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Lo bueno, lo malo y lo feo de la Cuenta presidencial del 1 de junio EDITORIAL Crédito: Agencia Uno

Lo bueno, lo malo y lo feo de la Cuenta presidencial del 1 de junio

Más allá de sus defectos, incluida su excesiva duración, queda claro que pocas cosas en la administración política de Chile están entregadas a un ejercicio de prospectiva estratégica o idea de país. Se evidencia que prácticamente todo el ejercicio gubernamental está convertido en una arena política informal cotidiana, donde se negocian acuerdos de corto alcance, y no existe un piso básico a partir del cual construir paz y estabilidad social, crecimiento y seguridad económica, y estándares mínimos de derechos sociales de calidad. Es menester destacar como algo positivo y necesario que el Presidente haya aludido directamente a la deuda cultural y moral de verdad y justicia en materia de derechos humanos que aún existe en Chile.


Como si fuera una cartografía política de la estructura física del país, la Cuenta Pública presidencial del 1 de junio ante el Congreso Nacional resultó larga y estrecha desde el punto de vista estratégico. Escarpada y llena de detalles, y a veces hasta confusa y con demasiadas promesas que dependen de terceros, no directamente de la voluntad del Gobierno.

Tuvo, eso sí, un tono de ética y convicción republicanas en sus llamados a la paz social y al diálogo político con memoria, acorde con el momento de reconstrucción institucional del país, a través de una nueva Constitución.

Resultó evidente que el Presidente hizo un esfuerzo en mostrar cantidad de cosas. Pero sin prioridades y nociones ordenadas que distingan entre lo principal y lo accesorio; de los sectores de punta a priorizar; y, principalmente, del momento político real que vive el país, que es de arrastre y transición en su pacto constitucional. La cantidad de cosas no se transforma en calidad de gestión, por más que sean abundantes, voluminosas o vistosas.

Su posterior intervención en TV contribuyó a subrayar este defecto, y lo llevó a cometer el peor de los errores después de una Cuenta política anual de un Mandatario ante un Parlamento: salir a explicarla, rompiendo la regla que señala que, en política, el que explica se complica. Fue un acto devaluatorio de sus propias palabras.

Más allá de los defectos que tuvo esta Cuenta –que no marcará época, excepto por su duración–, lo que queda claro es que pocas cosas en la administración política de Chile están entregadas a un ejercicio de prospectiva estratégica o idea de país. Prácticamente todo el ejercicio gubernamental del Estado es una arena política informal cotidiana, que negocia acuerdos de corto alcance o especula, transversalmente, acerca de las mejores y peores opciones sobre el interés propio y el crecimiento o caída de los adversarios. No existe un piso básico a partir del cual construir paz y estabilidad social, crecimiento y seguridad económica, y estándares mínimos de derechos sociales de calidad.

De ahí que los tres ejes gruesos señalados por el Primer Mandatario en su Cuenta Pública –Derechos Sociales garantizados, Seguridad, y Desarrollo Económico sostenible–, sin prioridades que ordenen la agenda más allá de los títulos, quedan en el cosismo de las urgencias que marque la coyuntura, que tiene un proceso electoral de salida plebiscitaria de una nueva Constitución para dentro de 6 meses.

Es evidente que el Presidente de la República se esfuerza y tiene conciencia de sus limitaciones y fracasos, de la necesidad de rectificar, y tuvo el valor de declararlo. Pero los gobiernos son sistemas y no personas y, en ellos, un papel esencial lo cumple también la oposición, que vive su propio drama interno de liderazgos del sector y que, al igual que la izquierda ortodoxa, parece incapaz de imbuirse de democracia y derechos humanos y sociales, aunque los declaran a cada rato.

Sin perjuicio de lo anterior, es menester destacar como algo positivo y necesario que el Presidente Boric haya aludido directamente a la deuda cultural y moral de verdad y justicia en materia de derechos humanos que existe en Chile, al cumplirse, en unos meses más, medio siglo del golpe militar de 1973.

Tuvo el valor republicano de referirse a ello como una deuda del país, de un país que todo lo anota, pero que en materia de detenidos desaparecidos perdió su memoria. Además del reconocimiento a la labor de las Fuerzas Armadas y de Orden en sus materias profesionales para enfrentar la actual crisis de seguridad del país, lo resaltó como una amputación moral del país político, como un requisito para lograr una nación decente y con real memoria.

Es justo señalarlo, porque siendo deficitaria la Cuenta en muchas cosas, fue señera respecto de este importante tema, pues aún es posible percibir conductas de silencio y omisión de responsabilidades por parte de todos los sectores políticos en los temas éticos y de verdad, incluidos todos los gobiernos democráticos anteriores, no obstante cualquier razón que hubieran tenido. La ética republicana del discurso del 1 de junio de Gabriel Boric ha puesto un hito en las cuentas presidenciales.

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