
Una brújula para Europa: a 75 años de la Declaración Schuman
En un mundo cada vez más inestable, Europa no puede darse el lujo de dudar. Ya no basta con ser un poder normativo; debe aspirar a ser también un actor estratégico, capaz de defender sus valores e intereses en un escenario internacional cada vez más competitivo.
El 9 de mayo de 1950, el ministro francés de Asuntos Exteriores, Robert Schuman, se dirigió al mundo con una propuesta audaz: colocar la producción francoalemana de carbón y acero –insumos clave tras la Segunda Guerra Mundial– bajo una autoridad común. Su visión era clara: solo una Europa unida podría garantizar la paz tras dos guerras mundiales devastadoras. Así nació la Declaración Schuman, la primera piedra de lo que –con el tiempo– se convertiría en la Unión Europea (UE).
Al cumplirse 75 años de aquella histórica declaración, Europa y el mundo se enfrentan a desafíos que, si bien son distintos a los de mediados del siglo XX, amenazan con fragmentar, polarizar y desestabilizar el sistema internacional. Desde las guerras en Ucrania y Gaza hasta la creciente rivalidad entre Estados Unidos y China, pasando por la amenaza del cambio climático y el auge de los populismos, la necesidad de una Europa cohesionada, proactiva y geopolíticamente relevante no podría ser más urgente.
La Declaración Schuman no fue un simple llamado diplomático. Fue un acto fundacional que dio origen en 1951 a la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA), antecedente directo de la Comunidad Económica Europea (CEE) y, finalmente, de la actual Unión Europea. Lo revolucionario de la idea fue convertir intereses nacionales en intereses compartidos, utilizando la integración económica como una herramienta de reconciliación y paz. De hecho, el proyecto europeo logró lo impensado: mantener siete décadas de paz entre antiguos enemigos históricos, algo sin precedentes en el continente.
Hoy, la UE es un bloque de 27 países, con más de 447 millones de habitantes, que representa cerca del 14% del PIB mundial. Es el mayor bloque comercial del planeta y uno de los principales donantes de ayuda al desarrollo y actores diplomáticos multilaterales. Además, su poder blando ha sido clave para extender valores como la democracia, el Estado de derecho y los derechos humanos.
Sin embargo, los desafíos que enfrenta la Unión Europea en 2025 son múltiples y complejos. En primer lugar, la guerra en Ucrania ha puesto en jaque la seguridad europea. La respuesta de la UE –sanciones contra Rusia, ayuda militar y humanitaria a Kiev, y una aceleración del proceso de adhesión ucraniano– ha sido firme, pero también ha evidenciado las tensiones entre los miembros respecto al ritmo de la expansión y al papel de Europa como potencia militar.
En segundo lugar, la dependencia energética y económica de actores externos, como Rusia o China, ha obligado a repensar las cadenas de suministro y apostar por una mayor autonomía estratégica, uno de los conceptos más debatidos en Bruselas en los últimos años. En palabras de la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, Europa debe ser “más asertiva, más unida y más soberana”.
Tercero, la presión migratoria, la amenaza del terrorismo, y el auge de partidos de extrema derecha que cuestionan los valores fundacionales de la UE plantean desafíos internos que ponen a prueba la cohesión del bloque. Y a esto se suman las tensiones con el actual Gobierno de Estados Unidos por cuestiones comerciales y tecnológicas, y la incertidumbre sobre el futuro del orden global multilateral.
A 75 años de su nacimiento simbólico, la Unión Europea enfrenta la paradoja de ser una potencia económica global, pero una fuerza aún limitada en materia de defensa y política exterior. El espíritu de la Declaración Schuman –que fue, ante todo, un acto de valentía política– sigue siendo una brújula para los europeos de hoy: unidad en la diversidad, cooperación frente a la confrontación, integración frente al aislacionismo.
En un mundo cada vez más inestable, Europa no puede darse el lujo de dudar. Ya no basta con ser un poder normativo; debe aspirar a ser también un actor estratégico, capaz de defender sus valores e intereses en un escenario internacional cada vez más competitivo. Como advirtió en 2023 el entonces jefe de la diplomacia europea, Josep Borrell: “Europa debe aprender a usar el lenguaje del poder”.
El legado de Schuman no se mide solo en tratados ni en instituciones. Se mide en la capacidad de una Europa unida para seguir siendo un faro de estabilidad, prosperidad y paz en un mundo donde estos valores son cada vez más escasos.
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