Informalidad laboral: una puerta giratoria

En su última Cuenta Pública, el Presidente Gabriel Boric celebró la última caída en la tasa de ocupación informal. Se ha puesto en discusión si realmente se trata de una baja histórica. Pero más allá del debate técnico, lo relevante –y lo alarmante– es que seguimos hablando de un cuarto de la fuerza laboral fuera del sistema. Uno de cada cuatro trabajadores en Chile ejerce su oficio sin protección social: sin cotizaciones, sin seguro de salud, sin pensión garantizada. Ya sea porque su empleador no cumple o porque su actividad, en el caso de los independientes, ni siquiera está registrada. Son más de 2,5 millones de personas.

El problema es más profundo que una cifra. Los trabajos informales suelen ser los más inestables, con menores ingresos y ejercidos por personas con mayor riesgo de caer en la pobreza. Pero esto no afecta a todos por igual. 

Comprender las trayectorias laborales de quienes caen en la informalidad es clave para diseñar políticas efectivas, porque este fenómeno no es estático. Un estudio del Centro de Políticas Públicas UC muestra que, aunque la proporción de trabajadores informales se ha mantenido relativamente estable en los últimos cinco años, no se trata siempre de las mismas personas, concluyendo que la informalidad es un estado altamente transitorio y dinámico, una puerta giratoria del mercado laboral por la que se entra y sale constantemente, muchas veces hacia el desempleo o la inactividad.

Pongámosle rostro a esta realidad: la señora Marisol, después de seis meses sin encontrar trabajo (desocupada), empezó a vender sopaipillas en su barrio para poder alimentar a sus hijos (trabajo informal). Pero tras un tiempo, abandonó su negocio: decepcionada, agotada, pasó a la inactividad. Como ella es jefa de hogar y necesita mantener a su familia, hoy está pensando en instalarse en la feria a vender ropa (trabajo informal). Y así, en esa precariedad e inestabilidad, transitan miles de personas.

La movilidad de este grupo, lejos de ser anecdótica, es clave. Si bien quienes están en la informalidad tienen mayores probabilidades de transitar hacia el desempleo o de salir de la fuerza de trabajo, también algunos logran formalizarse, lo que es esperanzador para el diseño de políticas de empleo más acertadas y acotadas para distintos segmentos.

Las mujeres, como la señora Marisol, enfrentan mayores barreras para salir de la informalidad y suelen pasar con más frecuencia de trabajos informales a la inactividad. El nivel educativo también marca diferencias: a mayor educación, más probabilidad de mantenerse en empleos formales. Asimismo, el trabajo por cuenta propia o el servicio doméstico tienen una relación más persistente con la informalidad que los asalariados del sector privado.

La evidencia indica que la informalidad no debe entenderse solo como un problema estructural, sino también como un fenómeno dinámico y permeable. Políticas integrales y coherentes con las necesidades de estos grupos –capacitaciones, incentivos a la formalización, subsidios a la protección social y medidas específicas para grupos vulnerables– pueden ayudar a reducirla y a mejorar las trayectorias laborales de quienes viven en incertidumbre.

No basta con aplaudir una baja puntual en los indicadores, lo urgente es trabajar para que menos personas entren a esa puerta giratoria y más puedan salir de ella hacia empleos dignos, estables y formales.