como el envejecimiento general de la sociedad y el menor tamaño de las familias. Por último, en jóvenes y adultos, la experiencia de la soledad y el aislamiento social pueden derivar en fenómenos brutales y paradójicos, dado que no tienen que ver con el nivel de conectividad de las personas, sea este material o virtual, sino más bien con interacciones o vínculos sociales que debilitan la reproducción y el sentido de sus experiencias vitales.

Tal como ocurre con la degeneración general de los cartílagos de nuestras articulaciones, a medida que envejecemos o como consecuencia de lesiones traumáticas, la calidad de nuestros lazos sociales puede verse afectada por el envejecimiento y sus dinámicas relacionales asociadas, o por el debilitamiento de los vínculos sociales derivados de una individualización deficiente. Emerge entonces una preocupación prioritaria por la salud del tejido social que vincula a las personas en nuestro país. Preocuparnos por la calidad de los vínculos sociales puede ser entonces una importante medida para mitigar, evitar o superar problemas asociados a la soledad y al aislamiento social. Entre otras cosas, enfrentar las consecuencias de ambos fenómenos en la salud de las personas demanda un nuevo paradigma de salud pública, así como de una política social que se base en una perspectiva relacional. Dicho lo anterior, varias son las preguntas que emergen y que debiese ser respondidas en el futuro cercano, por ejemplo: ¿cómo la política pública puede apoyar el desarrollo de vínculos sociales de calidad?, ¿cómo limitar el impacto de las diferencias socioeconómicas en la calidad de los vínculos sociales?, ¿qué tipo de acciones debiesen tomar las organizaciones de salud pública a nivel territorial para abordar la debilidad de los vínculos sociales en distintos grupos de edad?

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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