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El Golpe de Estado y las visiones desde las derechas e izquierdas: un problema de ética Opinión

El Golpe de Estado y las visiones desde las derechas e izquierdas: un problema de ética

Jorge Gómez Arismendi
Por : Jorge Gómez Arismendi Director de Investigación y Estudios de Fundación para el Progreso
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El dilema para las actuales generaciones de políticos, de derecha e izquierda, no es histórico, sino ético. Por eso, la discusión no debería centrarse en qué opinan respecto de lo que hicieron o decidieron otros hace cinco décadas atrás, sino sobre lo que ellos harían en un contexto similar para cuidar la democracia. Eso implica no sólo reflexionar respecto al golpe, sino sobre el clima de extrema polarización alimentado desde inicios de los años ’60.


Hay una delgada línea entre el golpismo y el asalto revolucionario. Ambos son casos de insurrección donde prima el recurso de la violencia. La pregunta es ¿resulta razonable vindicar un golpe o una revolución en un sentido ético y político en una democracia? Claramente no.

Hace 50 años, sin embargo, parecía que para algunos sí era razonable un golpe o un asalto revolucionario. Así, de la revolución considerada inevitable se pasó al golpe de Estado considerado inevitable. Frente a esto, el dilema para las actuales generaciones de políticos, de derecha e izquierda, no es histórico, sino ético. Por eso, la discusión no debería centrarse en qué opinan respecto de lo que hicieron o decidieron otros hace cinco décadas atrás, sino sobre lo que ellos harían en un contexto similar para cuidar la democracia. Eso implica no sólo reflexionar respecto al golpe, sino sobre el clima de extrema polarización alimentado desde inicios de los años ’60.

La pregunta clave es qué sector político, en el Chile actual, rechaza de forma clara la violencia como medio, desde la agitación callejera con barricadas hasta el bombardeo del Palacio de gobierno. El fondo de la discusión es ese, en realidad. En otras palabras, qué sector político considera que los fines, cualesquiera sean ellos, no justifican cualquier medio.

La incapacidad reflexiva que han mostrado las élites políticas sobre los 50 años surge del hecho de que las actuales izquierdas y derechas, aunque jóvenes, están entrampadas en los mitos de la coyuntura pasada, Pinochet y Allende. Por eso, no están recapacitando acerca de los acontecimientos y su complejidad, sino que están riñendo respecto de sus efigies.

El Frente Amplio ha basado su identidad en una mitificación de la Unidad Popular, desdeñando toscamente lo hecho por la Concertación en cuanto a recuperación de la democracia y bienestar social. Los Republicanos, por otro lado, han levantado parte de su identidad a partir de una crítica destemplada a otros sectores de la derecha, entre otras cosas, por no vindicar a Pinochet, llegando incluso a declaraciones crueles sobre los crímenes ocurridos en la dictadura, como las de la diputada Naveillán.

Una pregunta clave hoy es si es aceptable la violencia política en una democracia. La respuesta debería ser un rotundo no. El problema es que las respuestas las están definiendo las izquierdas y derechas retro. Chile merece más altura de miras.

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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