
Las lecciones que nos deja el devastador desastre climático de Valencia
La responsabilidad de la ciencia es ampliar el conocimiento y entregar información, y la responsabilidad de los políticos es gestionarla, con buen criterio, no con falsedades y desinformación, siempre con el principio precautorio por delante. Pero los políticos solo obedecen a quienes los votan.
Una vez más la irresponsabilidad de los negacionistas ha hecho pagar caro a la gente esa mentalidad que ignora alarmas y los peligros del cambio climático. La reacción dominante de estas personas es relativizar el eventual daño, desprestigiar a los ambientalistas y no respetar a la ciencia.
Esta insensatez hizo que la Comunidad Autónoma de Valencia, España, pusieran poca atención a las alarmas en la madrugada del lunes 28 y martes 29 de octubre pasado y quedaran a merced de la peor catástrofe climática de su historia. Por miedo y negacionismo, por no alarmar a la población, el gobierno de derecha de la Comunidad Valenciana, con descaro, confiesa ahora que no quisieron excederse en los SOS.
Esta es la primera lección que en Chile no debemos olvidar: en materia de amenaza climática, toda alarma es poca. Los encargados de dar alertas nunca deben temer exagerar. A lo que deberían tener miedo es a quedar cortos en sus alertas. Como se ha señalado, siempre será preferible quedar como alarmistas y no, al día siguiente, tener que empezar a cuantificar daños y buscar muertos. Lamentablemente, es lo que aún está sucediendo en los pueblos de Valencia. Ya van más de 220 muertos y siguen aumentando. Serán más.
Tenemos que meternos en la cabeza que los desastres climáticos extremos en el futuro próximo van a ser más frecuentes e intensos. En Chile no tenemos “danas” como la que ocurrió alrededor del Mediterráneo y devastó a pueblos aledaños a la ciudad de Valencia, pero ya hemos experimentado fenómenos parecidos, inusuales para nosotros, las llamadas “trombas” en nuestras costas, seguidas de temporales torrenciales e inundaciones.
Cuanto más se eleve la temperatura del mar Pacífico, más evaporará. Cuanto más se desestabilice el frente antártico debido al calentamiento global, mayor será la probabilidad de que se descuelgue una masa de aire frío y ocurran este tipo de desastres a nuestro alrededor.
Por lo tanto, como el IPCC desde hace años nos viene advirtiendo, la crisis climática trastornará todo lo que conocemos en materia de catástrofes. Es hora de reaccionar y centrar todos nuestros recursos en salvar lo que nos queda.
En Chile, hemos sido timoratos en tomar medidas robustas para prepararnos a enfrentar las emergencias climáticas de alta envergadura que devastan a cualquier región o localidad de nuestro territorio. De allí que no dispongamos –como ya lo han hecho algunos países europeos y Estados Unidos– de un reglamento estricto que incorpore, entre los supuestos, conceder ayuda inmediata para apoyar inversiones urgentes destinadas a la reconstrucción en respuesta a una desastre climático extremo. Debemos tenerlo a la brevedad.
Negacionismo y ultraderecha
A pesar de haber sido integrado con más vigor en la Estrategia Nacional de España de 2021, en Chile en la de 2020, reconociéndolo ambas como uno de los mayores peligros tanto a nivel nacional como internacional, el cambio climático aún no ha calado en las mentes de las autoridades en los dos países. Si en Valencia lo hubieran reconocido realmente como un riesgo de seguridad nacional, no habría sucedido lo que sucedió con los sistemas de alerta.
Así, el gobierno autonómico valenciano, formado por la derecha y ultraderecha, el PP y Vox, eliminó –sí, léalo bien–, eliminó hace poco tiempo la Unidad Valenciana de Emergencias. ¿Qué le parece? ¿No le llama la atención que este hecho no se haya dado a conocer más ampliamente, que no sea más comentado en los medios? Resulta increíble.
También es increíble constatar los límites a los que puede conducir el fanatismo político del negacionismo. Estas son consecuencias de la corrupción política y climática de toda la derecha mundial. Acorde con esta triste realidad, en Estados Unidos hace unos días reeligieron a Trump, el gran negacionista. Esperemos que traiga consigo, en este nuevo mandato, una visión más amigable con la emergencia climática y con el Acuerdo de París.
Volviendo a la experiencia de Valencia, en Chile tendremos que observar con mayor exigencia las posiciones de los distintos partidos políticos respecto a la amenaza climática. En particular, a los futuros candidatos presidenciales. Tendremos que analizar quién nos dará garantías más creíbles, desentrañar e identificar todo discurso rimbombante pero vacío, ausente de compromisos medibles en el tiempo inmediato.
Se requiere una acción climática sin titubeos. Empezando por robustecer la efectividad de las políticas climáticas, en especial aquellas relativas a la transición energética, abandonando aceleradamente la quema de combustibles fósiles. Sin olvidar tampoco que, urgentemente, debemos ejecutar medidas más efectivas de adaptación, cruciales para fortalecer nuestra resiliencia ante los desastres. A fin de cuentas, “adaptarse” significa repensarlo todo en política, economía y socialmente.
Tenemos que revisar con urgencia la ubicación de los pueblos rurales, asentamientos espontáneos y ciudades, revisando particularmente la planificación y ordenación de los territorios que hace décadas no tomaron en cuenta las vulnerabilidades climáticas. Un caso urgente es revisar la ocupación humana y de actividades productivas en las zonas imundables y en cuencas mal manejadas.
Otra cuestión fundamental, por la geografía chilena, será evaluar cómo están funcionando las infraestructuras hidráulicas, que frente a un desastre climático pueden tanto salvar vidas como empeorar las situaciones de riesgo. Tampoco olvidemos, en esta lista de prioridades, los programas de reforestación y recuperación de zonas de inundación, que a menudo son postergados por los que toman las decisiones.
Aunque la predicción del clima es hoy más precisa, tenemos que revisar, probar y actualizar insistentemente los protocolos de alertas frente al peligro de un desastre climático extremo. El ejemplo de Valencia es patético, porque la Universidad de Valencia, tras un preaviso el lunes 28 por la noche, paralizó de inmediato toda actividad académica, pero el Gobierno derechista de la Comunidad Valenciana, por el contrario, divulgó que la dana remitiría a media tarde. Esa fue la trampa. Un acto imperdonable.
Las cosas en su lugar
La responsabilidad de la ciencia es ampliar el conocimiento y entregar información, y la responsabilidad de los políticos es gestionarla, con buen criterio, no con falsedades y desinformación, siempre con el principio precautorio por delante. Pero los políticos solo obedecen a quienes los votan.
Por eso es necesario que los chilenos seamos más conscientes de lo que hay en juego. En especial, cuando llegue el momento de votar en las próximas presidenciales de 2025.
Está claro que los que planifican el territorio, la ciudadanía, las empresas y la sociedad deben reflexionar y debatir sobre estos asuntos, junto a los parlamentarios que en teoría nos representan. Ellos más que nadie deben reflexionar y recapacitar. Todos debemos reflexionar sobre los desafíos que la crisis climática nos presenta con urgencia y debatir cómo hacerle frente.
El mayor obstáculo que tienen hoy las políticas climáticas es político y consiste en articular acuerdos de enorme complejidad entre actores políticos, sociales y económicos asociados a distintos sectores productivos. La meta es cambiar nuestro modelo de crecimiento. Con ello, se chocará con posiciones de tremendo poder. No importa.
Lo que sí importa es que la transición energética sea reconocida como una cuestión política de primer orden, ya que lleva implícito demoler algunos cimientos del poder. Y este es, probablemente, el principal desafío a que se enfrentan y continuarán haciéndolo las nuevas generaciones de políticos chilenos.
Ojalá estos jóvenes, que en los últimos años trajeron aire fresco a la política, den prioridad a la transición energética y política, antes que nos lluevan más desastres climáticos extremos. Ni más ni menos.
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