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La respuesta iraní Opinión

La respuesta iraní

Cristian Garay Vera
Por : Cristian Garay Vera Instituto de Estudios Avanzados, Universidad de Santiago de Chile
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De todas maneras, más que antesala de una III Guerra Mundial, las operaciones de inteligencia israelíes e iraníes se inscriben en una guerra sucia que libran en el tablero geopolítico Teherán y Tel Aviv.


A pesar de la ansiedad producida por la naturaleza de un ataque iraní a Israel, y por la presión mediática que suponía esta, la operación fue más difusa y menos concreta que la provocación israelí que destruyó la embajada iraní en Siria con dos generales de brigada en su interior. Tengamos en cuenta que en este periodo entre 2014 a 2024 las normas de convivencia internacional se están degradando en todas partes. A la vulneración flagrante de la desmilitarización del espacio ultraterrestre, del uso pacífico y no comercial de la Antártida, a las proclamaciones de soberanía en zonas de alta mar antes reconocidas como espacios internacionales, y a la libertad de los mares, se une la destrucción intencionada de una embajada. Razones militares y políticas hay muchas. Irán lleva una guerra proxy o delegada contra Israel y Estados Unidos articulada por sus milicias Quds, a través de sus agentes operadores: Hamas, Hezbollah y las milicias hutíes. Esto, dígase enfáticamente, sin el beneplácito de países árabes sunitas. No es extraño que Jordania y Arabia Saudita derribaran por su cuenta drones del enjambre lanzado desde Irán en el paso por su territorio.

El uso no amistoso de espacio aéreo neutral es otra singularidad de este ataque iraní, realizado mediante el lanzamiento de 185 vehículos autónomos no tripulados (drones), 110 misiles balísticos y 36 misiles de crucero. Sin embargo, a pesar de su número, la respuesta de Teherán no golpeó otra embajada, porque cuando se desatan estas normas sigue un efecto espejo para el actuar de otras potencias y actores. Por algo el G-7, y de modo específico China, llamaron a la moderación, con la notable excepción de España que no condenó el ataque iraní.

Irán puede sentirse satisfecho de su accionar. Si bien no logró impactos significativos, pero da la impresión que carecía de la inteligencia necesaria para lograrlo. Al contrario de lo que manifestó el mando del Cuerpo de la Guardia de la Revolución Islámica de Irán (CGRI), que su ataque estaba dirigido contra puntos específicos, no parece ser el caso: se atacó lo que se pudo, sin una regla clara. Al buen desempeño del Domo de Hierro y de otras aplicaciones israelíes, hay que añadir que un ataque iraní a una embajada hubiera significado un efecto espejo colectivo para otros países y el fin de una regla sobre la inviolabilidad de embajadores y sus sedes, es decir, un principio de la diplomacia.

Para Israel, no hay respuesta aparente porque, si bien ha querido atacar el reactor nuclear iraní hace años, no tiene las bombas necesarias para demoler la estructura subterránea, y está claro que Biden no las facilitará. De hecho, queda la impresión de que la intención de Netanyahu de involucrar a Estados Unidos en un giro más extenso del conflicto con Teherán no fue considerada aceptable por Washington en términos de costos y beneficios, menos en un momento donde las armas y municiones se necesitan para el frente ucraniano. Lo mismo vale para que Rusia, a pesar de su retórica pro iraní, pueda verse impedida de recibir material militar de ese país si entra en conflicto con Israel.

Al final de esta operación de respuesta queda la impresión de que la tecnología antiaérea israelí Arrow, creada por Israel Aerospace Industries (IAI), es lejos la mejor del mundo, y que los drones Shared, que han obtenido éxitos notorios en Ucrania, aquí no tuvieron efecto alguno. Hubo pocos impactos directos y estos fueron amplificados con la inclusión de imágenes de bombardeos anteriores para trasmitir una imagen victoriosa a su población, incluyendo un cartel que, al terminar el contrataque, decía: “La siguiente bofetada es más fuerte. Tu próximo error será el fin de tu falso país”. Dado que Israel contempla el uso de armas nucleares si su país es amenazado de extinción, esa advertencia es algo paradójica.

De todas maneras, más que antesala de una III Guerra Mundial, las operaciones de inteligencia israelíes e iraníes se inscriben en una guerra sucia que libran en el tablero geopolítico Teherán y Tel Aviv. En los hechos es un episodio en tablas, ya que si bien Israel consideró atacar Irán si el ataque salía desde ese punto, lo cierto es el enjambre voló desde Siria, Yemen y también ciertamente Irán, y no pasó nada con la respuesta que pretendían realizar en 24 horas. En el juego de las amenazas y la retórica, ninguno de los actores ha querido parecer menos desafiante y fuerte que el otro. Pero es poco probable que una guerra convenga a las potencias que hoy se disputan el mundo, y mucho menos al resto del mundo. Menos cuando un conflicto aún más global que las guerras de Ucrania –como antes Siria– se cruza con otras escaladas y operaciones militares en pleno desarrollo frente a Taiwán y las tensiones con Corea del Norte, donde entre otros episodios acaba de producirse una protesta de China por la reconversión del ahora portaaviones japonés Kaga, que violaría el espíritu pacifista que ahora Beijing exige a Tokio en este panorama.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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