Publicidad
La farra de Valparaíso Opinión

La farra de Valparaíso

Publicidad
Cristián Zuñiga
Por : Cristián Zuñiga Profesor de Estado
Ver Más

¿Hay algo en común entre la decadencia de Valparaíso y la inauguración del megapuerto de Chancay en Perú? Sí, muchas cosas en común.


Durante la misma semana que el alcalde de Valparaíso, Jorge Sharp, anunciaba, cual actor de Hollywood, a los medios de comunicación su decisión de no presentarse a la reelección por el municipio porteño, en Perú se debatía sobre la administración del que, muy pronto, pasará a ser el terminal portuario más grande de Sudamérica: el puerto de Chancay.

La polémica está desatada en dicho país, dado que el accionista mayoritario de este terminal es una empresa estatal china. De hecho, el embajador de China en Perú dijo que el puerto de Chancay “podría convertirse en la Shanghái de Sudamérica”. Viene bien recordar que Perú fue el segundo país latinoamericano en firmar un Tratado de Libre Comercio con China, después de Chile.

Sin embargo, este terminal portuario, ubicado a 80 km al norte de la ciudad de Lima (casi la misma distancia que hay entre Santiago y Valparaíso), no fue ideado por el Gobierno chino o algún importante empresario asiático. Fue un proyecto concebido el año 2007 por el empresario peruano Juan Ribaudo De La Torre, entonces propietario de las tierras donde hoy se construye el puerto de Chancay. En la actualidad, este terminal portuario es considerado de tal importancia, que sería inaugurado por el presidente de China, Xi Jinping, en noviembre próximo durante la cumbre de APEC a celebrarse en Lima.

El año 2007, cuando el visionario peruano Juan Ribaudo proyectaba su terreno como un megapuerto con vista al continente del futuro (al Asia Pacífico), la ciudad de Valparaíso ya se encontraba debatiendo sobre el futuro de su borde costero: entre la construcción de un mall o la expansión portuaria. Por supuesto que ese debate se dio desde la dinámica que ha caracterizado al Chile de las últimas décadas, es decir, desde el cortoplacismo de los gobiernos de 4 años que no son capaces de tomar definiciones de largo alcance. Súmele a lo anterior el fanatismo ideológico y la excesiva burocracia de instituciones como el Consejo de Monumentos Nacionales, los Tribunales Ambientales y la Empresa Portuaria de Valparaíso.

Hoy el puerto de Chancay se alza como la joya portuaria del Pacífico, mientras, Valparaíso exhibe su borde costero como uno más de los sitios eriazos que adornan la ciudad (habría que destacar la calle Serrano o el fallido edificio del Instituto de Neurociencias como emblemas de los sitios eriazos de la ciudad patrimonial).

No cabe duda que lo de Valparaíso ha sido una farra y una de esas farras que van más allá del color político, pues la ciudad, en los últimos 34 años, ha sido administrada por moros y cristianos (por la DC, la UDI y el movimiento de Sharp). Sería injusto achacarle responsabilidad, por todos estos años de farra, a un solo político, pues en la juerga han estado bailando: parlamentarios, activistas, poetas, filósofos, músicos, pintores, gestores culturales, abogados de la plaza, arquitectos, jueces y, por supuesto, los oportunistas de siempre, esos que vieron, en medio de la bacanal, la oportunidad para quedarse con el botín de los ingenuos porteños (es cosa de preguntarle a los otrora activistas del Parque Urbano La Matriz).

No deja de ser curioso que Valparaíso, ciudad que es Patrimonio de la Humanidad gracias a su condición de cuna del capitalismo en el continente, esté viviendo tanta decadencia y haya terminado convertida en una especie de ratón de laboratorio para los vendedores de utopías. Y como suele suceder con los vendedores de utopías, una vez que son pillados en su farsa (cuando se descubre su trastorno de realidad), abandonan el barco y hacen como si nada hubiera pasado (algunos apelan a la madurez y otros al derecho a cambiar de opinión).

No es casualidad que, mientras Jorge Sharp anuncia que no va más, que se baja de su autoproclamado proyecto de “alcaldía ciudadana”, uno mire hacia el borde costero de Valparaíso y no vea más que ruinas. Se trata de las ruinas que han sostenido promesas de expansiones portuarias, parques costeros, trenes rápidos a Santiago, funiculares, ascensores en buen estado y hasta las de aeropuertos a la vuelta de la esquina.

Es de esperar que la controversia respecto a la administración del Estado chino sobre el puerto de Chancay en Perú (que de seguro tiene a Estados Unidos en modo de alerta) sea una oportunidad para que Valparaíso concrete su expansión portuaria, pues sabido es que no basta con San Antonio para ser competitivos. No cabe duda de que la actividad portuaria siempre ha sido el motor bancario, de empleos y calidad de vida, para una ciudad que ha caído en desgracia desde que su borde costero dejó de estar a la altura de las circunstancias.

Pero, esta vez, Valparaíso no puede darse otra farra y, de una vez por todas, debe asumir su estatus de potencia portuaria del Pacífico. Para eso, hay que partir por generar un gran pacto ciudad: prohibidos los vendedores de utopías.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias