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¿Somos o no somos? El momento de la izquierda frente a la migración Opinión AgenciaUno

¿Somos o no somos? El momento de la izquierda frente a la migración

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Guillermo Pickering
Por : Guillermo Pickering Abogado, exsubsecretario del Interior y de Obras Públicas.
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Si la elección la gana la ultraderecha y esta obtiene mayoría en el Congreso, estaremos frente a un verdadero riesgo democrático. No estamos exagerando. Ya vemos señales de lo que podría venir: amenazas de militarización, retrocesos en libertades públicas y control de la información.


Hablar de inmigración en Chile genera incomodidad. A veces se evita, otras se usa con fines políticos, pero pocas veces se aborda con humanidad y convicción. Sin embargo, este es un tema urgente. La historia de la humanidad –y de Chile– es una historia de migraciones. Desde nuestros ancestros que cruzaron continentes hasta quienes hoy llegan buscando un futuro mejor, migrar es parte de lo que somos.

La inmigración no es solo una estadística. Es un drama humano. Nadie es feliz dejando atrás su país, su casa, su familia, sus amigos, su tierra. Quien emigra lo hace porque no tiene alternativa. Porque tiene miedo, hambre o esperanza. Cada inmigrante carga una historia de pérdida, de ruptura, de reconstrucción. Y merece ser visto primero como persona, no como amenaza.

Hoy más de 1.6 millones de personas extranjeras viven en Chile. Son casi el 10% de la población. No es que el país será plurirracial y pluricultural: ya lo es. Y debemos asumirlo con madurez, no con miedo. Nuestra población envejece, nacen menos niños y vivimos más. ¿Quién sostendrá el sistema de pensiones, quién impulsará el mercado, quién trabajará y cotizará si no entendemos que necesitamos sumar, no excluir?

La gran mayoría de los inmigrantes traen esa energía. Ganas de salir adelante. Muchos llegan con formación, con oficio, con ideas. A veces son sonoros, “entusiastas” o demasiado entradores para nuestra cultura, es verdad. Pero también aportan ingenio, alegría y fuerza. Lo mismo ocurre con los inmigrantes peruanos, que –entre otras cosas– nos han enseñado a comer bien y a trabajar de sol a sol.

Frente a esto, sorprende –y duele– la inconsistencia de quienes deberían ser los primeros en defender a estos nuevos compatriotas. Sectores de la centroizquierda y del centro político, en vez de dar la pelea, callan. Otros incluso retroceden. Hoy hay quienes, con cinismo, pretenden quitar el derecho a voto a inmigrantes legales que llevan más de cinco años viviendo en Chile, como si ser extranjero –por legal que sea– significara ser ciudadano de segunda categoría. No pensaba así la dirigencia de este país del inmigrante venezolano Andrés Bello que, entre otros aportes invaluables, fue el principal redactor del Código Civil chileno.

Y mientras tanto, la derecha más conservadora utiliza el drama venezolano como argumento electoral, pero al mismo tiempo estigmatiza a los que huyen de él. Hablan de libertad, pero acusan al migrante de haber traído el crimen, la droga, el sicariato. Esa hipocresía ya no sorprende, pero sí indigna. Y lo más grave es que están ganando terreno. Hay una escandalosa impostura en esta competencia entre derecha e izquierda por los votos: parece que quien más rechaza al extranjero se gana el aplauso de ese pequeño fascista que todos llevamos dentro.

Y digámoslo derechamente: es inaceptable que, por hacerle el juego a Maduro, callando ante su dictadura oprobiosa, se silencie también a la izquierda y a la centroizquierda para no incomodar a los comunistas chilenos. Basta de claudicar. Aquí deben ser los sectores progresistas los que levanten su voz, los que exijan una política de inmigración legal, humana, ordenada, pero también respetuosa, aunque se pierdan votos. Porque si no es ahora, ¿cuándo? Y si no somos nosotros, ¿quién?

Somos o no somos

Y sí, hay que advertirlo con firmeza: si la elección la gana la ultraderecha y esta obtiene mayoría en el Congreso, estaremos frente a un verdadero riesgo democrático. No estamos exagerando. Ya vemos señales de lo que podría venir: amenazas de militarización, retrocesos en libertades públicas, control de la información y abusos que hoy apenas encuentran contención, dados los problemas de imparcialidad en el Ministerio Público y en el Poder Judicial. Veremos incontables fiscales Cooper convertidos en instrumentos del poder, veremos retrocesos que creíamos superados.

Por eso esta defensa de los inmigrantes es también una defensa de los derechos de los propios chilenos. Porque si se violan los derechos de uno, se termina erosionando el derecho de todos. Y si esa amenaza se concreta, los demócratas de siempre –los que resistimos la dictadura– volveremos a estar al frente, como lo hicimos entonces, para impedir que nuestra patria se convierta en un Estado policial, militar o derechamente dictatorial.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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