A la par del estancamiento político corre la economía chilena, inmóvil en menguadas tasas de crecimiento y con inversiones que no arrancan con la debida fuerza.
Las crisis tienen cierto atractivo para quienes saben aprovechar esas oportunidades. Por ello se aplica la etiqueta crisis con gran facilidad por algunos políticos y se ondea en tantas opiniones. Asustar y preocupar tienes sus dividendos. Pero no, no llamaría crisis a la actual fase política del país. Tampoco parálisis, como lo fue en momentos del estallido social de 2019 y de sus secuelas. Lo llamaría estancamiento o quizás cansancio político, esa sensación que ha reemplazado los periodos de hiperactividad (y de extravío) de los últimos cinco años vividos en Chile, y que nos ponen ante una sola y pesada pregunta: ¿qué viene ahora?
Veamos, en mi opinión, los signos del estancamiento político en nuestro país.
En el último Informe sobre Desarrollo Humano en Chile (PNUD) se consignan elocuentes datos acerca de cómo la población nacional siente el presente del país. Uno de ellos es la percepción de impotencia personal y colectiva, el sentirse incapaces de modificar las cosas, lo que deriva en un vago pesimismo y falta de esperanza en el futuro. Es un cuadro más que propicio para la suerte de inmovilismo político, hecho de lugares comunes y de ritos y gestos (más bien simbólicos) que se repiten desde hace años.
Los movimientos sociales parecen haber entrado en reposo luego de los turbulentos periodos recientes, al menos en sus manifestaciones públicas; tampoco instalan temas en la agenda política, uno de los roles esenciales y necesarios del movimentismo civil. Los partidos políticos, en cuanto componentes inherentes del pluralismo democrático parecen estar en el punto muerto en el cual se repiten los relatos de siempre, un determinismo que da pocos avisos de renovación de propuestas y de lenguaje que puedan despertar entusiasmo ciudadano. En la derecha hace algunos años se plantearon las bases de lo que sería llamada una derecha social, debate hoy olvidado en algún desván de Chile Vamos. Asimismo, tampoco se ven trazas de un rozagante liberalismo de derecha, hoy achatado en los temas propios de un tradicional conservadurismo y atajando la amenaza de republicanos. Por otra parte, en la izquierda se ha comenzado a formular la hipótesis de una segunda renovación (como aquella socialista de los años 80) que resuelva aquellos nudos doctrinarios y que confiera nuevos aires y energías para enfrentar los desafíos (de nivel mundial) ante el avance de populismos de todos los colores, en especial aquellos de las extremas derechas; pero aún la renovación del pensamiento socialista democrático y reformista es solo eso: una hipótesis archivada de frente a la permanente labor de sostener el gobierno de Boric. A este cuadro se debe agregar la ausencia de un centro político que dinamizaría el debate, las opciones y el horizonte de la política nacional; la Democracia Cristiana parece haber renunciado a su histórica colocación, y Amarillos y Demócratas se encuentran en compás de espera de los resultados de las elecciones municipales y regionales que les verán medir por primera vez su fuerza política.
Un significativo síntoma del impasse político son los liderazgos detenidos en figuras casi icónicas: Evelyn Matthei y Michelle Bachelet, asumidas como cartas únicas para alcanzar la conducción del país en el próximo mandato. La propia Bachelet ha reclamado la presencia de nuevos rostros que lideren las opciones de ambas izquierdas.
A la par del estancamiento político corre la economía chilena, inmóvil en menguadas tasas de crecimiento y con inversiones que no arrancan con la debida fuerza. Un panorama que no permite desplegar grandes iniciativas políticas y proyectos de país que estén acordes con el realismo que todos –o casi todos– han asumido, a partir del propio presidente Boric.
Por otra parte, la agenda legislativa, detenida en las dos grandes reformas que se ha propuesto el gobierno: las pensiones y la tributaria, muestra asimismo una lentitud que raya en el inmovilismo. Bloqueo y contrabloqueo es el juego de oposición y oficialismo, con diversivos inoportunos e inconducentes.
En fin, y a pesar de este panorama de estancamiento, Chile ha demostrado a lo largo de su historia que en los momentos más duros, surge la capacidad colectiva para reinventarse y avanzar. Si bien hoy enfrentamos un cansancio político y social, este podría ser el preámbulo de un nuevo ciclo de renovación de la política. La clave estará en la habilidad de los actores políticos y sociales para construir juntos, y en la plena diversidad democrática, los horizontes que nos hagan despegar y ser un país dinámico y con mejores y justos índices de desarrollo. Las oportunidades siempre están, hay que encontrarlas. Recado para nuestra clase política.