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Jeannette Jara y el fantasma que ya no asusta Opinión

Jeannette Jara y el fantasma que ya no asusta

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Ricardo Díaz Fuentes
Por : Ricardo Díaz Fuentes Analista de Estudios. Fundación Voz Pública
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Las elecciones de 2025 no deberían ser una contienda entre fantasmas del pasado, sino una competencia por ideas, propuestas y capacidades reales de articular mayorías. Porque Chile necesita más que eslóganes: necesita proyectos colectivos que reconozcan la diversidad política del país.


La victoria de Jeannette Jara en las elecciones primarias del oficialismo la convierte en la primera gran ganadora del ciclo presidencial 2025. Con este resultado, se proyecta como una de las candidatas más competitivas para enfrentar a la derecha en noviembre, consolidando un liderazgo que combina experiencia técnica, capacidad política y una clara vocación de unidad. Sin embargo, su militancia comunista de larga data sigue despertando temores en ciertos sectores que asocian, casi instintivamente, su nombre con la amenaza del “fantasma del comunismo”. Un fantasma que, aunque persiste en la memoria histórica, ya no tiene asidero real en el Chile actual.

Hoy, parte importante de la ciudadanía se pregunta: ¿una presidenta comunista significaría un gobierno comunista en Chile? La respuesta es más simple de lo que parece: no. No porque el Partido Comunista haya abandonado su ideología, sino porque la realidad política, institucional y económica del país hace imposible que un solo partido, por más disciplina que tenga, pueda imponer su programa sin negociar, ceder y construir mayorías con otras fuerzas. En el Chile actual, la única manera de gobernar es a través de coaliciones amplias, como la misma Jara afirmó tras votar el 29 de junio: “Nosotros ya formamos parte de una coalición de gobierno donde están distintos partidos, y quien gane la primaria, va a ser la candidatura de una coalición amplia, no de un solo partido”.

Pensar en un gobierno comunista puro es desconocer cómo funcionan las instituciones democráticas chilenas: el Congreso fragmentado, el poder de los quórums constitucionales y el rol clave de la sociedad civil y los medios para fiscalizar y presionar a cualquier gobierno. No existe en el escenario actual la posibilidad de aprobar reformas profundas sin consensos. Ni siquiera la derecha, en su mejor momento, logró gobernar sin negociar. Por eso, instalar el miedo a un gobierno de corte cubano o venezolano solo alimenta la polarización y el uso político de un fantasma que, aunque persiste en la memoria colectiva, ya no tiene asidero real.

Al contrario, Jeannette Jara ha construido su liderazgo desde la moderación, el diálogo y la articulación de acuerdos, como lo demostró en la tramitación del proyecto de las 40 horas o la reforma previsional, en los que más que imponer posturas, tejió redes para avanzar con gradualidad y pragmatismo. Su discurso, lejos de radicalizarse, ha girado hacia la unidad y la necesidad de un proyecto progresista que convoque a la diversidad de la centroizquierda chilena.

Por supuesto, su militancia en el Partido Comunista seguirá siendo objeto de debate, como lo es para cualquier figura que proviene de un partido con definiciones ideológicas fuertes. Pero más que un riesgo, podría convertirse en una oportunidad para abrir un diálogo serio sobre los temores históricos que persisten en la sociedad chilena y sobre los desafíos de construir gobernabilidad en un país que clama por cambios, pero que exige al mismo tiempo certezas.

Las elecciones de 2025 no deberían ser una contienda entre fantasmas del pasado, sino una competencia por ideas, propuestas y capacidades reales de articular mayorías. Porque Chile necesita más que eslóganes: necesita proyectos colectivos que reconozcan la diversidad política del país, que escuchen y que construyan sin imponer. En ese escenario, el éxito o fracaso de Jeannette Jara no dependerá de su filiación comunista, sino de su habilidad para unir a un país cansado de divisiones.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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