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La nueva generación de la izquierda y la pedagogía del dolor Opinión AgenciaUno

La nueva generación de la izquierda y la pedagogía del dolor

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Guillermo Pickering
Por : Guillermo Pickering Abogado, exsubsecretario del Interior y de Obras Públicas.
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Aprender de los errores y entender que se gobierna para todo el país no son cosas habituales en la política. Si no, miremos al vecindario o a Estados Unidos o Europa, con países polarizados que están reviviendo viejas prácticas, que en el pasado han llevado a la guerra o la conmoción interna.


A muchos nos cuesta entender lo que está pasando en Chile estos últimos meses y, por qué no decirlo, en los años recientes.

Una explicación para esta tormenta de arena puede ser que sea muy difícil despertar de la inercia a la que nos habíamos acostumbrado, y más difícil aún es darse cuenta de que, mientras dormíamos, una generación nueva irrumpió en los grandes escenarios políticos y se tomó el poder, encarnando por un tiempo la magia que antes de ellos otros habíamos vivido, al ser simultáneamente símbolos y representantes jóvenes de cambio y modernidad.

Sin identificarse con la transición y sus limitaciones, gradualidades y méritos, comenzó a cuestionarse por muchos jóvenes el país que habíamos construido con gran esfuerzo y pragmatismo. En ese proceso la generación de los 80 fue objeto de descalificaciones injustas e infundadas, que no supimos objetar y discutir oportunamente.

Con el mismo desdén con que posteriormente hemos sido tratados, en su momento fuimos soberbios y no supimos explicar que la gradualidad era la forma de avanzar y no una transacción ideológica con el neoliberalismo, y que la agenda valórica, en su minuto, fue secundaria a la hora de reconstruir la democracia, con el exdictador de comandante en Jefe. Esas prioridades hoy se miran como obvias, pero en los 90 nos dividían y necesitábamos unidad.

Aunque hubo muchos que brillaron en lo individual, generacionalmente no fuimos capaces de articular un proyecto colectivo de cambio social y renovación, que agregara valor político a la recuperación de la democracia con las ideas avanzadas de una generación de reemplazo y con un fuerte liderazgo a la hora de discutir el rumbo futuro entre los llamados autocomplacientes y autoflagelantes.

Si se quiere, se puede decir que no irrumpimos y que fuimos muy respetuosos de los liderazgos históricos, a quienes admirábamos y disciplinadamente seguíamos.

Concentramos nuestros esfuerzos en apoyar a la Concertación y formamos parte de sus gobiernos (incluido el de la Nueva Mayoría). Aportamos conocimientos y el testimonio de haber sido protagonistas en la lucha contra la dictadura, pero nos dejamos estar y nos perdimos. Algunos nos fuimos al sector privado a ejercer nuestras profesiones y oficios, otros se incorporaron a las universidades y los menos se quedaron en los partidos políticos. Muchos abandonamos lo público y fuimos injustos con los que aún trataban de cambiar las cosas desde dentro. Los abandonamos, al igual que abandonamos la política.

Hoy, con humildad, sobre todo con humildad, algunos –no todos–debemos hacer un mea culpa y tratar de ayudar a recomponer lazos, aconsejar a los más jóvenes cuando pidan consejo, ponernos en su lugar. Si ellos no tienen experiencia, debimos haberlos acompañado, pero ellos no quisieron y nosotros no quisimos. No fuimos los Valdés, Aylwin, Castillo, Almeyda y Lagos de estos jóvenes.

La nueva generación que encabeza el Presidente Boric ha tenido la arrogancia y la ambición que es característica en estos procesos de regeneración de los liderazgos individuales y colectivos. Han tenido que entender con la pedagogía del dolor, como le ocurrió a la Falange Nacional, al Mapu y al Socialismo Democrático en su tiempo. Tampoco han tenido que vivir 17 años en dictadura, que se nos impuso por los errores de otros, ni volver a la democracia debiendo sacrificar muchos de los sueños de cambio por ser responsables con el país.

Ellos deben saber que a nuestra generación le costará mucho tiempo olvidar la pretensión de que tendrían una superioridad moral sobre nosotros, lo que es falso e injurioso, palabras que han tenido que tragarse ante los porfiados hechos. Pero el maltrato recibido no es explicación suficiente para terminar votando y haciendo campaña por Chile Vamos o apoyando obstrucciones de la derecha al pacto fiscal o al aporte solidario en las cotizaciones a la reforma previsional.

No se trata de dar lecciones a nadie sobre lo que se debe hacer, pero la extrema derecha pinochetista es aún impresentable y tiene olor a dictadura.

Sé que para muchos amigos la propuesta de nueva Constitución elaborada por una mayoría delirante en la Convención Constitucional marca un antes y un después en cuanto a lo tolerable.

Es cierto que la forma y el fondo de esa Convención hizo explotar lo que quedaba de affectio societatis entre el centro y la izquierda o las izquierdas y que, cegados por la soberbia, los sectores más radicales intentaron imponer sus ideas a una buena parte de los chilenos, lo que fue una grave equivocación, como quedó demostrado claramente con el triunfo del Rechazo. Pero en este punto, después de haber pasado mucha agua bajo el puente, tenemos la obligación de reflexionar sobre qué es lo que más le conviene a Chile y a los chilenos.

Después de que un sector radicalizado mató en los hechos al estallido social, quedaron latentes sus legítimas demandas que, sin embargo, siguen totalmente vigentes, como son los abusos, la desigualdad y la existencia de justicias diferentes según sea el poder o la condición social de los chilenos.

Esas demandas deben ser un punto de encuentro entre generaciones políticas, a sabiendas que, igual como sucedió con todas las épocas pasadas, la joven generación estará activa por lo menos durante los próximos treinta años y, en consecuencia, le corresponderá abordar y resolver esas aspiraciones.

Reconforta saber que están aprendiendo rápido, que no se han olvidado de sus ideales originarios, pero que, al mismo tiempo, ahora han tenido el pragmatismo de ceder, dialogar y buscar puntos de consenso.

Alguien de seguro pensará que ese pragmatismo se debe a que son minoría en el Congreso o al hecho de que perdieron en las urnas con su propuesta de Constitución, pero podrían haber optado por extremar las posiciones, como otros en la historia de Chile lo hicieron a pesar de no ser mayoría.

En vez de echarle la culpa al empedrado, han entendido que como generación no pueden cometer la insensatez de apostar a la crisis y confrontar en la calle a los opositores. Han tenido además la sabiduría de entregar el manejo económico a un competente equipo, encabezado por el ministro Marcel.

Han comprendido, por último, que hoy la seguridad ciudadana y el temor de la población constituyen el primer y principal desafío de su gestión de gobierno, lo que no estaba en su programa ni en su diseño inicial.

Aprender de los errores y entender que se gobierna para todo el país no son cosas habituales en la política. Si no, miremos al vecindario o a Estados Unidos o Europa, con países polarizados que están reviviendo viejas prácticas, que en el pasado han llevado a la guerra o la conmoción interna.

Yo en lo personal prefiero un Gobierno que busca dialogar a uno que busque pasar sobre los opositores o que persiga el enfrentamiento para fidelizar a su votación dura.

Boric aprendió en dos años lo que la clase dirigente de este país entendió en veinte.

Bienvenida la política como el arte de lo posible o, como citaba Tomic, el arte de hacer posible lo imposible.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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