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Los principios de la derecha (una respuesta a Álvaro Ramis) Opinión Diego Portales (Memoria Chilena)

Los principios de la derecha (una respuesta a Álvaro Ramis)

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Con más o menos rímel democrático para la ocasión, en ella nunca dejará de traslucirse el rictus autoritario y nostálgico de su pasado criminal.


El rector de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano, Álvaro Ramis (agente siempre activo y relevante en el debate público), publicó en El Mostrador una columna titulada “La inversión de los valores en la derecha chilena”. El texto tiene imprecisiones históricas no menores respecto de lo que ha sido la derecha en Chile, así como análisis, diremos, faltos de rigurosidad evidente. Trataré de sintetizar.

Según el rector, la derecha siempre se habría caracterizado por valores como “el respeto por las instituciones, la defensa de principios éticos conservadores”. ¿Siempre la derecha se ha caracterizado por su respeto a las instituciones? Esto sería un error no solo histórico, sino que sociológico.

Desde la más temprana República en Chile la derecha no ha respetado las instituciones sino que las ha fabricado a su medida, según hayan sido los imperativos económicos y de configuración social necesarios para impulsar a la incipiente oligarquía estanco-hacendal de los siglos XVIII y XIX. Entonces, si trata de pensar a una derecha institucionalista, y aquí el rasgo sociológico probablemente, esto va de densificar sus propios dispositivos de poder y control para allanar y subordinar al resto de la población.

Recordemos nada más, tal como lo plantea Gabriel Salazar, que las tres Constituciones de larga duración que ha conocido el país –la de 1833 (encarnación del espíritu portaliano y fruto de una guerra civil sangrienta), la de 1925 (con golpe blando mediante, exilio de Alessandri y conformación de una junta militar) y la 1980 (marco jurídico a partir del cual una dictadura despiadada pretendió entronizarse en el poder)– fueron hechas, todas, bajo la mirada atenta y el control estricto de militares.

La Constitución Política de la República, esto es, la institución de todas las instituciones, la ley de leyes y el dispositivo normalizador por antonomasia, en Chile, no ha sido sino el resorte de una oligarquía indexada en alianza incombustible con los militares. Entonces es válida la pregunta: ¿se han invertido los valores de la derecha en el último tiempo a propósito de la irrupción de los nuevos liderazgos neofascistas de Kast y Kaiser? ¿Si defiende (la derecha) algún tipo de institucionalidad, no es acaso la creada por la clase dominante folclórica –es decir, ella misma– que ha definido y sellado el destino de un país como el nuestro?

Más adelante sostiene el rector que “la derecha chilena siempre había abanderado el libre comercio y la globalización económica, promoviendo tratados comerciales y un mercado global sin restricciones”. Esto es un error casi escandaloso. La derecha en Chile, ya sea en su versión estanquera con Portales o en su versión hacendal propia de los gobiernos conservadores decimonónicos, siempre fue proteccionista y no resiste, en ningún caso, ser llamada liberal o pro-globalización.

Este es un rasgo de la derecha chilena que recién llega con la dictadura de Pinochet, provocando una suerte de escisión que se da, primero, con la entrega de la agenda económica a los Chicago Boys y, después, con las 7 modernizaciones de José Piñera a fines de los años 70. La derecha ha sido, tradicionalmente y en la mayor parte de su historia, antiglobalización, aunque este principio constitutivo se disolvió en el momento en que se cristalizó el pacto entre oligarquía clásica y neoliberalismo embrionario (entre la tradición de las viñas y las tarjetas de crédito).

Por esta razón es que a Sebastián Piñera lo veían como una degeneración de su ritología ultracristiana, afelpada en su aristocratismo afrancesado de cara a la emergencia de este nuevo fenotipo que le causaba escozor; el new rich que aparejaba consigo el neoliberalismo y que nada tenía de “clase” ni abolengo.

Finalmente –habría muchas más cosas que decir, por cierto–, Álvaro Ramis sostiene que la derecha misma ha pasado “por encima de la coherencia ideológica, transformando a la derecha chilena en un movimiento centrado en su crecimiento electoral, aunque signifique la traición de sus ideales históricos”.

¿Cuál coherencia ideológica?, ¿cuál traición, cuáles ideales?, ¿los de la lógica de la hacienda que a punta de abusos, sometimiento y degradaciones creó una suerte de lumpen suprahistórico que hasta el día de hoy deambula drogado, sonámbulo, por las calles de Santiago o del país entero, habitando en un margen bizarro y patético? ¿O los ideales de la distribución fragmentaria e identificable de la riqueza de un país en un puñado de familias? ¿O los de la coherencia ideológica que hoy abrillanta con orgullo sus prédicas supremacistas, homofóbicas, patriarcales, y que justifican ex nihilo los crímenes de Pinochet y su círculo civil proclive?

El rector Ramis diferencia a Matthei de Kast y Kaiser, como si ella fuera el más puro extracto de una tradición democrática inmutable al interior de la cual la derecha no compromete, en ningún caso, responsabilidad con las violaciones a los derechos humanos en dictadura; cuando Matthei es tanto o más pro Junta Militar que los otros dos juntos.

La derecha es y será siempre la misma. Con más o menos rímel democrático para la ocasión, en ella nunca dejará de traslucirse el rictus autoritario y nostálgico de su pasado criminal.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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