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¿Por qué el relato de la derecha extrema chilena emociona a algunos? Opinión AgenciaUno/Archivo

¿Por qué el relato de la derecha extrema chilena emociona a algunos?

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Pablo Cantero Barrios
Por : Pablo Cantero Barrios Comunicador y asesor comunicacional en el Senado de Chile.
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La derecha moderada, esa que observa con admiración el éxito de la ultraderecha pero teme parecer demasiado ruda, se desdibuja. Hace mímesis de los extremos, sin atreverse del todo. Imita gestos, tonos y símbolos, pero no logra apropiárselos. Y el resultado es predecible: parece una copia diluida.


En el Chile posestallido, la política se juega cada vez más en el terreno de los afectos, de la emoción, la identidad y la memoria. Y en ese campo, la ultraderecha criolla ha logrado algo que la derecha tradicional apenas roza: construir un relato que emociona. No se trata solo de ideas, sino además de una semántica emocionalmente poderosa, dirigida a quienes todavía sienten, con o sin nostalgia explícita, que el orden militar les ofreció certezas, autoridad y destino. Ellos no le hablan al votante, le hablan al alma del “facho”, de cualquier nivel, clase o trayectoria.
Su narrativa no les teme a los extremos, pero sabe dosificarlos con astucia. No se limitan a atacar al Gobierno de Gabriel Boric: lo convierten en un meme viviente, en una caricatura del progresismo, para así, entre risas y rabia, anclar su propia identidad en contraste con “el desorden”, “la frivolidad” o “la improvisación” que adjudican a la izquierda. Operan en la memoria colectiva como curadores del pasado, reordenando el relato de los años duros para volverlo deseable, heroico incluso.
Mientras tanto, la derecha moderada, esa que observa con admiración el éxito de la ultraderecha pero teme parecer demasiado ruda, se desdibuja. Hace mímesis de los extremos, sin atreverse del todo. Imita gestos, tonos y símbolos, pero no logra apropiárselos. Y el resultado es predecible: parece una copia diluida, sin carácter ni alma. En vez de construir una narrativa propia, intentan subirse al relato ajeno, sin entender que no se puede emocionar desde el eco.
Pero el camino no es copiar ese relato. Es contar nuestra propia historia, con nuestras propias palabras y símbolos. Una historia donde estén presentes los valores que realmente nos mueven: la dignidad, la libertad, el mérito, la comunidad, y donde se conecte con las emociones cotidianas de las personas: lo que las hace felices, lo que las inquieta, lo que esperan del futuro.
Solo así podremos construir una visión de país que combine sentido común con propósito, identidad con proyecto, emoción con horizonte. Porque en política, cuando se actúa sin convicción, la esencia se escapa. Y eso siempre se paga, y caro.
  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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