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El impacto de las pantallas en el desarrollo infantil y adolescente Opinión

El impacto de las pantallas en el desarrollo infantil y adolescente

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La próxima vez que vea a su hijo usando el teléfono antes de dormir, pregúntese: ¿vale la pena sacrificar su descanso, su capacidad de aprendizaje y potencialmente su futuro académico por unos minutos más de entretenimiento digital?


Cada vez es más frecuente ver grupos de adolescentes que no se hablan entre sí, mientras se mantienen atentos a sus teléfonos. Esta situación se ha hecho tan cotidiana que ya ni siquiera nos sorprende, y es reflejo de una realidad que debería alarmarnos profundamente como sociedad.

Los datos son contundentes y aterradores: la prueba PISA del 2015, donde Chile era el país número uno del mundo de niños que pasan más tiempo en las pantallas. Chile es el país número tres del mundo donde los adolescentes de 15 años se distraen de las clases producto de estar con sus teléfonos cerca de ellos. Por otra parte, el 83,1% de los escolares chilenos pasa un tiempo excesivo frente a pantallas, con un promedio de hasta 4 horas diarias. Más alarmante aún, el 81,9% presenta problemas para establecer rutinas adecuadas de sueño. Chile se posiciona entre los ocho países con mayor prevalencia de problemas de sueño en población escolar. ¿Coincidencia? La evidencia científica nos dice que no.

¿En qué momento normalizamos que nuestros hijos se acuesten con el celular bajo la almohada? ¿Cuándo decidimos que era aceptable que un dispositivo electrónico fuera lo primero y lo último que ven cada día?

La luz azul de las pantallas suprime la producción de melatonina –la hormona del sueño–, esto equivale al doble de intensidad en los niños que en los adultos. Esta evidencia debería ser suficiente para que todos los padres establezcan límites claros. Sin embargo, seguimos mirando hacia otro lado mientras nuestros hijos sacrifican horas de sueño, por una notificación más, un video más, un mensaje más.

El resultado de esta negligencia colectiva es evidente en las aulas, con estudiantes somnolientos y con dificultades para: concentrarse, recordar información, resolver problemas complejos, desarrollar habilidades sociales. El rendimiento académico disminuye, pero lo que realmente se deteriora es algo mucho más valioso: es la disposición al aprendizaje y el desarrollo integral de varias generaciones.

Algunos dirán que exageramos, que la tecnología es parte inevitable del mundo moderno. Pero no estamos sugiriendo un regreso romántico a la era predigital. Lo que proponemos es una reflexión honesta sobre los límites necesarios y el ejemplo que estamos dando. Porque, seamos sinceros, ¿cuántos adultos revisamos el celular como último acto antes de dormir y como primera acción al despertar?

La responsabilidad no es solo de los padres. Las escuelas tienen un papel fundamental en educar sobre la higiene del sueño y el uso responsable de la tecnología, como lo están haciendo cada vez más países alrededor del mundo. Por otro lado, las políticas públicas –como el proyecto que modifica la Ley 20.370, que descansa en el Congreso desde marzo de 2024– deberían abordar este problema como lo que es: una crisis de salud pública que afecta el desarrollo, físico, cognitivo y emocional, con una mirada integral sobre el desarrollo de nuestros estudiantes.

Es fácil culpar a la tecnología, pero los dispositivos son solo herramientas. Somos nosotros, los adultos, quienes hemos fallado en establecer una relación saludable con ellos y en transmitir ese modelo a nuestros hijos.

Proponemos un desafío simple pero revolucionario: creemos zonas y horarios libres de tecnología en nuestros hogares. Recuperemos la cena familiar sin interrupciones digitales. Establezcamos la regla de no dispositivos en el dormitorio. Modelemos el comportamiento que queremos ver, dejando nuestros propios teléfonos fuera del alcance durante las horas previas al sueño.

Las investigaciones son claras: los escolares con problemas de sueño obtienen calificaciones significativamente más bajas. Pero más allá de las notas, lo que está en juego es la capacidad de nuestros hijos para aprender, crear, soñar y desarrollar todo su potencial.

La próxima vez que vea a su hijo usando el teléfono antes de dormir, pregúntese: ¿vale la pena sacrificar su descanso, su capacidad de aprendizaje y potencialmente su futuro académico por unos minutos más de entretenimiento digital?

Como sociedad, hemos sido negligentes al permitir que la tecnología invada sin límites el espacio personal del descanso de nuestros niños. Es hora de recuperar ese espacio, de proteger sus horas de sueño como lo que son: un recurso invaluable para su desarrollo y bienestar.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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