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¿Sirve de algo el Derecho Internacional? Opinión

¿Sirve de algo el Derecho Internacional?

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Marcos Andrade Moreno
Por : Marcos Andrade Moreno Profesor, Facultad de Derecho, Universidad de Tarapacá
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El l Derecho Internacional sigue siendo la única vía legítima que posee el mundol para corregir los errores del pasado y los conflictos del presente. Es, en última instancia, la única herramienta para regular la política internacional, impidiendo que esta se reduzca la ley del más fuerte.


Dado el calamitoso estado actual de la política internacional —marcado por la proliferación del uso de la fuerza como mecanismo de resolución de conflictos y por el deliberado desfinanciamiento y debilitamiento de las organizaciones internacionales—, el bombardeo efectuado por Estados Unidos contra instalaciones nucleares en Irán el pasado sábado no parece ser un hecho aislado ni carente de precedentes.

Se trata, sin duda, de un episodio grave que constituye una flagrante violación del Derecho Internacional por parte de Estados Unidos e Israel, y que agudiza aún más la tensión sobre la paz y la seguridad internacionales en una región históricamente afectada por guerras, inestabilidad política y conflictos étnico-religiosos, muchos de ellos instigados por potencias extranjeras desde hace más de un siglo.

Lo que hoy sucede en Medio Oriente —y esto no debemos olvidarlo— es consecuencia directa del intervencionismo sostenido por las potencias occidentales. Primero fueron Reino Unido y Francia, que se aliaron para precipitar la caída del Imperio Otomano antes y durante la Primera Guerra Mundial; luego, durante la Guerra Fría, fue el turno de Estados Unidos y la Unión Soviética, que sembraron divisiones y conflictos en la región. En este contexto, el apoyo irrestricto de Occidente al Estado de Israel —incluso cuando ha vulnerado el Derecho Internacional— constituye quizá la manifestación más clara de este intervencionismo prolongado.

¿Qué han buscado históricamente estas potencias en Medio Oriente? Establecer y consolidar su influencia política para proteger sus intereses económicos y geoestratégicos. La región no solo es rica en recursos naturales, sino que alberga dos de las cinco vías de navegación más relevantes del mundo: el Estrecho de Ormuz y el Canal de Suez, según el Foro Económico Mundial. Su importancia para el comercio y la economía global es, por tanto, indiscutible.

Ante este escenario, cabe preguntarse cuál ha sido el papel del Derecho Internacional. Uno de sus mayores logros durante el siglo XX fue la creación de dos organizaciones clave: la Sociedad de las Naciones (1919–1946) y las Naciones Unidas (desde 1945), concebidas para resguardar la paz y la seguridad internacionales. Sin embargo, bajo el amparo de la primera se establecieron el Mandato Británico de Palestina (1922–1948) y el Mandato Francés sobre Siria y Líbano (1923–1946); y bajo la segunda, se proclamó el Estado de Israel (1948). Por ello, desde una perspectiva histórica, parecería que el propio Derecho Internacional sentó las bases de buena parte de los conflictos que hoy afectan a Medio Oriente.

A pesar de estas contradicciones, el Derecho Internacional sigue siendo la única vía legítima que posee la comunidad internacional para corregir los errores del pasado y superar los conflictos del presente. Es, en última instancia, la única herramienta disponible para regular la política internacional, impidiendo que esta se reduzca a la ley del más fuerte.

Como afirmó el gran jurista Michel Virally: “Todo orden jurídico es un desafío en el tiempo, un esfuerzo por conservar el orden social que establece”. Por ello, solo si reconocemos que el orden internacional surgido tras la Segunda Guerra Mundial dista mucho de ser justo y democrático para todos los pueblos del mundo, podremos entender por qué el Derecho Internacional representa el único camino legítimo para construir un mundo mejor.

Esto implica, contrariamente a lo que sostienen los defensores del uso de la fuerza, no suprimir el sistema de Naciones Unidas, sino repensarlo y transformarlo sobre nuevas bases más igualitarias y democráticas, donde se respete, de forma genuina, la igualdad soberana de los Estados.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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