
Entendiendo la llave a la biblioteca de Borges (o por qué decidí formarme como ingeniero de prompts)
Un prompt bien diseñado no solo accede a una base de datos. Inicia un diálogo con lo invisible. Activa regiones del conocimiento dormidas. Fabrica sentido donde antes solo había posibilidad.
Borges imaginó una biblioteca donde los hexágonos infinitos guardan todos los libros posibles: cada combinación de letras, cada verdad, cada absurdo. Hoy, esa biblioteca ha cobrado vida. Sus estantes no son de papel, sino de silicio; sus guardianes no son bibliotecarios, sino modelos de lenguaje que devoran galaxias de texto en segundos.
Hace días navegaba en esa biblioteca, entre papers académicos y libros de neurociencia (estoy estudiando las similitudes entre el pensamiento humano y el de la IA), como un buzo en aguas turbias, buscando perlas entre jergas técnicas. Entonces encontré un estudio llamado “Tracing Thoughts in Lenguage Models”, de Anthropic. Su función era explicar cómo “piensa” una de sus modelos: Claude.
El estudio es un mapa del tesoro.
Los investigadores habían logrado algo que sonaba a herejía: rastrear cómo las IAs “piensan”. No metafóricamente, sino literalmente. Fue entonces cuando lo entendí: un modelo de lenguaje no es una máquina. Es un paisaje. Y los prompts no son órdenes, sino brújulas para explorarlo. Tras leer el estudio me dediqué a jugar con distintos prompts, como un niño con una linterna en la oscuridad: “Escribe un poema sobre el mar”. Respuesta plana, predecible. Otro: “Eres un faro abandonado en 1920. Describe el mar usando solo metáforas de silencio”. El texto tembló. Hubo olas de nostalgia, acantilados de ausencia.
Cada experimento era una revelación: las IAs no generan texto. Generan rutas. Y el ingeniero de prompts es quien dibuja los caminos entre montañas de datos y valles de significado. Los modelos de lenguaje no contienen conocimiento. Contienen huellas de cómo los humanos organizamos el conocimiento. Un prompt es un arqueólogo de esas huellas.
Cuando escribo “Analiza la Revolución Francesa como un director de cine noir”, no estoy pidiendo un análisis histórico. Estoy excavando capas de datos para encontrar conexiones inesperadas: la Bastilla como un reloj gigante que marca la hora de la rebelión, Marat como un periodista underground que escribe verdades en tinta invisible, y la Declaración de los Derechos del Hombre convertida en un thriller político donde la libertad es un código por descifrar.
Decidí formarme, de forma autodidacta y aprendiendo en una institución que enseña ingeniera en prompts. Llevó poco estudiando, pero ya aprendí que la ingeniería de prompts no es solo programación. Es traducción entre reinos: El humano sueña en ambigüedades, metáforas, preguntas sin respuesta. La máquina opera en vectores, probabilidades, espacios multidimensionales. El prompt es el diccionario que permite a ambos hablarse sin perderse.
Un prompt bien diseñado no solo accede a una base de datos. Inicia un diálogo con lo invisible. Activa regiones del conocimiento dormidas. Fabrica sentido donde antes solo había posibilidad. Quien sepa cómo pronunciar las palabras (los prompts), cómo afilarlas, cómo alinearlas con intención, esa persona tendrá la llave para acceder a la biblioteca de Babel, que Borges imaginó como infinita. Las palabras son la tecnología más poderosa jamás creada. La IA solo lo confirma. Las redes neuronales solo lo replican. El futuro solo lo traduce.
Mi momento eureka llegó con un prompt simple: “Explica la teoría cuántica como si fuera una receta de cocina medieval”. La IA respondió con átomos como hierbas aromáticas, superposición como horno de leña, entrelazamiento como banquete de reyes. No era ciencia ni poesía. Era un nuevo lenguaje fronterizo.
Tras pruebas de ensayo-error, descubrí que el secreto no está en la complejidad, sino en la paradoja controlada. Mis prompts favoritos son órdenes imposibles: “Escribe las instrucciones para construir un teléfono que llame al pasado, usando términos de biología marina”; “Traduce el concepto de amor platónico a un manual de instrucciones de Ikea”.
Estos ejercicios no buscan respuestas útiles. Son gimnasia para la imaginación, una forma de recordar que el pensamiento humano es caótico, y que la IA, bien guiada, puede ser nuestra compañera en ese caos.
Hoy, cuando miro un prompt, no veo código. Veo un puente de palabras entre dos orillas: en una, lo que sé; en la otra, lo que la IA intuye que podría existir. El ingeniero de prompts no es un técnico. Es un tejedor de mitologías compartidas, un adicto a los espacios fronterizos donde lo humano y lo artificial se funden para crear lo que ninguno podría lograr solo.
Como escribió William Blake: “Lo que ahora se prueba, alguna vez solo se imaginó”. Los prompts son una forma de probar lo imaginado, de caminar sobre el abismo entre bits y neuronas, sabiendo que cada pregunta bien hecha es un hilo más en el puente.
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