
El malestar de dejar de importar
Si la salud mental es uno de los principales problemas sanitarios del país, entonces el cuidado, la equidad y la cohesión social deben ser un compromiso colectivo, no solo una tarea clínica.
En los últimos años, los medios han reflejado con razón la creciente preocupación por la salud mental en Chile. No es casual: los trastornos mentales son la principal causa de años perdidos por discapacidad o muerte en el país (Minsal, 2018). La ciudadanía lo confirma: el 69% de los chilenos identifica la salud mental como el principal problema sanitario (Ipsos, 2024).
Aproximadamente uno de cada cuatro chilenos presenta síntomas de ansiedad moderada o severa, y uno de cada cinco, síntomas depresivos (ACHS–UC, 2024). A esto se suma una prevalencia diagnosticada de depresión del 6,2% (ENS, 2016–17). El malestar se agrava entre personas desocupadas o endeudadas, que presentan más síntomas depresivos que otros grupos (ACHS–UC, 2024).
Entre quienes consideraron consultar por malestar psicológico, el 47,7% no lo hizo por falta de dinero y un 24,6% por no contar con cobertura en su plan de salud (ACHS–UC, 2024).
En 2022, Chile alcanzó 94,3 dosis diarias de antidepresivos por cada mil habitantes, casi el doble que en 2015 (OCDE). Cerca del 2% consume psicofármacos sin receta, un 4,6% mantiene un patrón riesgoso de consumo de alcohol, y la marihuana alcanza una prevalencia mensual del 7,7% en adultos (ACHS–UC, 2024; SENDA, 2022).
La depresión y otros problemas de salud mental se concentran en quienes tienen menor escolaridad, un reflejo de menores ingresos (ENS, 2016–2017). El uso de psicofármacos sin receta y el consumo riesgoso de alcohol también son más comunes en los sectores de menores ingresos (SENDA, 2022).
Frente a situaciones estresantes o difíciles, contar con redes de apoyo hace una diferencia. Pero no todas las personas acceden por igual a esos vínculos protectores. Quienes tienen menos ingresos reportan niveles más bajos de apoyo práctico y emocional (ENS, 2016-2017). Esa fragilidad relacional, sumada a condiciones materiales más precarias, intensifica el impacto de situaciones adversas sobre la salud mental.
En un escenario de debilitamiento de los espacios de encuentro positivo con otros, las personas pierden las referencias comunes y el sentimiento de pertenencia que ayuda a enfrentar los desafíos de la vida. Investigadoras como Susan Fiske han mostrado que las personas necesitan pertenecer, comprender lo que las rodea, sentirse valiosas, confiar en otros y en las instituciones, y tener cierta influencia sobre su entorno. Cuando estas necesidades no se satisfacen, el malestar no solo es comprensible, sino también profundamente social.
No se trata solo de estar acompañado físicamente, sino de la experiencia de tener con quién contar. Es la vivencia subjetiva de sentirse visto, reconocido o sostenido por otro. La falta de relaciones de cuidado mutuo (familiares, vecinales, comunitarias) y de reconocimiento social –como ocurre con el desempleo, la precarización del trabajo y los bajos ingresos económicos–, configura una experiencia de desafiliación. Esa vivencia, aunque tiene raíces sociales, se experimenta psicológicamente: dificulta sentirse parte de algo, influir en el entorno, verse como valioso y confiar en los demás y en las instituciones.
El aumento de síntomas como el sentimiento de inutilidad, la baja autoestima, el autorreproche y la desesperanza puede leerse como expresión del quiebre de las bases relacionales que sostienen la identidad. No es solo tristeza: es la vivencia de no ser visto, valorado o necesario para otros.
Todo esto evidencia la importancia de los determinantes estructurales en salud mental y la necesidad de ir más allá de las respuestas individuales. Se requieren políticas que fortalezcan las redes de apoyo, promuevan la participación comunitaria y refuercen la confianza en los vínculos cotidianos.
Axel Honneth, filósofo y sociólogo interesado en la psicología humana, planteó que no sentirse sostenido por otros, estar excluido de los bienes comunes y no ser valorado por lo que uno aporta constituyen las principales fuentes relacionales del sufrimiento.
Si la salud mental es uno de los principales problemas sanitarios del país, entonces el cuidado, la equidad y la cohesión social deben ser un compromiso colectivo, no solo una tarea clínica.
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