El desafío mayor para el oficialismo será mantener controlada a una persona con evidente inestabilidad emocional, porque, de aquí en adelante, tanto el oficialismo como La Moneda vivirán en alerta permanente respecto a cuándo vendrá el próximo arrebato de Rivas.
Florcita Motuda fue el primero en romper la solemnidad y seriedad del Congreso Nacional en toda su historia. A sus intervenciones en versos y horriblemente cantadas, sus gritos y risotadas, agregó un precedente: entró a la Sala disfrazado. Nadie supo si el atuendo correspondía a un muy maltrecho Batman, a Gatúbelo o a una versión contemporánea de Super Cifuentes, el héroe de Hervi, proclamado por la revista La Bicicleta en plena dictadura.
De ahí en adelante, los espectáculos con tinte circense pasaron a ser habituales en el Parlamento, sin duda, una representación bastante gráfica de la institución con la peor reputación del país. Luego se sumaría Pamela Jiles y sus extravagancias –esas que dan vergüenza ajena–. La diputada no solo hizo un curioso giro desde el Partido Comunista a la derecha populista –con pocas estaciones intermedias– sino que pasó además a proclamarse como la abuela –trata de nietecitos a sus electores– y a usar capas de distintos colores para volar por el hemiciclo –literalmente– frente al resultado de algunas votaciones. Participa además en un programa de TV donde pronuncia frases poco comprensibles e hipótesis políticas exóticas, mientras se queda petrificada mirando las cámaras.
A los vuelos rasantes de Jiles frente a la testera, se sumó el diputado Hernán Palma –curiosamente Motuda, Pamela y él pertenecen o pertenecieron al Partido Humanista, único síntoma en común–, quien apareció en su trabajo vestido de cocinero y se instaló en los pasillos del Congreso con una olla para alertar, según él, de la cocinería con que el mundo político había alcanzado el acuerdo del segundo proceso constituyente. Claro que bastante razón tenía…
Hasta que llegamos al máximo exponente de la política espectáculo y bizarra chilena. Vestido de negro y con una insignia de sheriff –como en el Viejo Oeste–, Gaspar Rivas se autoproclamó como un defensor de la justicia. “Nadie, por la mierda, hace nada. Por eso yo tomé esta porquería, un símbolo (estrella de sheriff), al ver que necesitamos ley y orden… A mí me afecta ver cómo sufre mi pueblo”, declaró llorando sin consuelo en un matinal. A tal nivel llegó su descompensación en directo, que la conductora lo sacó de pantalla argumentando que el diputado no se encontraba en condiciones de seguir hablando.
Pero los arrebatos, conductas bizarras y pérdidas de control del ahora primer vicepresidente de la Cámara se volvieron frecuentes. En medio de la discusión constitucional declaró: “A esa señorita que se llama Constitución, hay que violarla todas las veces que sea necesario”. Luego repartiría combos en una de las sesiones paralelas que buscaban un acuerdo constitucional, en que, además, estaba invitado “Pancho Malo”. En un almuerzo de la bancada del PDG, agredió verbalmente a su colega Roberto Arroyo, por lo que el encuentro no alcanzó a llegar al postre. Y recordemos que Rivas fue expulsado de su partido en 2022 por sus escándalos permanentes en la Cámara. Sin embargo, en marzo de 2023 lo reintegraron, para la semana pasada –cuando fue nombrado en la testera– ser nuevamente expulsado por el propio Parisi.
Pese al perfil e historial de Gaspar Rivas, el oficialismo se jugó con todo por incluir al diputado en la fórmula que permitió que Karol Cariola lograra la presidencia de la Cámara. Sin duda, un triunfo bastante débil que abre muchas dudas acerca de la gobernabilidad que puede tener una Mesa integrada por el ahora diputado independiente, quien mayor grado de libertad tendrá para decir y hacer lo que se le ocurra.
Por supuesto que las personas pueden cambiar. De hecho, la mayoría de quienes han integrado las mesas de la Cámara y del Senado han pasado a recibir una especie de halo, de encantamiento que provoca el poder, que los moderó durante el período que ejercieron. Sin embargo, las conductas previas de Rivas permiten proyectar que están vinculadas más a su estructura de personalidad que a su zigzagueante comportamiento político. De seguro, en el corto plazo, tendremos al vicepresidente de la Mesa ofreciendo combos e insultos, lo que pondrá en riesgo permanente de censura a la directiva encabezada por Karol Cariola.
De ahí que el negocio obtenido por el Gobierno hace una semana pareciera ser una apuesta más que arriesgada. Si es que en la estrategia de Álvaro Elizalde estaba un acuerdo que favoreciera al PDG en otros espacios –el propio diputado lo señaló, para luego retractarse–, eso perdió vigencia al día siguiente con la expulsión de Rivas de su partido. Si es que el objetivo es que el independiente Rivas se acerque al oficialismo, tendrían que explicar cómo este ex-RN y exlíder de la agrupación neofascista y neonazi Movimiento Social Patriota se convirtió a la centroizquierda.
Sin embargo, el desafío mayor para el oficialismo será mantener controlada a una persona con evidente inestabilidad emocional, porque, de aquí en adelante, tanto el oficialismo como La Moneda vivirán en alerta permanente respecto a cuándo vendrá el próximo arrebato de Gaspar Rivas. Un acuerdo político que hace recordar esa película llamada Durmiendo con el enemigo.