Publicidad
De las ollas comunes a las ollas solidarias Opinión Archivo/Raul Zamora-Aton Chile

De las ollas comunes a las ollas solidarias

Leonel Sánchez Jorquera
Por : Leonel Sánchez Jorquera Abogado. Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile. Diplomado en Diseño, Evaluación y Gestión de Proyectos de Interés Público, Instituto de Asuntos Públicos, Universidad de Chile. Con estudios en Introducción a la Teología, Departamento de Extensión, Facultad de Teología, Universidad Católica de Chile.
Ver Más

Los principales componentes de dicha iniciativa fueron la solidaridad, la convicción de un trabajo coordinado y no competitivo de las distintas ollas comunes del sector y un nivel de coordinación y planificación de un puñado de dirigentes y dirigentas sociales. Junto con lo anterior se desarrolló una capacidad de resiliencia y de asumir los conflictos cotidianos que se generaban día a día.


En la comuna de La Pintana, en el sector de El Castillo, se desarrolló una experiencia exitosa y comunitaria en la época de la pandemia de Covid-19, consistente en la coordinación de hasta veinticuatro “ollas comunes” y cuatro dispositivos que entregaban “onces comunitarias”, que establecían estrategias de colaboración y recolección de donaciones en forma conjunta. Dicha experiencia de carácter comunitario contó con la colaboración de organismos públicos, comenzando por la Municipalidad de La Pintana, organizaciones de la sociedad civil (incluyendo varias organizaciones del mismo sector) colaboración de la empresa privada y varios particulares, siendo su principal soporte la red de voluntarias (en su gran mayoría mujeres) que sostenían las ollas comunes.

Dicha iniciativa se fue terminando lentamente, en la medida que la emergencia sanitaria fue dando paso a la normalidad, pero dejó una experiencia personal y organizacional que permite contar con un capital humano, cultural y comunitario que perfectamente se puede levantar frente a cualquier otra emergencia que implique la necesidad de un acceso a la alimentación de comunidades vulnerables y pobres, como es el caso de las diversas poblaciones y barrios del sector El Castillo. Al igual que la experiencia de ollas comunes desarrolladas durante la dictadura civil y militar, la experiencia de las ollas comunes durante la pandemia quedará registrada en la memoria histórica y popular de sus comunidades.

Los principales componentes de dicha iniciativa fueron la solidaridad, la convicción de un trabajo coordinado y no competitivo de las distintas ollas comunes del sector y un nivel de coordinación y planificación de un puñado de dirigentes y dirigentas sociales. Junto con lo anterior se desarrolló una capacidad de resiliencia y de asumir los conflictos cotidianos que se generaban día a día, todo bajo la tensión social provocada por una pandemia de las características que tuvo el Covid-19.

De dicha experiencia se pueden sacar algunas reflexiones que pueden motivar otras tantas iniciativas vinculadas al derecho de la alimentación y darle continuidad a una línea de trabajo comunitario asociado con la seguridad y soberanía alimenticia en sectores altamente vulnerables, a un derecho tan esencial pero invisibilizado en los sectores populares de las grandes ciudades, como es este derecho a “la eliminación del hambre y la malnutrición y la garantía del derecho a una nutrición adecuada” (Naciones Unidas, 1969).

La experiencia de estas ollas comunes hizo que la comunidad reflexionara, relevara y visibilizara el derecho a la alimentación en un sentido más integral, en cuanto a ver la alimentación de la población no siempre en términos de derechos mínimos, sino que entendida como una parte constitutiva del “buen vivir”, donde el buen comer no equivalía a llenarse el estómago, sino que implicaba la selección de alimentos sanos y nutritivos, y responder a los gustos y preferencias de sus comunidades.

En la experiencia del día a día de las ollas comunes de El Castillo no se trataba solamente de dar un plato de comida a quien lo requiriera, sino de llegar con un sabroso y digno plato de comida, lo cual implicaba combinar varios nutrientes y de darle un toque especial a través de algunas entregas que llevaban aportes como un sabroso pebre, un delicioso postre o un añadido especial hecho con cariño, los que transformaba el producto de la olla común en algo rico y muy valorado en un contexto social de marginación, pobreza y crisis sanitaria producto de la pandemia de Covid-19.

Lo segundo destacable fue la capacidad para organizarse y desde ahí buscar soluciones y aliados en el “levantamiento” de la olla común y su mantención por varios meses, y en algunas ollas comunes incluso varios años. La participación fue la clave para su mantención, donde varios de los equipos de cocineras fueron rotando y se pudo establecer una serie de apoyos en la distribución y entrega de los alimentos.

Lograr sistematizar y recoger la experiencia de las ollas comunes de El Castillo permitiría recoger una serie de aprendizajes del trabajo comunitario, de la asociación público-comunitaria y de estrategias de toma de conciencia de algunos derechos asociados al derecho de la alimentación. Tal vez, a partir de esas reflexiones participativas y desde las bases, se pueda generar nuevas iniciativas asociadas al derecho de la alimentación, a la reflexión sobre una alimentación saludable y sostenible, y la posibilidad de recrear estas ollas comunes en una iniciativa de ollas solidarias permanentes, al servicio de personas vulnerables que necesitan una alimentación digna y compartida, y con pertinencia cultural.

En tal sentido, el desarrollo de iniciativas de ollas solidarias podría ser la puerta de entrada a una serie de otras acciones e iniciativas que permitan un desarrollo comunitario de nuestras comunidades, siendo un aporte a la superación del modelo neoliberal imperante, dándole un significado desde el territorio a la declaración de que “la alimentación es un derecho humano básico, todos y cada uno deben tener acceso a alimentos sanos, nutritivos y culturalmente apropiados, en cantidad y calidad suficientes para llevar una vida sana en completa dignidad humana” (Vía Campesina, 1996). De ahí la importancia de la demanda de tener el derecho a la alimentación con rango constitucional, consagrando la seguridad y soberanía alimentaria, recogiendo la experiencia y reflexiones de las “ollas comunes” en Chile.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias