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La indiferencia de Chile ante una crisis sistémica

La crisis económica ha sido calificada de «sistémica», es decir, «perteneciente o relativo a la totalidad de un sistema», por EE.UU., su epicentro, y el G 20, su doctor multilateral. No se trataría del ciclo económico con sus alzas y bajas, sino de una crisis económica globalizada, como consecuencia de una gigantesca baja de la actividad económica en los países desarrollados. Y Chile no se suma a ese generalizado diagnóstico.


Según nuestro gobierno, el país está blindado ante la crisis económica y sus estímulos, 2% del PIB, son suficientes para enfrentarla. Al parecer, se trataría más bien de un problema coyuntural, parte del ciclo económico normal, tal vez algo más intensificado por la globalización. Ahora contaríamos con el ahorro de los años de las vacas gordas. Y cuando el mundo se normalizara, volveríamos a los buenos años.

Además, nadie usa la palabra «sistémica» para referirse a la crisis. Por ello, las medidas gubernamentales se concentran en trabajos con pala y bonos a la población de bajos ingresos, más la disminución de las tasas de interés, y algunas medidas para destrabar el crédito. Se supone que si la situación no rebota, habrá un segundo bono. El gobierno tendría dinero más que suficiente para un par de años de asistencia social extraordinaria.

Esa cautela debería tener presente que es muy tenue la línea que separa un prudente temor a la contingencia de una parálisis contraproducente. Los europeos corren ese riesgo, pero nosotros no tenemos sus estabilizadores automáticos, políticas de empleo y seguros sociales, por lo que debemos recurrir a la asistencia social extraordinaria, pero los bonos son sólo paliativos. A lo que se suma que, como en todas las cosas de la vida, hay que anticiparse a los temporales porque las reacciones siempre toman algún tiempo en producir efectos.

El segundo problema es que la crisis económica ha sido calificada de «sistémica», es decir, «perteneciente o relativo a la totalidad de un sistema», por EE.UU., su epicentro, y el G 20, su doctor multilateral. No se trataría del ciclo económico con sus alzas y bajas, sino de una crisis económica globalizada, como consecuencia de una gigantesca baja de la actividad económica en los países desarrollados, cuyo epicentro es Wall Street. Y Chile no se suma a ese generalizado diagnóstico.

Según el reciente informe (abril) del Fondo Monetario Internacional sobre las perspectivas económicas de este año, lo que más llama la atención es que habrá una contracción mundial de – 1,3%, y que los responsables son los países avanzados, con un bajón de – 3,8%, además de las ex repúblicas soviéticas y Europa central y oriental, el mundo que fue comunista, con caídas de – 5,1% y – 3,7%, respectivamente.  Mientras que los países en desarrollo en cambio crecerán, en Asia, 4,8%, en Oriente Medio, 2,5%, y en África, 2,0%. La excepción en este segmento es el Hemisferio Occidental, que decrecerá – 1,5%. A lo que se suma una generalizada disminución del comercio internacional, 9% en volumen según la Organización Mundial de Comercio.

Días antes de conocerse ese informe, la Heritage Foundation, el equivalente norteamericano del Instituto Libertad y Desarrollo, y The Wall Street Journal, publicaron su  índice anual de libertad económica. Entre los 15 primeros, con más libertad económica,  se encuentra Chile, lugar 11, acompañado por los tigres bálticos, entre ellos, Estonia, y el celta irlandés, los nuevos vikingos islandeses (todos ellos con caídas récord del PIB este año, más de – 10%), la flexiseguridad danesa, los países anglohablantes desarrollados (EE.UU., Canadá, Australia, Nueva Zelandia), un trío de paraísos fiscales (Suiza, Luxemburgo, Hong Kong), más Holanda y Singapur. Es decir, todos nuestros alabados modelos.

El gobierno nada dijo sobre esa buena calificación, supongo que por un poco de pudor dadas las circunstancias, y la derecha guardó silencio. Piñera y su equipo económico proponen cambios estructurales, pero de más libertad económica, que se centra en una baja de impuestos y más flexibilidad laboral. Para nuestros supuestos emprendedores, todo les es poco, y por codicia insisten en profundizar políticas fundadas en las teorías económicas decimonónicas que causaron la actual crisis.

Ese conjunto de países «libres» tiene, por lo demás, una contracción económica promedio altísima este año, de – 5,0%. Chile es el único del lote que crecerá en 2009, pero sólo 0,1% (siendo superado en América del Sur, por Perú, Surinam, Guyana, Bolivia y Uruguay). Y los competidores de los «libres», por la cola, son las ex repúblicas soviéticas, que los superan por una décima de punto porcentual ¡Estrecha llegada entre Putin y Bush! Tenemos así un segundo elemento de juicio, si bien los países avanzados son responsables por la baja de la actividad económica, más lo son los con economías más libres, un bajón de – 5,0%, y los ex soviéticos, – 5,1%. Y la razón es muy obvia. Todas las oligarquías quieren tener las manos libres y protección gubernamental. Neoliberalismo para los pobres, socialismo para los ricos.

En el caso norteamericano, parte de la riqueza financiera fue ilusoria, en palabras de Obama. El dinero que desapareció es irrecuperable. Las cifras que se calculan son siderales, un mínimo de 4,1 billones de dólares, el 7% del Producto Mundial Bruto. Por ello, vuelven las regulaciones y supervisiones, incluso con coordinación internacional. El gobierno de Obama dice que el rol de Wall Street disminuirá. Y renace un muy distinto Fondo Monetario Internacional, se pretende reconstruirlo como verdaderamente multinacional y con alcance mundial.

Roberto Mangabeira Unger, el ministro de Asuntos Estratégicos de Brasil, pone el énfasis en tres desequilibrios adicionales. Uno derivado de la falta de regulaciones, el divorcio entre las finanzas y la producción, con el agravante de que la primera se multiplicó separadamente de la segunda durante el bum de los últimos años, y al hacerlo se transformó, como lo indica Soros, en un arma financiera de destrucción masiva de la economía real.

A ello se suma la insostenible relación entre países importadores y endeudados, comenzando por EE.UU., y exportadores y ahorrantes, empezando por China. Por ello esta última se concentra en el «desarrollo hacia adentro», tanto en la infraestructura física, no ya solamente en la costa y del interior a la costa; en seguros sociales, como la salud; más una insistencia en la educación y la transferencia de tecnología. Y el proyecto de Obama no solamente incluye estímulos y regulaciones, también grandes inversiones en salud, energías renovables y educación. Recordemos que hay más de un estudio que correlaciona el aumento del PIB con altos rendimientos escolares en la enseñanza media, como son los casos de Finlandia y Corea del Sur.

Por último, es indispensable vincular la recuperación económica con la redistribución del ingreso, y los bonos no sirven para ello. El consumismo en una sociedad dual como la nuestra se funda en una supuesta democratización del crédito, que no es tal por las tasas usurarias. A lo que se suma en Chile el aporte obligatorio del trabajo al capital, en dinero constante y sonante, por intermedio de las AFP, sin mayores explicaciones a los presuntos beneficiarios. ¡El financierismo oligárquico en acción!

¿Qué hacer? Podría pensarse en volver a la época de oro, a la cumbre del estructuralismo cepaliano. Razón por la cual, en 1960, el poder adquisitivo per cápita de todos los latinoamericanos, incluso de los haitianos, era superior al de los coreanos. En el caso de los chilenos, además, superábamos al de los japoneses, españoles, portugueses, griegos, malteses, chipriotas, taiwaneses y hong-koneses. O comenzar el camino de quienes, desde entonces, nos sobrepasaron.

Por desgracia es imposible retroceder en la historia. Sin embargo, si se la combina con las reacciones de los países avanzados ante la crisis sistémica del presente, nos puede servir de guía. Todo proyecto debe, por consiguiente, incluir integración regional, como en Europa mediterránea; más Estado, como en Asia desarrollista; inversiones prioritarias en educación, la clave del éxito en países como Finlandia y Corea del Sur, y en energías verdes, el salto tecnológico que impulsa Obama en EE.UU., debido a que tenemos abundancia de sol, viento, ríos torrentosos y mareas, y un equilibrio entre el desarrollo «hacia afuera» y «hacia adentro», como lo pretende China.

No obstante, el primer paso obligado es político. La Concertación debe volver a ser la representación de todas las fuerzas democráticas y progresistas del país, como lo fue en el plebiscito y en la elección de Aylwin. Y después suprimir el sistema binominal, un cogobierno con la minoría, como lo hizo Corea, desde donde proviene esa curiosa institución seudodemocrática, cuando pasó del autoritarismo a la democracia. No hay otra forma de superar la resistencia de una derecha decimonónica. Es lamentable que esta condición básica sea sólo política ficción, como se puede observar en el actual año electoral, en que hay un insólito número de candidatos presidenciales, salvo en la derecha.

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