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Chile y sus dos amantes Opinión

Chile y sus dos amantes

Alejandro Reyes Vergara
Por : Alejandro Reyes Vergara Abogado y consultor
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Y bueno, ya ves donde estamos. Entre amantes intercaladas, pelados nos quedamos, con la misma señora y sin nueva Constitución. 


Cuenta una fábula de Esopo de hace 2.600 años de un hombre entrecano, es decir, que tenía el cabello medio oscuro y medio blanco, con dos amantes, una joven y otra vieja. La amante de más edad, avergonzada de tener trato con uno más joven, cuando venía a estar con ella no dejaba de arrancarle los pelos negros. La más joven, cuando lo recibía, tratando de disimular que tenía un amante viejo, le arrancaba los pelos blancos. Y fue así que, siendo depilado por turno a manos de una y otra amante, llegó  a quedarse calvo.
Esopo quería dar la lección de que cuando se anda desacompasado, descomedido o desequilibrado, se termina perdiendo todo.  

Si eres mujer o feminista, esta columna puedes leerla con tu inteligencia aplicando los roles de género al revés, pensando que la mujer entrecana es mujer, y sus amantes son un hombre canoso y viejo y que el amante es un joven de pelo oscuro. Sea como fuere, la infidelidad femenina hoy casi iguala a la masculina, por lo que el distingo en este caso da casi lo mismo.

Chile es hoy el hombre entrecano que quedó pelado, por obra y gracia de dos amantes extremas. La calvicie nacional se hizo patente en la Plaza Italia donde siempre se celebran victorias de cualquier tipo con banderas, cornetas, bombos y despeines, que la noche del último plebiscito estaba totalmente pelada. Todos perdieron, nadie ganó. Chile se derrotó a sí mismo.

El proceso constituyente fue una amplia decisión mayoritaria de los chilenos de divorciarnos de nuestra actual señora o pareja, la Constitución de 1980, y de buscarnos una nueva. Para nadie es un proceso fácil, es lento y engorroso. Pero lo decidimos por un amplísimo consenso del 78 % en 2020, esperanzados de un nuevo amor nacional del que la gran mayoría estuviéramos contentos.  

La relación de Chile con su actual señora tuvo un inicio turbio y forzado. Un desliz inesperado hizo que nos obligaran en 1980 a casarnos con ella. Eso es historia, cierto. Pero una mala historia, o traumática para algunos y buena para otros, inevitablemente nos separa. Deja una huella poderosa, tiene una carga simbólica e histórica para tirios y romanos, de derecha, de centro y de izquierda. Su carga simbólica e histórica se evidencia en las formas de llamarla por cada bando en los debates previos y posteriores a los tres plebiscitos. Era la Constitución “de los cuatro generales”,  “la de 1980”, “la de 2005”, “la de Lagos”, “la de la dictadura”, “el legado del general Pinochet”, “la de Guzmán”, “la espuria”, “la  ilegítima en su origen”, “la legitimada en ejercicio”, “la nuestra”.

En vez de unirnos, ese matrimonio nos divide y nos seguirá separando. Perturba a la mitad del país y es el refugio de la otra mitad. Eso le resta la legitimidad que genera desobediencia, identidad y pertenencia. Disminuye la estabilidad institucional y la gobernabilidad. Eso perjudica el progreso, la inversión, el crecimiento y la equidad. 

En tal contexto, Chile comenzó a ser reiteradamente infiel con su señora o su pareja, especialmente durante la última década. El Congreso, el Ejecutivo, la Corte Suprema, los tres poderes del Estado y las instituciones más importantes de la República ya no le hacen caso. Los retiros de AFP, el fallo de la Suprema respecto de las isapres, el mal ejercicio reiterado de la acusación constitucional por ambos bandos, son apenas tres muestras muy recientes de la falta de legitimidad o desobediencia que genera la Constitución, su falta de imperio.

En ánimo de conquistarnos, ya desde 1989 la señora se fue sometiendo a injertos de siliconas para abultar sus pechos y levantar el trasero, bótox para agrandar sus mejillas y labios, liposucciones para estrechar la cintura, alargamiento de pestañas con vello púbico, lifting para borrar arrugas en su cara y un sinfín de estiramientos por todo el cuerpo. De tanto recauchaje, quizás la Constitución de 1980 haya superado a las Kardashian y a Mickey Rourke. No le caben más parches ni costuras. Al verla uno tiene la sensación de que no posee naturalidad ni armonía, que su rostro no refleja su alma, que su cuerpo no está bien integrado, que la próxima estirada de su piel podría rajarla de punta a cabo.  

Después de decidir el divorcio en 2020, el hombre entrecano se propuso buscar una nueva mujer para casarse. Esperaba que fuera fácil de comprender y de querer; cariñosa y generosa para enfrentar en común ciertas dificultades, simple para ponerse de acuerdo.  Ansiaba que tuvieran valores y costumbres básicas compartidas. Partir una relación desde cero sería darse una nueva oportunidad de tener una vida buena, de partir unidos por voluntad propia, con reglas claras.

Entonces, curiosamente Chile se embarcó con la amante joven de pelo oscuro. Díscola y  desafiante, populista e inexperta. Nació de la cópula entre la rabia legítima y popular de octubre con la intelectualidad burguesa y elitista de la Nueva Izquierda. Ese coito entre los rebeldes de la calle  y los guerrilleros de biblioteca se repite de tanto en tanto en nuestra historia y lo que nace de ese amorío casi siempre termina mal para el pueblo. Los padres intelectuales que gozaron de la aventura se hacen humo, refugiándose en París entre el polvo de sus libros. 

Fallido ese primer intento, Chile se embarcó con la segunda amante, la mayor y canosa. La ultraderecha, muy compuesta y conservadora, ganosa de tradición, orden, rodeos y banderas. Tiene un doble estándar. Defiende a brazo partido la vida de “quien” está por nacer, pero en su historia reciente la vida del cuerpo presente, de carne y hueso, pesó menos que la propiedad y la libertad de empresa. 

Y bueno, ya ves donde estamos. Entre amantes intercaladas, pelados nos quedamos, con la misma señora y sin nueva Constitución. 

Y surgen preguntas: ¿por qué el sensato hombre entrecano, que iba a buscar una buena señora, se fue en busca de dos amantes? ¿Por qué las dos tan diferentes a la señora que buscaba? ¿Por qué no fue consistente en elegir el medio coherente y adecuado para alcanzar el resultado esperado? ¿Por qué vota por constituyentes extremos, si lo que busca son acuerdos, moderación, cierta unidad y una brevedad comprensible? 

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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