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De dulce y agraz: la gestión de nuestro comercio agrícola y alimentario Opinión

De dulce y agraz: la gestión de nuestro comercio agrícola y alimentario

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Eduardo A. Santos Fuenzalida
Por : Eduardo A. Santos Fuenzalida Experto internacional en asuntos de comercio
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Olvidamos fácilmente que el mercado agrícola y alimentario mundial es uno muy imperfecto, abierto a todo tipo de manipulaciones gubernamentales y –especialmente– sujeto a los vaivenes de la naturaleza.


Para muchos, sin duda, hemos sido los “campeones” y el ejemplo a seguir en materia de exportaciones agrícolas y alimentarias. Y las cifras parecen sustentar tales afirmaciones, al menos en una mirada rápida. De hecho, durante las últimas dos décadas nuestro comercio agrícola –alimentario y forestal–, creció más de tres veces, subiendo de cerca de 6.419 millones de dólares, durante los primeros años de este siglo (promedio anual, 2001 a 2003) a más de 23.894 millones durante el período de 2021 a 2023.

La lista de los productos que ha “brillado” en la conquista de los mercados agrícolas y alimentarios mundiales es bien conocida –y muy “publicitada”– y es encabezada por las ventas de frutas frescas (7.060 millones de dólares, promedio anual, 2021 – 2023) y de alimentos del mar, frescos o congelados (6.854 millones, principalmente filetes de salmón y trucha), seguidos desde lejos por los envíos de maderas y artículos de madera (2.655 millones); bebidas (principalmente vinos, 1.827 millones); y carnes (1.467 millones, casi exclusivamente carnes de cerdo y aves). Y la lista de productos exitosos que sigue es larga. 

Hasta ahí todo bien, pero una mirada en mayor profundidad de nuestra “red de mercados” la muestran siendo “menos deslumbrante”. Para empezar, las exportaciones agrícolas y alimentarias han crecido muy por debajo de la expansión de las exportaciones totales, que se disparan debido al aumento casi explosivo de nuestras exportaciones de minerales, de cobre y de litio (HS26; HS74 Y HS28), de solo 7.908 millones a más de 58.444 millones, durante el mismo período (¡viva la diversificación productiva!).

No obstante, y como una importante demostración de nuestro éxito y “poderío” exportador, algunos argumentan que, en la actualidad, existe un importante superávit en la balanza comercial agrícola – alimentaria que alcanza a 12.153 millones de dólares. Cierto, excepto que se olvidan mencionar que –al mismo tiempo– hemos desarrollado una enorme dependencia de la importación de alimentos de consumo básico, cuya producción está siendo “arrinconada” por nuestro modelo de agricultura orientada a la exportación y que, durante la pandemia, “puso en duros aprietos” nuestra seguridad alimentaria.

En efecto, una proporción significativa de nuestras importaciones la constituyen esos productos, compras que –de hecho– crecen muy rápidamente en las dos últimas décadas, como en los cereales (de 344 millones de dólares a 1.616 millones de dólares); las carnes (de 191 millones de dólares a 2.140 millones), los aceites y grasas (de 178 millones a 1.067 millones); los lácteos (de 45 millones a 438 millones); y el azúcar (de 106 millones a 608 millones). De hecho, las compras de estos alimentos básicos crecen mucho más rápido que nuestras exportaciones agrícolas

Además, debemos recordar que la conformación de nuestra “red de mercados” agroalimentarios ha visto importantes modificaciones durante las últimas dos décadas, cambios que algunos ciertamente podrían calificar como positivos. Pero, ya veremos.

Para empezar, estamos exportando a un mayor número de países, por lo que la concentración de nuestras exportaciones ha venido a la baja, disminuyendo de un 49%, 66% y 78%, en los primeros cinco, diez y veinte mercados, respectivamente, a 43%, 52% y 58%. ¡Aplausos! Pero, ello ha ido acompañado también, de cambios sustantivos en la distribución regional y en la concentración en, y/o distribución en diferentes países.

Las exportaciones continúan estando muy concentradas en solo tres mercados, a saber, los Estados Unidos, Japón y China, aun cuando los dos primeros disminuyeron su participación desde 28% y 14%, respectivamente, a solo 19% y 6%, mientras que China subió su contribución de 3% a más 11%. Pero, tal vez, el hecho más significativo es, además, el “cuasi” abandono de los mercados de la ALADI y de la UE y las dificultades para el “despegue definitivo” de los mercados de Asia que –con la excepción de China y Japón– todavía siguen mostrando cifras de importaciones bajísimas desde Chile, a pesar de los recursos desplegados en el continente y el tamaño de sus mercados

En cuanto a la UE –a pesar del proceso de expansión del Mercado Común–, durante los últimos 20 años, su participación en nuestras exportaciones agroalimentarias cae desde un máximo de 17% a un promedio de 9% en el período 2021 – 2023, con las modificaciones más importantes produciéndose precisamente en varios de los principales mercados de Europa.

De hecho, Alemania, España, Francia e Italia serían los más afectados y –como grupo– su contribución disminuye de más de 10% a 4%, a pesar de su enorme población (257 millones de consumidores). En el caso de la ALADI, la importante baja en participación que sufre (18% a 11%) es ocasionada –en parte– por la caída de más de 4 puntos en la participación de México (6.7% a 2.6%), la que no alcanza a ser neutralizada por el alza en la participación de Brasil (2.2% a 3.6%). La totalidad de nuestros socios en la Asociación, excepto Brasil, baja su participación. 

Y, como indicamos anteriormente, con las excepciones de China y Japón, y en cierta medida Corea, los países de Asia nuestra “tabla de salvación” no están “despegando” como mercados de “valor comercial”, y continúan exhibiendo cifras de importación pequeñas y participaciones en los envíos que describiría como “paupérrimas” en los casos India (0.4%), Malasia (0.1%) y Vietnam (0.6%).

En otros casos, en lugar de crecer, la contribución a nuestras exportaciones cae, como ocurre con Taiwán (1.9% a 0.7%), Tailandia (0.5% y 0.4%) e Indonesia (0.2% a 0.1%). Además, en estos, las exportaciones agrícolas y alimentarias están ultraconcentradas en un puñado de productos. De hecho, casi dos tercios de los envíos son alimentos de mar (HS03) y frutas (HS08). Si agregamos maderas y sus productos (HS44) a la lista, la concentración se eleva a casi 79%. Y los exportadores no son precisamente pymes. 

Algunos podrían insinuar que me obsesioné con nuestros socios de Asia. No, simplemente quiero saber por qué tenemos tal rendimiento en esta región, a pesar de las seis (6) Agregadurías Agrícolas que tenemos –China, Corea, Japón, Indonesia, India y la recientemente creada en Vietnam, mientras que en el resto del mundo tenemos solo una en América del Norte, una en la UE, una en Brasil, con las de México y Rusia aún vacantes. Es un absurdo por donde lo miren.

Además, en Asia, seguimos realizando giras y misiones para vender una imagen de “potencia alimentaria” insostenible en el tiempo y que solo tiende a perpetuar un modelo de desarrollo económico extractivista ya agotado. Estamos abandonando nuestra región, a Norteamérica y a la UE, para testarudamente intentar quedarnos en Asia.

¿Es el aparente “tamaño” de los negocios? ¿Quién es realmente responsable de estas decisiones en la Cancillería y en Agricultura? Es ciertamente un proceso poco transparente. Lo siento, pero creo que no basta con decir que es la Presidenta o el Presidente quien conduce nuestras relaciones internacionales y que “ellos deciden”. A lo mejor, pero ¿cómo?

Las grandes potencias no dejan las decisiones sobre los sistemas alimentarios y sus vínculos con la economía global al azar, y tienen marcos legales que “definen” con claridad la dirección en que se mueven.

La Unión Europea tiene, por ejemplo, la “Política Común” (The common agricultural policy at a glance); Estados Unidos su conocida Ley Agrícola (The Agriculture Improvement Act of 2018); y China suNational Agricultural Sustainable Development Plan 2015 – 2030” (Ministry of Agriculture and Rural Affairs, 2015). Incluso, el Gobierno de China ha propiciado la inversión de miles de millones de dólares en sectores diversos de agricultura, ganadería y piscicultura en países en vías de desarrollo, a fin de asegurar la cadena de suministros alimentarios y disminuir su vulnerabilidad (China’s Foreign Agriculture Investments).

Así, mientras nuestros principales socios comerciales se preparan para enfrentar los grandes desafíos de un crecientemente complicado mercado mundial agrícola y alimentario, en Chile continuamos respondiendo tardíamente, improvisando y dejando que “solo el mercado”  defina nuestras políticas comerciales (ver: Agricultural Policy Monitoring and Evaluation 2023; OECD).

Olvidamos fácilmente que el mercado agrícola y alimentario mundial es uno muy imperfecto, abierto a todo tipo de manipulaciones gubernamentales y especialmente sujeto a los vaivenes de la naturaleza, y que todo ello vulnera nuestra seguridad alimentaria y habilidad para competir. Y, en las últimas décadas, hemos sufrido de ambas.

No obstante, aún no tenemos una política comercial agrícola – alimentaria que atenúe el impacto de esas imperfecciones y manipulaciones, y que –al mismo tiempo– nos proponga respuestas a los actuales desafíos medioambientales que enfrentamos, incluyendo la protección de los relativamente limitados recursos naturales de que disponemos y que estamos “empujando al límite”, buscando siempre ser “el primero en esto” o “lo otro”. 

Y, aun cuando intentamos dar respuestas “parciales” –al parecer–, nos cuesta mucho “dar pie con bola”. A mediados de 2022, la actual administración inauguró la Comisión Nacional de Seguridad y Soberanía Alimentaria, con el objetivo de proponer una política y un acuerdo nacional sobre “soberanía alimentaria y nutricional”. Y, casi un año más tarde, a través de Odepa, el Minagri publicó la Estrategia Nacional de Soberanía para la Seguridad Alimentaria (El Mostrador, 9 de julio, 2023).

Pero como comenté en esa oportunidad, la Estrategia propuesta cojea”, pues deja fuera variables internacionales de importancia, y eso no “cuadra” en una economía tan abierta como la de Chile. No parece haber nada más “en carpeta”.

Se podría argumentar que este ha sido solo un “arañazo” superficial y rápido de nuestro comercio agrícola y alimentario global. Puede ser, ya que es solo una columna de opinión. No obstante, creo que ilustra los desafíos principales que enfrentan nuestras exportaciones agroalimentarias, dejando al descubierto que tenemos una visión errónea de cómo opera el comercio agroalimentario mundial –“libre, como las golondrinas”-y así la ausencia de una política comercial agroalimentaria.

Sin embargo, no será fácil modificar el curso actual, debido a la muy débil” institucionalidad pública comercial agrícola – alimentaria, llena de pitutos”, y sujeta a presiones de unos pocos intereses. Por ahora, no es la administración que o quien busca “consensuar” la dirección y gestión de nuestro comercio.   

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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