Publicidad
Pablo Zalaquett: el chef de la elite chilena Opinión Sebastián Brogca/AgenciaUno

Pablo Zalaquett: el chef de la elite chilena

Germán Silva Cuadra
Por : Germán Silva Cuadra Psicólogo, académico y consultor
Ver Más

Por supuesto que en esas comidas no se habla del estado del tiempo, ni del clásico entre Colo Colo y la U o de las últimas atracciones de París o Nueva York. Ahí se habla de política, de la crisis de seguridad, del Imacec, de las inversiones en tiempos de inestabilidad, de La Araucanía, etc.


Hacía tiempo que no se sabía de Pablo Zalaquett. Después de estar expuesto por las facturas falsas que utilizó en su fallida campaña senatorial y luego de ser investigado por el caso Tragamonedas, el exalcalde se sumergió. Intentó primero volver al mundo de las comunicaciones –de donde emergió junto a Cristina Bitar–, aunque parece ser que se sintió más atraído por el lobby. De hecho, estuvo a punto de asociarse con Enrique Correa, pero, por lo visto, sus contactos –especialmente con el mundo empresarial– le bastaron para lanzarse solo.

Según una investigación revelada la semana pasada por Ciper, el ingeniero comercial y exalcalde de La Florida y Santiago tiene un nuevo oficio: reunir a comer en su casa a personas del más alto nivel político del Gobierno con empresarios top. Y, claro, esto con el simple ánimo de “ayudar” a acercar posiciones y humanizar a personajes antagónicos, según él. Una especie de conducta altruista o filantrópica. De acuerdo con los privilegiados invitados a sus comidas, “no cobra por ellas”. Tampoco se habla de nada específico: “puras generalidades” y son “fuera de horario laboral” (argumentos dignos de un humorista), por lo que no es necesario registrarlas, lo que exige la Ley del Lobby. Argumentos bastante poco creíbles. Después de la crisis de las facturas falsas, los raspados de olla, el caso Hermosilla, los convenios y otros desastres de nuestra elite política, la verdad es que seguir pensando que la gente es tonta me parece una falta de respeto.

Lo más curioso –es una ironía, por supuesto– es que lo que partió como la develación de un encuentro puntual en la casa del lobbista, entre dos ministros y representantes de la industria de la pesca, resultó ser una práctica habitual, constante, en que Zalaquett hacía de anfitrión de la elite política, intelectual y económica del país. Una especie de “Divina Comida”, al estilo de nuestra clase política. Con el correr de los días, prácticamente todo el gabinete del Presidente confesó ser parte de este círculo de comensales reunidos en torno a la mesa de unos de los principales “gestores de intereses”, según lo define la propia Ley del Lobby. Más curioso aún es que, desde La Moneda, intentaron bajarles el tono a las comidas del cuestionado exalcalde de la UDI y argumentaron que las tertulias de Zalaquett no califican como lobby.

Por supuesto que en esas comidas no se habla del estado del tiempo, ni del clásico entre Colo Colo y la U o de las últimas atracciones de París o Nueva York. Ahí se habla de política, de la crisis de seguridad, del Imacec, de las inversiones en tiempos de inestabilidad, de La Araucanía, del posible colapso de las isapres y otros temas que nuestros políticos abordan “en horario de oficina” en el Congreso, en La Moneda o incluso en un café, pero con una diferencia: todo queda registrado, según lo impone la Ley 20.730, que rige hace casi diez años.

Yo estoy convencido de que la rigidez que impuso la Ley del Lobby deja pocos espacios para el intercambio de ideas, de puntos de vista en ámbitos que generen un mejor ambiente, más informal. Pero recordemos que esta ley se tramitó en medio de una crisis de confianza y credibilidad total de la ciudadanía con el mundo político. Por tanto, fue una forma de mostrarse duros, exigentes y rígidos frente a cualquier atisbo de corrupción, cohecho o presiones de algunos actores sobre las autoridades. Sin embargo, nuestra clase política ya olvidó el episodio y, como todo en Chile, hecha la ley, hecha la trampa.

Creo que conocer la posición del otro es sano para los distintos actores de la sociedad que toman decisiones. No veo por qué una empresa no puede presentarle a una autoridad los avances de sus proyectos o, incluso, las dificultades que tiene frente a un ente regulador. Eso no compromete a ninguna de las partes a nada, pero les da la alternativa de ponerse en el lugar del otro. Ningún ministro está obligado a tramitar una ley que perjudique el interés de un sector, pero es válido que sepa las consecuencias y efectos que la ley puede provocar para todos los involucrados. Eso es la democracia. Distinto es cuando se entra a negociar intereses particulares. Para eso está la Ley del Lobby, no para otra cosa.

¿Qué tienen de malo, entonces, las comidas vip que organiza Pablo Zalaquett? Nada, mientras se trate del sano ejercicio de escuchar posiciones contrapuestas. ¿Cómo va a ser perjudicial para un ministro conocer de primera fuente la visión del empresariado –en este caso la Sofofa– sobre cómo enfrentar la delincuencia, por ejemplo? Distinto es que se discutan problemas específicos de una industria en particular con dos ministros sectoriales. En el caso del sector pesquero –de acuerdo con la investigación del citado medio–, cuando aún quedan efectos de lo que fue la controvertida Ley de Pesca, por supuesto que es al menos una mala idea juntarse “fuera de horario” a compartir una comida en casa de un lobbista. Esos casos requieren la más completa transparencia: de día, de noche, en un café, dentro o fuera de horario laboral. Y ahí tengo la impresión de que varios ministros cometieron una imprudencia, pero no un delito.

Sin embargo, más allá de la torpeza –lo es, desde todo punto de vista, por algo uno de los ministros dijo que no recordaba quiénes estaban, ni de qué se había hablado, algo extremadamente peligroso, ya sea porque denota el afán de ocultar algo o la mala memoria de una autoridad–, creo que para La Moneda el tema es más delicado de lo que han tratado que parezca.

Tal como señalamos en la columna de la semana pasada, el Gobierno –y en particular el Frente Amplio– parece estar viviendo la peor de las paradojas: convertirse exactamente en una caricatura de lo que les criticaban a los otros. Primero fue la superioridad moral –expresada por Giorgio Jackson– en materia de probidad, que el caso Convenios echó por tierra, sumado esto a las críticas por usar Estado de Excepción, expulsar extranjeros y, además, ignorar a aquellos cómplices de los “30 años”. A fines de 2023 se firmó un acuerdo con SQM y en estos días se han conocido estas comidas “fuera de horario” con el mundo empresarial. Es decir, todo eso que encontraban espantoso de la ex Concertación y la ex Nueva Mayoría. Madurez y realidad política se llama el síntoma.

Insisto en que me parece legítimo el que actores importantes del país se reúnan en espacios más informales para analizar la contingencia y buscar caminos de entendimiento. Distinto es acordar temas que afectan intereses del Estado. La pregunta que deja esta develación –por suerte existen medios alternativos en Chile– es cuál es el interés de Pablo Zalaquett en esta historia, considerando que él es un lobbista y ese es su trabajo, aunque a lo mejor solo soy un mal pensado y simplemente se trata de su nueva faceta: la filantropía política.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias