
Del algoritmo al campo de batalla: por qué la trazabilidad importa
A la vez, la tradición realista de lo político, leída en clave contemporánea, propone un escepticismo fértil: mantener una duda razonable frente a relatos cerrados y recordar que la política opera con criterios propios.
Amanece con alertas en el teléfono: Israel prepara una nueva operación sobre Ciudad de Gaza. La promesa oficial, repetida en entrevistas y conferencias, sostiene que la ofensiva permitiría cerrar la guerra con rapidez y, al mismo tiempo, evitar una reocupación permanente del territorio, dejando después una administración civil bajo algún grado de control de seguridad (Associated Press, 2025; The Times of Israel, 2025). Detrás del mapa de operaciones hay otra batalla menos visible: la de los marcos interpretativos. En conflictos prolongados, el poder intenta fijar qué cuenta como necesario, qué se considera proporcional y qué se entiende por protección a civiles y rehenes; ese encuadre condiciona expectativas y respaldos en la esfera pública.
En la práctica, la ciudadanía enfrenta un flujo informativo que combina partes militares, denuncias humanitarias, posicionamientos diplomáticos y una nube de contenidos virales. ¿Cómo se ordena ese ruido? Los datos comparados del Reuters Institute ofrecen un hilo conductor. Por un lado, cuando las personas sospechan que algo puede ser falso, tienden a contrastarlo con un medio confiable o a realizar búsquedas rápidas para confirmar o descartar impresiones; es una verificación cotidiana y pragmática que se apoya en marcas reconocidas y herramientas de acceso inmediato (Reuters Institute for the Study of Journalism, 2025a). Si esa es la conducta habitual, los propios productos periodísticos deberían facilitarla: cajas de verificación visibles —qué sabemos, cómo lo sabemos y qué falta por saber—, hipervínculos a documentos primarios, trazabilidad de cifras y acceso a coberturas de terceros con reputación.
Por otro lado, el público no rechaza la personalización en sí misma, pero se inclina por usos que reducen fricción cognitiva —resúmenes claros, glosarios, capas de contexto, traducciones— en lugar de sistemas opacos que ocultan el criterio editorial. Esto sugiere una portada con un piso común para todos —tres a cinco claves del día— y, a partir de ahí, caminos opcionales de profundización en táctica militar, derecho internacional o ayuda humanitaria. Personalizar para comprender, no para encerrar.
El informe de 2023 agrega un matiz necesario: existe una ambivalencia persistente ante algoritmos y editores cuando ninguno explica por qué prioriza ciertos contenidos. Sin señalización clara de criterios —relevancia pública, evidencia disponible, novedad— el usuario percibe arbitrariedad y desconfía (Reuters Institute for the Study of Journalism, 2023). En un tema de alto impacto como una ofensiva urbana, esa opacidad no es un detalle técnico: erosiona la legitimidad de la conversación pública.
El terreno político amplifica estas tensiones. Investigaciones sobre grupos de interés recuerdan que coaliciones pro‑Israel trabajan activamente para influir en la agenda mediática y parlamentaria en Estados Unidos, precisamente porque incidir en los marcos de interpretación afecta la opinión pública y, con ella, la política exterior (Mearsheimer & Walt, 2014). No se trata de ver conspiraciones en cada esquina, sino de asumir que los mensajes compiten con recursos desiguales y, por tanto, la explicabilidad —quién financia, con qué datos y métodos— es un requisito democrático.
Las teorías normativas ayudan a leer los riesgos. Charles Taylor sostiene que, cuando la experiencia social se fragmenta, la capacidad colectiva para resistir derivas nocivas se debilita; de ahí la importancia de un horizonte compartido de hechos verificables y de prácticas de reconocimiento que sostengan identidades cívicas dialogantes (Taylor, 1994). En clave de producción informativa, esa advertencia se traduce en una crítica a la lógica puramente instrumental: si redacciones y plataformas subordinan el interés público a métricas de corto plazo, el valor cívico del producto se desvanece.
A la vez, la tradición realista de lo político, leída en clave contemporánea, propone un escepticismo fértil: mantener una duda razonable frente a relatos cerrados y recordar que la política opera con criterios propios —legalidad, legitimidad, seguridad, factibilidad— que no siempre coinciden con el clic inmediato (Freund, como se citó en Valderrama Abenza, 2006). Este escepticismo no es cinismo; es una disciplina para separar retórica de condiciones verificables y, con ello, sostener la deliberación incluso en contextos extremos.
Volvamos al caso. Si el gobierno israelí afirma que la guerra puede concluir bajo ciertas condiciones —por ejemplo, la entrega de armas por parte de Hamás y la liberación de rehenes— y asegura que no busca ocupar el enclave, corresponde preguntar por los respaldos empíricos: ¿existen cronogramas públicos de evacuación, corredores humanitarios operativos, estándares de proporcionalidad explicitados y mecanismos de rendición de cuentas? (Associated Press, 2025; The Times of Israel, 2025). En escenarios de alto costo humano, la velocidad informativa sin transparencia suele degradar confianza.
Desde el ecosistema informativo se pueden dar pasos concretos. Primero, priorizar lo imprescindible: un bloque común diario con los hechos clave, sustentados en fuentes primarias. Segundo, explicar por qué vemos lo que vemos: criterios editoriales y de recomendación en lenguaje claro, auditables por el usuario. Tercero, mostrar método: enlaces a expedientes, bases de datos y verificaciones independientes. Estas medidas no resuelven por sí solas la tragedia, pero sí aumentan la capacidad colectiva para comprender antes de optar, que es la primera responsabilidad cívica en tiempos de guerra.
- El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.