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Belela y el coraje de sostener lo incómodo Opinión EFE

Belela y el coraje de sostener lo incómodo

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Rebeca Cenalmor Rejas
Por : Rebeca Cenalmor Rejas Licenciada en Derecho y Máster en Derechos Humanos, jefa de la Oficina Nacional de ACNUR.
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La verdadera pregunta es: ¿cómo podemos, desde donde estamos, hacer lo que está a nuestro alcance para seguir construyendo una sociedad más justa, más abierta, más humana? Tal vez no lo logremos todo de inmediato. Pero empezar –como ella– es ya un acto de coraje.


Hace unos días despedimos a Belela Herrera. Diplomática, exvicecanciller del Uruguay y figura clave en la protección de personas refugiadas durante los años más oscuros de América Latina. Su trayectoria con el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) marcó profundamente su vida: trabajó en países como Argentina, México, España, Perú y Brasil, así como en América Central y el Caribe, promoviendo una respuesta internacional más humana y solidaria frente al desplazamiento forzado.

En Chile, su legado es imborrable. Tras el golpe de 1973, brindó apoyo a quienes buscaban protección, a veces con un simple llamado, y otras, trasladándolos personalmente en su Fiat 600 hasta una embajada donde pudieran estar a salvo. No es un nombre que nos deje indiferentes. Son muchos los que la recuerdan como una mujer que hizo una diferencia en la vida de muchas personas. Reducirla a una trayectoria diplomática sería insuficiente. Belela eligió, sin titubeos, estar del lado de la dignidad humana. Lo hizo cuando implicaba riesgo, miedo y aislamiento.

Su voz no se acomodó al clima de época, ni siquiera cuando lo fácil era callar. Actuó porque creyó –y lo hizo hasta el final– que los derechos humanos no pueden ser materia de cálculo. Y ahí está lo que más interpela: su convicción.

Hoy la recordamos con respeto. Pero el verdadero homenaje no está en las palabras amables. Está en mirar de frente el presente, con sus zonas grises y sus contradicciones. Y preguntarnos con honestidad: ¿qué pasa con las Belelas de hoy? ¿Quiénes están dispuestos a defender lo esencial?

Están, aunque muchas veces no las veamos. La mayoría no suele estar en los titulares. Son personas comunes que sostienen valores comunes en contextos adversos: una profesora que acompaña a un estudiante extranjero frente al rechazo de sus compañeros; un joven que graba lo que no debería estar pasando, para contarlo al mundo. Gente que actúa no porque sea rentable, sino porque es lo correcto.

En estos tiempos inciertos, muchas personas sienten una especie de desconcierto frente a una realidad donde los derechos humanos a veces parecen estar en tela de duda. Pero si algo hemos aprendido, es que cuando se diluyen los principios fundamentales, no solo se resiente la democracia, se debilita la base que nos permite convivir con justicia y respeto.

Frente a este escenario, más que resignarnos, es momento de reafirmar lo esencial. De recordar que los derechos humanos no pueden depender del origen, el estatus legal o la ideología de una persona. Y que no deberíamos tener que demostrar merecimiento para acceder a un trato digno y justo.

Gracias a quienes defienden los derechos de los más vulnerables, muchas personas han encontrado caminos para sanar, reconstruirse y aportar a sus comunidades. Defender lo justo no es una debilidad; es una forma de fortalecernos como sociedad.

Esto no significa, por cierto, desconocer la necesidad de orden ni negar la complejidad de gobernar. Las leyes existen y deben respetarse. Pero hay algo previo, más profundo: una base ética que nos recuerda que todos, sin excepción, tenemos derecho a ser tratados con justicia. Que no deberíamos ser evaluados por nuestro país de origen, nuestra apariencia o nuestras ideas.

Cuando esa ética se cultiva, no solo se protege a quienes hoy están en situación de mayor vulnerabilidad. Se construye una red que, llegado el momento, puede sostenernos a todos. Porque lo que hoy vemos como lejano, mañana puede ser nuestra propia historia. Y cuando los derechos se respetan sin excepciones, lo que realmente florece es la confianza.

Belela Herrera entendió esto mejor que nadie. Por eso su legado inspira. Porque nos invita no solo a recordar, sino a continuar. A pasar del homenaje a la acción. A levantar la voz cuando hace falta, pero también a tender la mano. A transformar convicciones en gestos concretos que hagan la diferencia.

La pregunta no es qué haría Belela. La verdadera pregunta es: ¿cómo podemos, desde donde estamos, hacer lo que está a nuestro alcance para seguir construyendo una sociedad más justa, más abierta, más humana? Tal vez no lo logremos todo de inmediato. Pero empezar –como ella– es ya un acto de coraje.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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