
Bukele, Mujica… ¿Qué queremos?
Bukele y Mujica aparecen en nuestro escenario. La sociedad chilena debe escoger en breve: cómo queremos nuestro futuro.
La muerte de Pepe Mujica, aunque esperada, nos sacudió. Mujica es un gigante moral en nuestro continente, pero también un referente de la buena política. De esa política tolerante y plural que se abrió paso en Uruguay desde los tiempos de Batlle y que ni siquiera los militares aprendices del Plan Cóndor pudieron erradicar. Una política distante de las espectacularidades, pero impresionante, como aquella vez en que, discretamente, Mujica abrió las puertas de la casa de Gobierno para que los “sin casas” de Montevideo se refugiaran en una noche muy fría. Y es esa tolerancia, transparencia, y prioridades sociales, lo que conserva a Uruguay como la sociedad de los mejores ratings de vida en nuestro continente, y a Mujica, después de muerto, como una inspiración.
El lado opuesto es Bukele en El Salvador. Una figura rupturista que se abrió paso en una sociedad rota por la frustración política, la corrupción y la inseguridad. Y lo ha hecho, y sigue haciendo, mediante puestas en escenas espectaculares, que efectivamente han reducido la inseguridad callejera, pero han incrementado el autoritarismo, la militarización, la marginación social y la corrupción.
La obra pública más significativa del Gobierno salvadoreño ha sido una inmensa prisión donde los internos viven hacinados, donde nunca ven el sol y comen insuficientemente. Al mismo tiempo, ha reducido los gastos sociales e incrementado los gastos de seguridad y presidenciales, lo que ha desarmado los programas de lucha contra una pobreza extrema a la que está condenada el 10% de la población. La mayoría de la población salvadoreña come gracias a las remesas que envían sus familiares emigrados y la población penal alcanza proporciones demográficas alarmantes.
Bukele ha convertido a El Salvador en una nación/prisión y, como tal, la ofrece a Trump y a toda la ultraderecha mundial. Una sociedad corrupta, socialmente insensible y aquejada por la desconfianza. Mujica y sus seguidores han abogado por una sociedad segura, basada en la confianza, la transparencia y la prioridad del gasto social. Obviamente cada uno de ellos es un producto nacional. El excéntrico Bukele con sus chamarras de oropeles decimonónicos es resultado del hundimiento de los partidos políticos y la frustración social. Mujica, con sus sacos esmirriados abriendo las puertas de la casa de Gobierno, es un producto de una sociedad que mira al futuro y avanza.
Pero que sean “productos nacionales” no significa que no nos miren a nosotros –chilenos y chilenas– cuando queremos definir nuestro futuro como sociedad.
De un lado, la opción autoritaria que prioriza la seguridad expresada en más policías y soldados todopoderosos en las calles, enarbola la xenofobia desenfrenada que culpa a los inmigrantes de cuanto mal nos aqueja, y apunta contra nuestros avances sociales y de reconocimiento de la diversidad. Y de otro, una opción de tolerancia e inclusión, de protección de los sectores vulnerabilizados por el capitalismo neoliberal desde políticas públicas positivas y gastos sociales suficientes para brindar accesos reales a una vida mejor.
Hablo, por un lado, de la derecha en sus diferentes matices –desde Kaiser con sus poses extremistas hasta la moderada Matthei justificando los asesinatos en la dictadura– sin ninguna proyección estratégica que no sea, como Bukele, garantizar el orden público “manu militari”, construir cárceles, deportar migrantes y dar más prebendas al mercado.
Pero también de una izquierda que no consigue articular un discurso convincente superador de las doxas neoliberales, que cautive el ánimo de quienes objetivamente serán sus beneficiarios. Ni una propuesta de política que explique cómo lidiar con los problemas que efectivamente existen, pero, sobre todo, que la derecha y su prensa orgánica han logrado instalar como prioridades al estilo Bukele. De una izquierda, en resumen, cuya única posibilidad de triunfo no proviene, hasta el momento, de sus capacidades para demostrar y convencer, sino de aprovechar la oportunidad de una situación calamitosa de la derecha.
Bukele y Mujica aparecen en nuestro escenario. La sociedad chilena debe escoger en breve: cómo queremos nuestro futuro.
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