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El motín de Marquito

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Y es que su discurso rasca, y rasca bien, básicamente porque rasca donde pica. Si no, estaría al fondo de la tabla junto a Zaldívar, Arrate y Navarro. Basta constatar la sorprendente sincronía de su reclamo en pos de la competencia con la agenda de reformas políticas que anunció el mandamás de la CPC, Rafael Guillisasti.


Es cierto que la sorpresiva subida como avión de Marco Enríquez-Ominami en las encuestas -ayer el sondeo de TNS Time le dio 14 puntos- está conectada con demandas sociológicas y culturales que se respiran en el ambiente: el recambio generacional (de una generación  hija de la Guerra Fría a otra hija de la globalización), el hastío y descontento con la gerontocracia dominante, el fin del ciclo histórico, etc.

Enríquez-Ominami, televisivo, locuaz e irreverente, se instala hoy con la ventaja que le da la novedad y le plantea un conflicto al conjunto de la clase política, pero específicamente a la Concertación. «Su apuesta puede opacar el carácter de la candidatura Frei y desafiar la naturaleza misma del binominalismo», comenta un reputado analista de la plaza.

Y es que su discurso rasca, y rasca bien, básicamente porque rasca donde pica. Si no, estaría al fondo de la tabla junto a Zaldívar, Arrate y Navarro. Basta constatar la sorprendente sincronía de su reclamo en pos de la competencia con la agenda de reformas políticas que anunció el mandamás de la CPC, Rafael Guillisasti, el domingo en La Tercera.

Si los empresarios, principales beneficiados con el esquema de la transición pactada, plantean la urgencia de que entre agua fresca a la estancada laguna de la política, es que tienen al menos un diagnóstico sombrío sobre la funcionalidad de estas instituciones para el desarrollo económico del país.     

Sin embargo, más allá de las voces que se han mostrado nerviosas en el oficialismo -algunos diputados han llamado públicamente integrar a Enríquez-Ominami, lo que no es otra cosa que ofrecerle algo seductor-, los cerebros del comando de Frei, apoltronados en sus sillones, sacan cuentas con la lógica fría del tablero de poder: buena parte de los votos del díscolo finalmente inclinarán la balanza hacia el candidato gobiernista y el resto es música. Es decir, puede que la campaña sea más entretenida, que haya que hacer todo tipo de gárgaras retóricas, pero en ese plebiscito que es la segunda vuelta, pasará lo de siempre. Y tienen razón. Su principal seguro radica en el comportamiento predecible de un padrón añejo, dominado por lo que Ascanio Cavallo ha conceptualizado como la mayoría sociológica de centro izquierda, inclinada por la lógica del mal menor.

Por eso, la irrupción de Marco tiene sólo una manera de convertirse en amenaza real para los accionistas mayoritarios que controlan sin contrapesos los partidos de la Concertación. Y esa es la lista paralela de candidatos al Parlamento. Impidiendo el doblaje concertacionista en ciertos distritos clave, como por ejemplo donde postularán los timoneles oficialistas, la apuesta de Enríquez-Ominami pasará a ser un desafío al statu quo y por lo tanto un actor de verdad.

Para esto, la candidatura que nació como un motín contra los capitanes de un buque que confundieron disciplina con maltrato y matonaje, debería seguir rascando donde pica, sobre todos a muchos personajes auténticamente concertacionistas, sometidos por las cúpulas. Pongamos el caso de los «príncipes» de la DC o de algunos tecnócratas que piensan que para entrar a los partidos hay que hacerlo con la nariz tapada y que ese es un precio demasiado alto. Sólo si algunos de ellos se atreve a cruzar el río, el motín se habrá convertido en alternativa real y por lo tanto en un referente desde el que se puede empezar a hablar de una efectiva política 2.0.

*Mirko Macari es director de El Mostrador.

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